Velada en la Cervecería Tijuana
He recibido el correo de Bruno Ruiz en el que amablemente me invita a participar a la velada convocada para este viernes en la Cervecería Tijuana. Una cerveza Tijuana oscura siempre será bienvenida en mi organismo y me cuesta trabajo negarme a la tentación de beberme unos cuantos tarros en medio de una charla amena y amistosa. Además, no puedo negar cierta curiosidad por conocer perso-nalmente a algunas personas de las que he estado muy cerca en este cibernético Universo y cuyas ideas me parecen en verdad interesantes.
Sin embargo, aún no estoy seguro de que vaya a asistir. Si asisto, lo haría armado de mi mejor dosis de buena vibra, pero creo que aún está muy vivo el morbo que generó el talk show en torno al racismo y el indigenismo y más de uno quiere ver si se hacen efectivas las fatwas que pesan en mi contra. Por lo demás, mis ideas en torno al tema no han cambiado y sigo al píe del cañón con mi visión eurocentrista de la historia.
Si acudo a la Cervecería Tijuana lo haría desde luego acompañado de mi esposa y no me gustaría en lo absoluto que ella tuviera que pasar el mal trago de verme inmerso en un burdo pleito de cantina en caso de que alguien se tome la molestia de agredirme, cosa que según me han dicho, es muy probable.
Luego entonces, prefiero que tengan una fiesta tranquila y evitar que mi presencia sea la de un ave de las tempestades.
Sobre Rafadro y la promoción de la cultura
Con sorpresa leo que Rafadro retoma en su blog un tema que abordé en Eterno Retorno el pasado 18 de noviembre en donde diserto sobre la inutilidad de los encuentros literarios. Me llama la atención que se retome el tema justo ahora, pero en fin, siempre es bueno revivir los intercambios de ideas.
Poco tengo que agregar al respecto. Lo que escribí en ese momento lo sigo sosteniendo con sus puntos y comas. La realidad es que en estos dos meses no ha ocurrido nada ni he escuchado una razón que me haga cambiar de opinión en torno a los eventos literarios, así que si tuviera que volver a escribirlo, lo volvería a hacer sin modificar nada.
No creo que la asistencia a ese tipo de encuentros oficiales, pagados a menudo con dinero de nuestros impuestos, incremente o fomente de alguna manera mi gusto por la literatura o me motive a leer más.
En mi opinión, la única razón que motiva un encuentro literario es alimentar la egolatría y los jugos narcicísticos de los participantes, quienes acuden a escucharse solos.
Pero bien por aquellos que como Rafadro realizan una intensa labor en pro de la literatura fronteriza. Yo no participo de esos eventos ni me queda muy claro si tienen alguna utilidad, pero adelante, en este mundo cada quien tiene el derecho de divertirse como mejor le parezca.
Hay gente que considera que leer el periódico y discutir noticias es un espantoso y prescindible ritual de tedio y tengo muchos seres queridos que ni por casualidad hojean el periódico, postura que si bien no comparto, por lo menos comprendo perfectamente y tal vez hasta justifico. Chingón por ellos. No creo que una persona sea mejor o peor por leer o no el periódico. Por razones de mi oficio, yo debo iniciar cada uno de los días de mi vida leyendo todos los diarios locales y muchos nacionales e internacionales, además de revistas y semanarios. Es mi chamba y de eso vivo. Lo mismo aplica para aquellos que han encontrado en la actividad cultural su razón de vivir. Yo no voy a dejar de amar la literatura por no asistir a esos eventos. Creo que puedo afirmar que me moriré siendo un enamorado incurable de la literatura y tal vez nunca me vean aparecer en un encuentro literario.
Por lo demás, he tenido oportunidad de platicar Rafa un par de veces en mi vida y me ha dado la impresión de ser un hombre sencillo y bien intencionado que en verdad disfruta lo que hace.
Además, debo decir que celebro honestamente el que haya roto esa casi agrafía de los primeros días de enero. Mal que bien, con todo y su aparente frivolidad y su spanglish, deformación idiomática que bajo mi criterio afea el lenguaje, la realidad es que, les guste o no a sus detractores, el de Rafa es la biblioteca de Alejandría de la blogósfera.
