Eterno Retorno

Wednesday, November 30, 2022

Cuando el atole se vuelve tequila

 


 

 

 Cuando el equipo de atole se vuelve de tequila, las batallas en el desierto se tornan cardiacas. Confieso que tuve una vela encendida y por momentos apestaba a milagro a milagro. Dado que ya eran las doce del mediodía, pensé que bien valía la pena beber un caballito de Don Julio por cada gol, pero todo quedó en dos. 

En los dos primeros partidos del mundial contra Polonia y Argentina tuvimos un equipo de atole. En los últimos 45 minutos contra Arabia el equipo transpiró tequila pero al final no fue suficiente.  

Queríamos épica y épica tuvimos. El equipo de atole sudó licor de agave durante 45 minutos. Brotó esa imprescindible dosis de rabia y puño cerrado que requieres para enfrentar la vida con dignidad enseñándole los dientes a la corrosión de la conformidad. Hacía falta dejar por herencia una estampa apoteósica y Chávez lo hizo con un tiro libre de guante y bandera. Con las uñas palpaban el vientre del milagro. Bastaba un gol mexicano o uno argentino, una tarjeta roja contra un polaco, una alineación de astros en el desierto, pero al final un beduino Masiosare hizo la maldad, bendijo a Polonia y entró al museo de la villanía nacional.  

En 1978 yo tenía cuatro años de edad y aún no sabía nada de futbol, por lo que puedo decir que esta es la primera vez en mi larguísima  vida como aficionado a  este deporte, que me toca ver a México eliminado en primera ronda de un mundial.  

A diferencia de lo que ocurría en mundiales pasados, no vi un solo jugador con liderazgo o carisma y tampoco con la genialidad, la picardía o la irreverencia para cambiar el rumbo de un partido con una jugada individual. Tal vez los desbordes del Chucky Lozano los contundentes disparos de Luis Gerardo Chávez, que nos dejó por herencia el grito más fuerte de gol y la estampa más futbolera de esta fallida selección. Para el recuerdo queda el penal atajado de Ochoa contra Lewandowski y no mucho más 

Vaya, Cuauhtémoc Blanco podía ser odioso, pero trasmitía algo y daba la impresión de poder cambiar la historia en un destello genial. En cambio aquí no veo nada. No hay defensas con el liderazgo y la personalidad de un Rafa Márquez o un Claudio Suárez, ni creativos como un Ramón Ramírez o un Cabrito Arellano o un Benjamín Galindo ni delanteros matones como Borgetti, Oribe Peralta o el Matador Hernández. No hay cañoneros como García Aspe o Marcelino Bernal. Sobrevive algún tímido vestigio de Andrés Guardado y la veteranía con más pena que gloria de Ochoa, pero no mucho más. Del técnico ni hablar. Martino tuvo un gran maestro en el Loco Bielsa, pero hoy me dio la impresión de estar harto. No tuvo la chispa ni el manejo de vestidor de Aguirre ni la disciplina e innovación táctica de Lavolpe. Vaya, con decirles que hasta se extraña los aspavientos de un motivador corriente como Piojo Herrera, que al menos le corría sangre por las venas. 

La Visión de los Vencidos vuelve a ser nuestro libro sagrado. 45 minutos de emoción y esperanza pero al final quedó por herencia una red de agujeros y el mayor fracaso mundialista en 44 años.