Tiene
sus ventajas esto de tener una biblioteca palimpsesto repleta de libros
sobrepuestos en dobles o triples filas.
De pronto, en el más improbable recoveco, irrumpe un ejemplar que creías
perdido. Desde hace algunos meses extrañaba mucho la novela Yo recibiría las
peores noticias de tus lindos labios de Marcal Aquino. ¿Qué carajos había hecho
con ella? ¿Se habría exiliado con la mitad embodegada? Poco probable, pues yo
estaba seguro de que había permanecido en casa. De pronto, tuve la certeza de que lo habría puesto dentro de alguno de
los baúles de madera, pero luego de explorar hasta las profundidades comprobé
que ahí no estaba. Nada me altera tanto
como tener un libro perdido. Tradicionalmente, yo solía saber el lugar exacto
en donde se ubicaba cada ejemplar, pero desde que la biblioteca fue dividida y
la mitad del acervo exiliado a una bodega, todo se ha tornado caótico. En cada
repisa hay dos filas verticales, sobre las cuales hay también montoncitos
horizontales. Generalmente el montoncito horizontal de la fila oculta suele ser
de difícil acceso, pero de pronto, torciendo la mano hacia la parte alta pude
palpar ejemplares ocultos tras la madera y de pronto ahí estaba el amarillento
armadillo sobre fondo verde. Verde-amarello. De pilón el poemario Los días que
no se nombran de José Emilio Pacheco y De lunes a diciembre de Ortega Ortega.
Marzo irrumpe con viento fresco y cielo desnudo (así, como la encuerada de
Avándaro, sin el mínimo resquicio de nube con complejo de tanga). El mar en plan petulante,
arrojando orgulloso e impúdico el
azulísimo traje elegido para ir despidiendo al invierno. La primavera viene con
dagas de desenvainadas como los conjurados de los Idus marzantes.