Eterno Retorno

Thursday, August 29, 2019

Si tú has estado conmigo cualquier día de los últimos 15 años, te habrás dado cuenta que sobre mi pecho había siempre una pequeña figura plateada colgando de una cadena. Era Mjölnir, el Martillo de Thor. Fue mi omnipresente compañero de viaje desde 2004, pero hoy ya no está más conmigo. Perdí mi ojo de venado, cantan los Caifanes. Perdí mi Martillo de Thor, canto yo ahora. ¿Y saben qué es lo peor de todo? Que nadie me va a proteger. El Martillo se perdió en la volcadura en Mulegé. Con la tremenda sacudida el collar se rompió, pero solamente pude encontrar la cadena tirada en la arena. El Martillo estaba perdido y por más que busqué en medio del caos me fue imposible encontrarlo. Tomando en cuenta que conservamos la vida y la salud y que nuestros cuerpos están aquí, sin aparentes secuelas graves, cualquier pérdida material es intrascendente, sin embargo no deja de ser significativo perder mi Martillo. Era una suerte de objeto contrafóbico que solía tocar en situaciones de tensión o de duda. Sé bien que el animismo y la superstición resultan por demás ridículos y contradictorios en alguien que se proclama agnóstico, pero aquel objeto era un guardián protector que estuvo siempre conmigo en los momentos más significativos y que rodó de acá para allá (y fue de todo y sin medida). Proviene de un lugar lejano, pero no de un país nórdico como podría pensarse. Su origen es centroeuropeo, pura esencia de Imperio Austrohúngaro. Lo compramos en un puesto callejero en la Plaza del Reloj Astronómico en Praga a donde fuimos a rolar Carol y yo en un helado noviembre. Mi Mjölnir es orgullosamente checo. Desde ese momento me acompañó siempre y en todo lugar. Era, en términos castanedianos, un objeto de poder. Pepenado en Praga y perdido para siempre en las arenas del desierto sudcaliforniano entre las playas del Coyote y el Requesón. ¿Alguien lo habrá encontrado? ¿O fue ofrendado a las ánimas transpeninsulares? Lo cierto es que ahora me siento terriblemente extraño cuando toco mi pecho y no siento nada. Estamos infinitamente agradecidos de haber vivido para contarla y de tener salud, pero no dejó de interpretar la pérdida de Mjölnir como un símbolo o un mensaje. Algo muy significativo tenía que quedarse ahí, una figura debía morir para recordarnos que hemos vuelto a vivir. Adiós mi Martillo. Fuiste la humilde ofrenda material en pago por estar vivos.