Eterno Retorno

Saturday, January 23, 2021

Cola de cetáceo: no te ocultes en lo ignoto de esa mar tan rejega.

 

Y la vida es eso: un océano de olvido, un cofre de anécdotas que yacen refundidas en algún pozo del subconsciente. El irremediable naufragio de la memoria que algunos intentamos sin éxito conjurar mientras desparramamos palabras.



Pudieron ser las jijoeputas deidades que controlan esa catástrofe permanente e ineludible llamada destino o pudo ser la siempre caprichosa música del azar, tan aferrada a torcer caminos y a los giros intempestivos en el guión.

La bendición fue sin duda lo repentino de la muerte. Cierto, tal vez no fue una sensual caricia de manto negro o un tenue soplido para apagar la vela, pero ya bastante buen premio fue no agonizar con el culo cagado en la cama pestilente de un hospital público, con un tubo atravesándole el gaznate y una enfermera con cara de fuchi mentando madres por la enésima monserga cadavérica del día. La pandemia de  Covid-19 había hecho que la vida cotidiana se pareciera mucho a El triunfo de la muerte, la macabra obra del pintor flamenco Pieter Brueghel.

La muerte llegó cuando la irrupción de la primera luz era apenas un presagio, en la hora lobuna (o conejuna) que antaño tanto lo inspiraba  y cuando su esposa Cata lo encontró, pasadas las ocho de la mañana, Ánimas estaba por cumplir tres horas de estar bien muerto. Esa muerte tan carente de burocracia y aspavientos fue el último de sus premios.