No me interesa conocer escritores
En lo personal, puedo prescindir de las ponencias, tesis y debates generados en mesas redondas y conferencias. Tampoco me interesa conocer personalmente a “escritores”. Ver el rostro, escuchar la voz o estrechar la mano del creador de un libro que me gusta poco o nada influye en mis sentimientos hacia su obra. Al final, detrás de una gran novela suele existir un tipo aburrido, complicado y lleno de complejos que no me interesa conocer. ¿Cambiaría mi vida si por algún prodigio del destino pudiera conocer a Balzac o a Tolstoi en persona? la verdad disfruté más conocer en sus páginas a Ana Karenina o a Eugenia Grandet.
Hace dos días escribí en torno al origen oral de la literatura. Tal vez, si viviéramos en la época anterior a Gutenberg entendería la utilidad de las lecturas en voz alta. Confieso que me hubiera gustado muchísimo escuchar el Mío Cid, el Cantar de Roldán, Tirante El Blanco o el Amadís de Gaula cantado por un trovador, alrededor de una fogata en la fría alcoba de un castillo feudal.
Entendería el fenómeno de la lectura en voz alta si viviéramos en una época ágrafa. Por fortuna, existen el libro y el blog y podemos prescindir de escuchar voces monocordes.
Mi mejor amigo es el libro. Confieso una adicción casi enfermiza por ese objeto. Puedo pasar horas absorto en el indescriptible placer que me genera la solitaria lectura.
Jamás he podido concentrarme o disfrutar una lectura de alguien que lee en voz alta. Tal vez por que me recuerdan las misas católicas o quizá se deba a que nunca me he topado con un buen lector. La mayoría lee con insufrible monotonía, tienen una deficiente modulación de la voz e impregnan una insoportable vibra de tedio y teorrea a algo mágico como la literatura.
A mi me gusta leer en silencio, a mi ritmo y si es preciso leer 17 veces seguidas un párrafo o una página que me gustó, nunca escatimaré. Leo armado de mi pluma, pues soy maniático de subrayar frases y escribir mis apuntes al píe de la hoja en las contraportadas. La bicicleta y el libro son los únicos objetos con los que soy capaz de lograr una simbiosis absoluta.
Los mejores acompañantes para una lectura, o al menos para la forma en que me gusta leer a mí, son una botella de vino tinto (buen vino tinto por supuesto) y un buen disco. Todo lo demás, son accesorios prescindibles que le vienen guangos a la literatura.
He recibido el correo de Bruno Ruiz en el que amablemente me invita a participar a la velada convocada para este viernes en la Cervecería Tijuana. Una cerveza Tijuana oscura siempre será bienvenida en mi organismo y me cuesta trabajo negarme a la tentación de beberme unos cuantos tarros en medio de una charla amena y amistosa. Además, no puedo negar cierta curiosidad por conocer perso-nalmente a algunas personas de las que he estado muy cerca en este cibernético Universo y cuyas ideas me parecen en verdad interesantes.
Sin embargo, aún no estoy seguro de que vaya a asistir. Si asisto, lo haría armado de mi mejor dosis de buena vibra, pero creo que aún está muy vivo el morbo que generó el talk show en torno al racismo y el indigenismo y más de uno quiere ver si se hacen efectivas las fatwas que pesan en mi contra. Por lo demás, mis ideas en torno al tema no han cambiado y sigo al píe del cañón con mi visión eurocentrista de la historia.
Si acudo a la Cervecería Tijuana lo haría desde luego acompañado de mi esposa y no me gustaría en lo absoluto que ella tuviera que pasar el mal trago de verme inmerso en un burdo pleito de cantina en caso de que alguien se tome la molestia de agredirme, cosa que según me han dicho, es muy probable.
Luego entonces, prefiero que tengan una fiesta tranquila y evitar que mi presencia sea la de un ave de las tempestades.
Sobre Rafadro y la promoción de la cultura
Con sorpresa leo que Rafadro retoma en su blog un tema que abordé en Eterno Retorno el pasado 18 de noviembre en donde diserto sobre la inutilidad de los encuentros literarios. Me llama la atención que se retome el tema justo ahora, pero en fin, siempre es bueno revivir los intercambios de ideas.
Poco tengo que agregar al respecto. Lo que escribí en ese momento lo sigo sosteniendo con sus puntos y comas. La realidad es que en estos dos meses no ha ocurrido nada ni he escuchado una razón que me haga cambiar de opinión en torno a los eventos literarios, así que si tuviera que volver a escribirlo, lo volvería a hacer sin modificar nada.
