Eterno Retorno

Monday, December 21, 2020

La noche interminable

 

 

Tuve una relación compleja con este libro. Nuestra parte de noche me atrapaba y me rechazaba con igual intensidad. Como compañero de viaje fue intermitente, pero siempre estuvo ahí, a lo largo de casi todo el 2020. Lo pepené después de una larguísima caminata en la CDMX a finales de febrero y lo comencé a leer en los lluviosos primeros días del confinamiento que entonces llamábamos cuarentena. Me costó entrar en su atmósfera. Aquello era como esos densos sueños de febrícula en donde trataba de caminar con pies de plomo sin apenas avanzar. Me oprimía la incomprensible y por momentos cruel relación del misterioso Juan con su pequeño Gaspar, una suerte de mórbido Remi. Era como si el libro y yo no nos aceptáramos. He sido un aferrado lector de los cuentos de Mariana Enríquez, pero su fase como novelista de larguísimo aliento me costó. El implícito pacto lector-autor estaba tardando en consumarse. Al irrumpir las primeras manifestaciones concretas del horror (la invocación y aparición de un demonio en el cementerio o el primer ritual de la Orden) me quedé con actitud de “no te creo”. Prefería vivir el terror como una intuición o una sospecha y no como una encarnación. La idea de la luz negra mutilando brazos rayaba por momentos en lo kitsch, una sensación como de Santo contra las momias de Guanajuato. Abandoné el libro cuando aún no llegaba a las 200 páginas. Lo dejé reposar un par de meses y después volví, en la mitad del verano. Sucedió entonces que el libro me atrapó e incluso empezó a meterse a mis sueños (soñé con el túnel de los mutilados que pasa por debajo de la mansión de Puerto Reyes). La lectura se tornaba alucinante, aunque por momentos yo acabara agotado, tal como acababa el médium Juan Peterson después de sus sesiones con la Oscuridad. Entonces dejaba el libro unas cuantas semanas y me entregaba a otras lecturas más ligeras. Vaya, en medio de este Apocalipsis zombie mis sentidos pedían más ironía y menos angustias (tal vez por eso disfruté tanto Poeta chileno, de Zambra). Mientras avanzaba en forma intermitente en Nuestra parte de noche, leí muchos otros libros que terminaba en dos sentadas, mientras la novela de Mariana aguardaba siempre al acecho en el buró. Disfruté la parte del Londres psicodélico, las correrías del Gaspar adolescente, los múltiples guiños a las típicas obsesiones de Mariana (andróginos poetas suicidas, textos ocultos, cementerios). De pronto el libro era como un disco de Mercyful Fate o de Type O Negative (mi representación visual de Juan era la imagen de Peter Steele, el gigantón con cara de muerto que cantaba en esa banda). Al final llegué a la página 667 con la sensación de haber atravesado un laberinto de túneles. No cualquiera tiene el fuelle para escribir una novela así. Se requiere condición física y emocional para mantenerle el pulso y la autora casi siempre logra sostenerla. No olvidaré fácilmente este libro, pero aun así prefiero a la Mariana cuentista. Left Hand Path forever.