En el cenicero de mis duermevelas yacen tormentas de rayo y trueno, un canapé mordido con tinta frágil en el centro y seguramente esos viajes con escala en distópicos aeropuertos y las estaciones de metro en línea recta con el Armagedón. El tejido neuronal es la arena empapada tras la ola, verde lama en los acantilados del limbo donde yace todo este marchitante sueñerío.
Hubo un varano o lagarto monitor. Hubo (y esa es la mayor y fatal certidumbre) un cruce sobre un puente en tinieblas para atravesar el anal del Río Tijuana (¿anal o canal?.. subconscientes errores de dedo arrojan sepultados deseos a la estepa del papel blanco). