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Hoy es un lunes de sangre y sol, o acaso deba decir de nubes cuaresmales y un repentino luto que muerde duro. Sergio González Rodríguez se ha ido y a mí me cuesta horrores creerlo. Demasiados símbolos e intuiciones para tomar a la ligera esta partida.
“Demarcar el mundo implica este recordatorio de la zona de zonas que exorciza la iniquidad del tiempo y del destino, las exasperaciones de la muerte, el caos, la catástrofe y sus mandatos: la propia creación en su profundidad –que incluye lo adversativo- el atisbo al relumbre dual que cintilla más allá de la última puerta hacia la noche”, escribió Sergio. Acaso por furtivos párrafos como ése es que vuelvo a abrevar una y otra vez en su prosa. Tuve la fortuna de conocerlo y sólo puedo decir que fue demasiado generoso conmigo. Durante mi pasado viaje a Juárez su recuerdo fue omnipresente, pues me sumergí en la relectura de Huesos en el desierto.
“Entre los escritos, la lectura y la imaginación pulsa la vida sutil de las ideas que llega a urdir una geografía espiritual, cuyos bordes penetran y trascienden a veces la realidad, los países, su historia y su cultura”. En esa geografía navegas Sergio. El embrujo de la relectura se consumará una y otra vez con tus libros. Gracias Sergio. Gracias por todo.
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