No creo en los post, ni en los protos, ni en los booms, ni en los inn ni en los out. Los enfermos de teorrea tienden a matar todo con demasiada anticipación. Se regocijan pronosticando fines y trabajando como heraldos de apocalípsis baratos.
Los teorréicos se realizan al otorgar certificados de defunción. Son tan “absolutamente modernos” que atiborran sus carre-tillas con maniquíes de sus futuros cadáveres para llevarlos a inmolar al altar de su propia estupidez.
Desean a toda costa ser los primeros en proclamar el nacimiento de lo nuevo, aunque no haya nacido. Acaso declararán como su autor favorito a un feto que tal vez mañana yazca en el basurero de una clínica de abortos.
Pero eso no importa. La especie de los teorréicos tiene una especial fijación por ser observada mientras copula con entes abortados. Experimenta un regocijo sin igual cuando presume gustos que nadie, absolutamente nadie más comparte. Placeres difíciles, complicados, inaccesibles para el común de los mortales. Son simpáticos los teorréicos. Ociosos y desocupados por naturaleza, tienen todo el tiempo del mundo para desparramar su excremento. Es una de las únicas especies del mundo que es capaz de defecar aún más de lo que lee. También son especialistas en encontrar chalecos de oro y mantos de diamante en los cuerpos escuálidos de reyes desnudos. Su absoluta modernidad les lleva a ser casi siempre ellos, sólo ellos (y algunas veces sus mejores amigos) los únicos que acceden a masturbarse sobre la cama de la modernidad (A Rimbaud por cierto lo mataron hace mucho)
Los teorréicos son fanáticos de los géneros. Les fascinan los estereotipos y las clasificaciones. Tal vez por ello sienten dudas sobre su propio género sexual.
Francis Fujuyama mató la historia antes del 11 de septiembre. Los imagólogos y los homo videns decretaron la muerte del periodismo escrito en el altar del becerro de oro de la imagen. Alguien dijo que los cinemas serían asesinados por el video. En nombre de internet se han pronosticado incontables masacres. Al libro como objeto lo han condenado a la hoguera. A la novela clásica se le considera el colmo de lo obsoleto. Al rock ya me lo mandaron a la tumba en nombre de los dj.
¿Y? Mientras exista un lector que se imagine el rostro de Ana Karenina y en tanto haya quien se trate de concebir como sería el cuerpo de Emma Bovary, Tolstoi y Flaubert estarán vivos, como lo está Balzac, como lo está Dumas y como lo está la tropa novelística del Siglo XIX, considerada por los teorréicos como el non plus ultra de lo obsoleto.
Es cierto, no tienen certificado de inmortalidad, pero pueden ser pozos inagotables mientras haya la posibilidad y la voluntad de explorarlos.
Ante los teorréicos, la novela es vista hoy como el más anacrónico de los dinosaurios. Un aborto decimonónico que yace en un panteón jurásico. Un banal pasatiempo de masas.
Es cierto, tal vez no volvamos a ver gente amontonada en los puertos esperando la llegada de la última entrega de Dickens, pero hasta ahora nadie ha mostrado que alguno de sus libros despida un hedor a muerte...Continuaré.
Los teorréicos se realizan al otorgar certificados de defunción. Son tan “absolutamente modernos” que atiborran sus carre-tillas con maniquíes de sus futuros cadáveres para llevarlos a inmolar al altar de su propia estupidez.
Desean a toda costa ser los primeros en proclamar el nacimiento de lo nuevo, aunque no haya nacido. Acaso declararán como su autor favorito a un feto que tal vez mañana yazca en el basurero de una clínica de abortos.
Pero eso no importa. La especie de los teorréicos tiene una especial fijación por ser observada mientras copula con entes abortados. Experimenta un regocijo sin igual cuando presume gustos que nadie, absolutamente nadie más comparte. Placeres difíciles, complicados, inaccesibles para el común de los mortales. Son simpáticos los teorréicos. Ociosos y desocupados por naturaleza, tienen todo el tiempo del mundo para desparramar su excremento. Es una de las únicas especies del mundo que es capaz de defecar aún más de lo que lee. También son especialistas en encontrar chalecos de oro y mantos de diamante en los cuerpos escuálidos de reyes desnudos. Su absoluta modernidad les lleva a ser casi siempre ellos, sólo ellos (y algunas veces sus mejores amigos) los únicos que acceden a masturbarse sobre la cama de la modernidad (A Rimbaud por cierto lo mataron hace mucho)
Los teorréicos son fanáticos de los géneros. Les fascinan los estereotipos y las clasificaciones. Tal vez por ello sienten dudas sobre su propio género sexual.
Francis Fujuyama mató la historia antes del 11 de septiembre. Los imagólogos y los homo videns decretaron la muerte del periodismo escrito en el altar del becerro de oro de la imagen. Alguien dijo que los cinemas serían asesinados por el video. En nombre de internet se han pronosticado incontables masacres. Al libro como objeto lo han condenado a la hoguera. A la novela clásica se le considera el colmo de lo obsoleto. Al rock ya me lo mandaron a la tumba en nombre de los dj.
¿Y? Mientras exista un lector que se imagine el rostro de Ana Karenina y en tanto haya quien se trate de concebir como sería el cuerpo de Emma Bovary, Tolstoi y Flaubert estarán vivos, como lo está Balzac, como lo está Dumas y como lo está la tropa novelística del Siglo XIX, considerada por los teorréicos como el non plus ultra de lo obsoleto.
Es cierto, no tienen certificado de inmortalidad, pero pueden ser pozos inagotables mientras haya la posibilidad y la voluntad de explorarlos.
Ante los teorréicos, la novela es vista hoy como el más anacrónico de los dinosaurios. Un aborto decimonónico que yace en un panteón jurásico. Un banal pasatiempo de masas.
Es cierto, tal vez no volvamos a ver gente amontonada en los puertos esperando la llegada de la última entrega de Dickens, pero hasta ahora nadie ha mostrado que alguno de sus libros despida un hedor a muerte...Continuaré.