No creo que la asistencia a ese tipo de encuentros oficiales, pagados a menudo con dinero de nuestros impuestos, incremente o fomente de alguna manera mi gusto por la literatura o me motive a leer más.
En mi opinión, la única razón que motiva un encuentro literario es alimentar la egolatría y los jugos narcicísticos de los participantes, quienes acuden a escucharse solos.
Pero bien por aquellos que como Rafadro realizan una intensa labor en pro de la literatura fronteriza. Yo no participo de esos eventos ni me queda muy claro si tienen alguna utilidad, pero adelante, en este mundo cada quien tiene el derecho de divertirse como mejor le parezca.
Hay gente que considera que leer el periódico y discutir noticias es un espantoso y prescindible ritual de tedio y tengo muchos seres queridos que ni por casualidad hojean el periódico, postura que si bien no comparto, por lo menos comprendo perfectamente y tal vez hasta justifico. Chingón por ellos. No creo que una persona sea mejor o peor por leer o no el periódico. Por razones de mi oficio, yo debo iniciar cada uno de los días de mi vida leyendo todos los diarios locales y muchos nacionales e internacionales, además de revistas y semanarios. Es mi chamba y de eso vivo. Lo mismo aplica para aquellos que han encontrado en la actividad cultural su razón de vivir. Yo no voy a dejar de amar la literatura por no asistir a esos eventos. Creo que puedo afirmar que me moriré siendo un enamorado incurable de la literatura y tal vez nunca me vean aparecer en un encuentro literario.
Por lo demás, he tenido oportunidad de platicar Rafa un par de veces en mi vida y me ha dado la impresión de ser un hombre sencillo y bien intencionado que en verdad disfruta lo que hace.
Además, debo decir que celebro honestamente el que haya roto esa casi agrafía de los primeros días de enero. Mal que bien, con todo y su aparente frivolidad y su spanglish, deformación idiomática que bajo mi criterio afea el lenguaje, la realidad es que, les guste o no a sus detractores, el de Rafa es la biblioteca de Alejandría de la blogósfera.
No me interesa conocer escritores
En lo personal, puedo prescindir de las ponencias, tesis y debates generados en mesas redondas y conferencias. Tampoco me interesa conocer personalmente a “escritores”. Ver el rostro, escuchar la voz o estrechar la mano del creador de un libro que me gusta poco o nada influye en mis sentimientos hacia su obra. Al final, detrás de una gran novela suele existir un tipo aburrido, complicado y lleno de complejos que no me interesa conocer. ¿Cambiaría mi vida si por algún prodigio del destino pudiera conocer a Balzac o a Tolstoi en persona? la verdad disfruté más conocer en sus páginas a Ana Karenina o a Eugenia Grandet.
Hace dos días escribí en torno al origen oral de la literatura. Tal vez, si viviéramos en la época anterior a Gutenberg entendería la utilidad de las lecturas en voz alta. Confieso que me hubiera gustado muchísimo escuchar el Mío Cid, el Cantar de Roldán, Tirante El Blanco o el Amadís de Gaula cantado por un trovador, alrededor de una fogata en la fría alcoba de un castillo feudal.
Entendería el fenómeno de la lectura en voz alta si viviéramos en una época ágrafa. Por fortuna, existen el libro y el blog y podemos prescindir de escuchar voces monocordes.
Mi mejor amigo es el libro. Confieso una adicción casi enfermiza por ese objeto. Puedo pasar horas absorto en el indescriptible placer que me genera la solitaria lectura.
Jamás he podido concentrarme o disfrutar una lectura de alguien que lee en voz alta. Tal vez por que me recuerdan las misas católicas o quizá se deba a que nunca me he topado con un buen lector. La mayoría lee con insufrible monotonía, tienen una deficiente modulación de la voz e impregnan una insoportable vibra de tedio y teorrea a algo mágico como la literatura.
A mi me gusta leer en silencio, a mi ritmo y si es preciso leer 17 veces seguidas un párrafo o una página que me gustó, nunca escatimaré. Leo armado de mi pluma, pues soy maniático de subrayar frases y escribir mis apuntes al píe de la hoja en las contraportadas. La bicicleta y el libro son los únicos objetos con los que soy capaz de lograr una simbiosis absoluta.
Los mejores acompañantes para una lectura, o al menos para la forma en que me gusta leer a mí, son una botella de vino tinto (buen vino tinto por supuesto) y un buen disco. Todo lo demás, son accesorios prescindibles que le vienen guangos a la literatura.