Hace cien años, cuando tras la guerra irrumpió el gran carnaval de los veinte, vimos por vez primera filas de carretas y carcachas tripuladas por gargantas sedientas de alcoholes baratos y furtivas cópulas. Apostadores, buscavidas, prófugos de la ley y actores aburridos del sobrio glamour hollywoodense fueron al buscar impúdicos paraísos a la Avenida Olvera.
Después de Pearl Harbor llegó el turno de los brazos y las espaldas, la mano de obra de a centavo que se fue a cultivar el fértil útero de la tierra prometida y después la ávida soldadesca, retornando de Normandía, de Corea o de Vietnam, buscando conjurar los traumas de guerra entre las piernas de las paraditas de la calle Coahuila.
¿Y hoy? ¿Quién cruza esta supurante llaga? Un variopinto amasijo tránsfugas, yuppies, arribistas y soñadores, intentando mamar de la urbe del corredor comercial binacional más basto y diverso del mundo. Cruzan los televisores, los Totoyas Tacoma, los equipos aeroespaciales, los componentes de la industria médica, los pepinos y los tomates piscados en San Quintín por mano mixteca; cruzan las drogas –sintéticas y naturales- , cruzan los cuerpos, cruzan los órganos y de norte a sur las armas y las prendas de remate del outlet. Cruzas tú, cruzo yo, cruzan nuestras vidas, nuestros deseos, nuestra absurda condición de renovados buscadores del sentido de una vida siempre prófuga, que pese a todo sigue, tan terca y tan sinsentido como esta fila inacabable y como la historia que está a punto de escribirse...
Monday, February 17, 2020
<< Home