Eterno Retorno

Tuesday, November 26, 2024

Aquí no queda ni dios

 


Tras concluir un trámite consular en Monterrey, fui a caminar por la calle en donde yacía la casa en la que pasé mis primeros ocho años de vida. Una peregrinación para volver al origen, al lugar donde absolutamente todo comenzó para mí. Jugar ser arqueólogo de mi más remoto pasado solo para concluir que de aquella infancia embrujada no queda piedra sobre piedra. Estas ruinas que ves… ¿cuáles? Aquí en Río San Juan 103 Colonia Miravalle ni siquiera queda iglesia sobre pirámide. No queda ni polvo, ni ceniza, ni vestigio o siquiera sospecha de nuestro paso por este mundo. Aquí no queda ni dios diría Eskorbuto. Nacimos siendo ya el olvido que seremos. Aquí había una casa. Dentro de esa casa había más de 33 mil libros y siete vástagos del matrimonio de una malagueña con un tapatío. Aquí fui concebido. Aquí viví mis primeros ocho años de vida. Aquí había un jardín encantado donde todos los mundos imaginarios eran posibles. Aquí había un montón de árboles e infinitos países de las maravillas. Había un sauce llorón y un sauce alegre y un toronjo que daba jugosos e infinitos frutos en octubre. Había una casita verde donde yacían arrumbados mil y un cachivaches, ahí donde Chabela parió sus cachorrros en la Nochebuena de 1980 y un tlacuache se los quería comer. Había en el frente un escudo que acreditaba al recinto como Consulado Honorario de Portugal y una mecedora donde se sentaba mi abuela y una puerta con una campana. Pero de todo eso nada más queda. ¿Sabes qué hay ahora? Un hospital particularmente mamón. Se hace llamar Swiss Hospital y ya ha colonizado la cuadra completa. Un hospital con guardias malencarados y médicos que imagino sobrevalorados e insufribles. Doctores odiosos que luego de acuchillar tu capital con mil y un análisis concluyen que te vas a morir y que ya no bebas, ni comas, ni te desvelas, ni cojas ni hagas nada que huela ligeramente a hedonismo, e imagino que sería una gran burla del destino llegar a este pedante hospitalete a que un médico millenial que ni siquiera había nacido cuando la casa que había aquí fue derrumbada, leyera en mi sangre la catástrofe en la que me he convertido y justo en el lugar donde descubrí que vivir es alucinante, me advirtiera con su odioso tonito de sanguijuela moralista que estoy haciendo méritos para morir muy pronto y que debo inyectarme cataratas de ozempic y tragar apios hervidos, deslactosados, pasteurizados y envueltos en un condón y yo le diré simplemente F.O.A.D. (fuck off and die). 



Camino y me refugio en la librería del Fondo de Cultura Económica, lo único bueno que le ha pasado a la zona en los últimos 30 años. La parte de la cuadra que no fue colonizada por un hospital, la acapara la notaría 46 donde despacha orgulloso el señor notario Patricio Chapa ¿así o más estereotípicamente regio el nombrecito? Eso sí, don Patricio no derrumbó las casas de abuelos muertos que compró a precio de ganga, pero las adaptó para su corporativo notarial. Mi cartografía infantil transcurrió entre el Río Santa Catarina y las vías del tren, pero hoy el río es un amasijo de corporativos cristalizados. La calle Río San Juan, en donde aprendí a andar en bici, corre de la carretera Saltillo al Río Santa Catarina a donde se bajaba por una ladera. Hace muchos años en el río había pastores con sus rebaños y unos cuantos caballos prófugos. Después hubo una ciclopista que corría desde Santa Bárbara a Fundidora que recorrí muchas veces en mi bici hasta que Gilberto arrasó con todo. Vaya, con decirles que mi cuento publicado más antiguo se llama Río Santa Catarina, aunque de aquello que lo inspiró ya nada queda. Hoy en el lecho del río hay corporativos galácticos, petulantes torres fálicas buscando sodomizar un cielo siempre sucio. Casas abandonadas pudriéndose entre babeles erectas. Erupción de cemento, diarrea inmobiliaria. La torre más alta, el Tesla más nuevo (aunque Elon Musk te haya mandado olímpicamente a la chingada) el estadio más déspota, y en el Swiss Hospital de la Miravalle les practicarán la cirugía plástica de última generación para que recuperen la juventud que nunca gozaron por estar entregados a una competencia desalmada y les darán pastillas para dormir, para despertar, para no deprimirse y no estallar y hacer infructuosos intentos por mantener sosiegos a los mil demonios y a los mil traumas que los regios llevan adentro. Pastillas para no tener la recurrente pesadilla de volverse pobre o parecer pobre y seguir aspirando a ser algo que nunca serán del todo. Hoy es el futuro y de mi infancia sobreviven tan solo los cerros, pero el horizonte está tan sucio, tan puerco y tan opaco, que ni siquiera puedo verlos, porque en esta ciudad parece habitar un dios enfermo que te arroja en la cara su tóxico aliento mientras el sol ilumina espectros de mugre y pienso que este ya es el post apocalipsis pero en el Swiss Hospital no hay tratamientos para sacarle a los regios esos mil diablos que habitan en sus corazones.