Siesta
La siesta vespertina bajo el toldo azul
trae consigo historias de viejos aviones de la Gran Guerra que se pasean por
Hacienda del Mar entre columnas rotas y andamiajes abandonados de rascacielos.
Los colegas de la corresponsalía beligerante fuman en el talud mientras imagino
pedazos de aeronave y tanque cayendo sobre mi cabeza. La noche sin nombre, el
debrayado Decamerón del tercer milenio, la canija vida que muerde tan fuerte.
Hablemos, porque tenemos que hablar, de los fálicos submarinos espías, que al sumergirse invocaban la precariedad de mi fosa nasal izquierda. Hablemos, de esos acuáticos alcahuetes del imperialismo, que informan sobre sospechosos movimientos desde la profundidad marina. Hablemos del segundo o tercer piso al que nunca me es dado acceder, de la corrosiva naturaleza del aire de calefacción encendida, del aliento de la helada Rumorosa soplándote como si tal cosa desde la terraza