Algunos años antes de que Roberto Bolaño lo pusiera a rolar por los arrabales de Santa Teresa en 2666, encontré a Sergio González Rodríguez en las páginas de Negra espalda del tiempo de Javier Marías. Cuando el madrileño intenta resolver el misterio del infortunado escritor británico Wilfrid Ewart (muerto por una bala perdida que le vació el ojo en los primeros minutos de 1923 en el balcón del hotel Isabel en la Ciudad de México) recibe una carta del ensayista Sergio González Rodríguez, quien le aclara algunos enigmas en torno al suceso. Ahora que lo pienso, son muchísimos los libros y compilaciones de crónica y entrevistas donde aparece el gran Sergio. Antologías que van desde Enviados especiales y Viento rojo hasta el improbable (e inhallable) La pluma y el lapicero, en donde relata sus incursiones a la calle San Simón 62 en la colonia Portales donde por años afinaron con el Monsi los detalles del suplemento La cultura en México. Ahí narra también sus tardes en la redacción de La Jornada con un otoñal Fernando Benítez y el nacimiento de El ángel de Reforma a donde fue invitado por Juan Villoro. La última que leí fue la entrevista que le hizo Mónica Maristain. Ha caído la noche y la verdad es que aún no me acabo de creer la noticia de la muerte de Sergio. De verdad ha sido un cuchillazo, el trago más amargo de un año al que le sobra hiel y puntas afiladas. Hace menos de seis meses estuvo en Tijuana para el Felino y hace menos de un mes intercambiamos un par de correos y le envié unos libros. Pensaba escribirle para platicarle de mis correrías en Juárez pero hoy me queda claro que la vida no va a esperar. Podemos morir esta noche o estirar la vereda unos amaneceres más. Después de ver esta mañana la imagen que compartió Jorge Ortega, recordé estas fotos no publicadas yacientes en mi celular. Tal vez no sea mala idea compartirlas. Por ahora es tiempo de releer De sangre y sol.
Monday, April 03, 2017
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