Eterno Retorno

Sunday, November 24, 2024

Hotel de aeropuerto

 



En ciertas teologías le llaman limbo; tú puedes llamarlo hotel de aeropuerto. Estos lugares son el no lugar por antonomasia, la catarsis de la asepsia. Llegas aquí de madrugada e irremediablemente te sientes inmerso en un cuadro de Edward Hopper o en un cuento de Lucía Berlin. De pronto reparo en que pese a haber nacido en Nuevo León nunca había dormido en el municipio de Apodaca. Siempre hay una primera vez.  El avión aterriza de madrugada sin mayores contratiempos. ¿Cuántas veces en mi vida he hecho la ruta Tijuana-Monterrey-Tijuana? Ya he perdido la cuenta. ¿El tramo aéreo que más veces he recorrido en mi existencia? Sin duda. El límbico hotel aeroportuario ofrece transportación gratis a sus huéspedes, pero el chofer tarda más de media hora en llegar. La madrugada ni siquiera alcanza a ser fría. El chofer me pregunta que de donde soy y le respondo que de Tijuana. Lo primero que quiere saber es si conozco al güey de la Patrulla Espiritual. Pero vaya que lo conozco, le digo. ¿No ves que soy un tazo dorado en fuga? Me gané la beca pero la rehusé. Conmigo no parió la cochi. Pienso entonces que El Chiquilín Osuna es el nuevo súper héroe de Tijuana, mucho más conocido que un montón de artistas, políticos o deportistas ¿Lo incluirá Galicot en su salón de la fama tijuanense? Debería.

Llego al hotel. La absoluta desolación que rodea al chico de la recepción es más hopperiana que el más triste cuadro de Hopper

El chofer ofrece llevarme al centro de Apodaca a buscar un restaurante 24 horas, pero opto por dormir sin cenar. Me siento un perfecto extraño. La ventana de mi cuarto tiene vista a un parque industrial.  Cuando en Monterrey la gente me pregunta que de dónde soy les respondo que de Tijuana. Pienso que si les digo que soy regio estaría mintiendo. Podría contarles que según cuenta la leyenda, yo nací aquí hace 50 años, pero la verdad ya no estoy tan seguro. ¿De verdad habré nacido aquí? Sospecho que las montañas son las mismas, pero el resto nada tiene que ver. Pienso que soy el único ser vivo en este hotel, pero cuando bajo a desayunar al amanecer me doy cuenta que está lleno. Los hoteles de aeropuerto son un negociazo. ¿A quién se le ofrece dormir aquí? A mucha gente. Veo sobrecargos de Volaris, ingenieros con el logo de la planta en la blanca camisa, coreanos armados con sus laptops listos para ir a pegarle una chinga al hatajo de haraganes que tienen por subordinados en la fábrica. Pienso entonces en la hipotética historia del ingeniero Cho Kwang-rae, graduado de la Universidad Nacional de Seúl, que trabaja en el corporativo de la Daewoo y un día de noviembre debe viajar a Monterrey a supervisar qué carajos pasa con la planta de Apodaca o Pesquería en donde esta sarta de pendejos no parece asimilar  el nuevo proceso de reingeniería. Eso sí, tal vez sería el cansancio, pero en el no lugar se duerme bien y aunque es otoño enciendo el clima. Entonces sueño que escribo una historia sobre un hotel de aeropuerto y la duermevela me dicta palabras como región límbica, no lugar, asepsia, Edwar Hopper Lucia Berlin y la noche oscura del alma se consume como ceniza en el viento contaminado y otro denso amanecer irrumpe en esta hostil ciudad a donde alguna broma de negrísimo humor me arrojó a nacer. Hotel, dulce hotel.