El gran campeón de mis relecturas
Anoche me releí de
hidalgo tres cuentos de Borges: El otro, Ulrica y El Congreso, terceto que abre
El libro de arena. He estado leyendo los diálogos entre Borges y el profesor
Osvaldo Ferrari en donde un Georgie ya anciano reflexiona con modestia absoluta
sobre su propia obra:
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“Si yo tuviera que elegir un libro entre
los míos (no lo hago ya que no hay libros míos en esta casa), yo elegiría El
libro de arena, pero me han dicho que El informe de Brodie es superior. La
verdad es que yo no sé muy bien a qué volumen corresponde cada uno de los
cuentos, pero me han dicho que El Congreso es mi mejor cuento, y creo que está
en El informe de Brodie”.
-
No, está en El libro de arena, lo
corrige Ferrari
-
Entonces mi predilección por El libro de
arena se confirma
El diálogo me lleva de
inmediato a la relectura y me deja por herencia algunas reflexiones.
La primera es el gran
desapego de Borges con su propia obra. Le importa tan poco y le parece tan
modesta, que ni siquiera tiene claro en qué libro aparece cada relato, pues confunde
El informe de Brodie con El libro de arena entre los que hay cinco años de
diferencia (aunque ciertamente la primera publicación de El Congreso fue de
manera independiente)
La segunda, es que la
posteridad ha sido injusta con el Borges tardío. Siempre que se alude a los
cuentos de Borges, todo se limita a El Aleph y Ficciones, escritos en los años
cuarenta y considerados sus obras maestras. De hecho son los únicos dos que compila
el volumen Borges esencial de la Real Academia de la Lengua y los que suelen
aparecer siempre en antologías. No olvidemos que el Borges tardío es ya
invidente y que su proceso de escritura apostaba todo a la memoria. Los cuentos
de El libro de arena o Los poemas de Atlas y Los conjurados le fueron dictados
a Roberto Alifano, Alberto Manguel y al final a María Kodama (el propio Alifano
me narró cómo fue el dictado de Los conjurados)
De los tres cuentos que
me releí anoche, mi favorito ha sido siempre El otro, que narra el encuentro entre un Borges de 75
años que está sentado a la orilla del Charles River entre Cambridge y Boston y
un Borges de 19 años que está sentado a la orilla del Lago de Ginebra. Tal vez
porque el encuentro con el doble es mi fantasía recurrente desde que era niño o
porque conozco uno de los escenarios (también yo caminé a la orilla del Charles
River) pero ese diálogo siempre me ha parecido fantástico y ayer lo reconfirmé.
No alcanzo a dimensionar en cambio la gran devoción que se tiene por El
Congreso, para muchos el mejor de sus relatos tardíos y para el propio Borges
su mejor cuento (según le confiesa a Osvaldo Ferrari). El Congreso tiene todos
los elementos borgeanos: La utopía de la totalidad, un Congreso que represente
a la humanidad entera, que hable un idioma universal y tenga una suerte de
Biblioteca de Alejandría (o de Babel)
con todos los libros posibles.
Creo que algunos de los
relatos más entrañables de Borges están en La memoria de Shakespeare, su último
trabajo en prosa. El cuento Agosto 25, 1983, sigue con la temática de El otro,
en donde el Borges maduro encuentra a un Borges anciano a punto de suicidarse.
Ni hablar de La memoria de Shakespeare que podría leerse como una continuación
de Funes el memorioso o los Tigres azules (ningún escritor se obsesionó tanto
con estos felinos).
Tal vez sea un síntoma
de mi envejecimiento, pero hace tiempo ya que me es más fácil engancharme y
emocionarme con relecturas que con novedades editoriales. Soy un relector
compulsivo. En ese sentido, el gran campeón de mis relecturas es Georgie, un
autor al que de una forma u otra siempre estoy retornando y siempre me parece
que lo estoy leyendo por primera vez.