Un Valle de la Muerte poblado por ánimas en pena
Cuando en México un crimen se vuelve mediático, la
verdad judicial está condenada a priori a jugar el papel de gran patraña. Entre más se
obsesiona el sistema en venderte una versión oficial, ésta se vuelve más
rocambolesca e inverosímil. Magnicidios, masacres, crímenes de estado, asesinatos
morbosos. Da lo mismo. Cuando un crimen atrae el reflector, su destino
irremediable es multiplicarse en mil ficciones. La lista es larga: Álvaro Obregón,
Tlatelolco 68, la guerra sucia, Manuel Buendía,
Gato Félix, Colosio, Ruiz Massieu, Acteal, Paco Stanley, las muertas de Juárez, Paulette,
los 43 de Iguala y ahora mi paisana Debanhi. Como si fuera una suerte de designio fatal,
en torno a todos estos casos existe la
verdad legal de los tribunales y la verdad no oficial de la calle. En
cualquier historia criminal mexicana hay una verdad judicial en la
que nadie cree y una verdad callejera que te cuentan los taxistas y los cantineros, esa verdad que todos masticamos en cafés y barras y siempre es más creíble que la verdad de la fiscalía. El
crimen de alto impacto o el crimen político suelen transformarse en una
serpiente bicéfala que arroja una parca verdad oficial estructurada en lenguaje
leguleyo y una verdad callejera que a menudo bifurca en infinitas leyendas.
Cuando el periodismo topa con la pared de un expediente cerrado, entonces
brota la negra fábula como única ruta de escape. Cierto, la verdad de la calle
a menudo acaba coqueteando con lo paranormal o con el Hollywood serie B más
chafa. Ya se la saben: historias de
sacrificios satánicos, snuff movies o abducciones extraterrestres. El detalle, es que
fiscalías especializadas, equipos forenses y gobernadores en apuros, a menudo
tratan de venderte historias aún más ridículas e inverosímiles (¿se acuerdan de
cuando Chapa Bezanilla contrató a una bruja llamada la Paca para dar con los
restos del diputado Muñoz Rocha?). También las “verdades” de los siniestros
ministerios coquetean con el teatro del absurdo. Claro, el caso
de mi paisana Debanhi Escobar es el que parece destinado a batir todos los
records. A estas alturas, ya me he hecho a la idea de que la verdad, cualquiera
que ésta sea, nunca la sabremos y aún si por casualidad diéramos con ella,
siempre la pondremos en duda. Digan lo que digan y demuestren lo que demuestren,
nadie lo creerá y si por casualidad dan con el asesino, siempre pensaremos que
es un chivo expiatorio. Entre más se aferran las fiscalías en venderte una
verdad científicamente sustentada, más se hunden en el lodo. Es una arena
movediza de donde brotan mil y un Grémlins. En los infiernos judiciales, la
búsqueda de la verdad entra en una suerte de triangulo de las Bermudas, una
nebulosa cósmica, un descomunal hoyo negro que todo lo chupa. Mención aparte
requieren los caprichos de esa bestia insaciable llamada opinión pública y la
imposibilidad de predecir cuál entre mil y un asesinatos se volverá mediático. Por cada crimen que
atrae reflectores, hay diez mil que yacen en el más absoluto olvido. Por
ejemplo, desde que murió Debanhi, el pasado mes abril, varias decenas de
mujeres han sido asesinadas en México, pero la mayoría de estos nombres no
trascenderán nunca la notita interior de cuatro párrafos y las fiscalías no
tendrán que ofrecer explicaciones a nadie porque nadie las exigirá. Sin
embargo, siempre hay un crimen que salta a la pasarela de la opinión pública y
entre más se aferra un gobernante en aclararlo, minimizarlo o hacerlo olvidar,
más profundo se vuelve el abismo y más se hunde su credibilidad en la arena
movediza. Pregúntenle a Samuel García. Desde que Debanhi murió los tictocs de Mariana
dejaron de ser chistositos y es muy posible que el fantasma de la chica asesinada lo persiga a lo largo de todo el sexenio. Por
más que intente explicarlo, minimizarlo o borrarlo, Debanhi será un espectro
terco que se aparecerá todas las noches. A veces así veo a México, como un
Valle de la Muerte poblado por ánimas en pena, zombis sin descanso cuyos crímenes no resueltos
seguirán alimentando mórbidas fantasías e historias inverosímiles.