Georgie B
Un domingo cualquiera, a mediados del siglo pasado, un joven de 18 años viajaba en autobús de Córdoba a la Ciudad de México. Durante una parada en Tehuacán, el muchacho compró un periódico para matar el tiempo y de repente se encontró entre sus páginas con un cuento que lo hizo sentir “como una corriente eléctrica recorriendo todo el sistema nervioso”. Esa lectura fue, en sus propias palabras, el mayor deslumbramiento de su juventud. “Exultaba una felicidad que ninguna lectura me había producido. Aquellas palabras: ¿Lo creerás, Ariadna –dijo Teseo-, el Minotauro apenas se defendió, dichas de paso, como al azar, revelaban el misterio oculto del relato: la identidad del extraño protagonista y su resignada inmolación”. El cuento que transformó la vida de ese muchacho y su manera de concebir la literatura es La casa de Asterión de Jorge Luis Borges. El joven deslumbrado por la revelación borgeana se llama Sergio Pitol y el detalle atípico de la historia es que ese cuento alucinante fue leído en papel periódico, concretamente en el suplemento México en la Cultura, dirigido por Fernando Benítez. En realidad no me sorprende la reacción de Sergio. Con Georgie Borges suelen suceder esas cosas. Bolaño relata algo similar sobre una noche afiebrada, delirante e insomne leyendo a Borges recién llegado a Barcelona. “Un día leí un libro y toda mi vida cambió”, son las palabras elegidas por Orhan Pamuk para abrir su Vida nueva. Acaso definen lo que ocurre cuando uno se topa con Borges. No es que la vida cambie de golpe y porrazo, pero nuestra aventura como lectores toma otros senderos. Quien lee a Georgie atraviesa un umbral, ha cruzado una frontera de la que ya no hay retorno. A partir de ese momento entendemos y vivimos la literatura de otra manera. Yo empecé con Dos reyes y dos laberintos, un relato breve incluido en El cuento hispanoamericano, pero la verdadera sacudida irrumpió con El Aleph que leí a los 15 años recién entrando a la prepa. La inmortalidad, la imposibilidad de aprehender el todo, la fatalidad del destino. Obvia decir que el Aleph y Ficciones son los abrevaderos recurrentes (e Historia universal de la infamia es una omnipresente terquedad) aunque últimamente me da más por el Borges tardío de La memoria de Shakespeare (Tigres azules, La rosa de Parcelaso) o los cuentos de El informe de Brodie. El Borges invidente e iluminado que construía estrofas en su cabeza. Libros de arena, monedas de hierro, dantescos ensayos, rosas profundas. Furtiva irrumpe la historia de la noche. No me gusta hablar de favoritos, pero Georgie ha sido el compañero de viaje más terco, el único que nunca se ha bajado del barco, el primero en levantar la mano a la hora del autoexilio a esa mentada isla desierta a donde nos llevaremos los libros de nuestra vida.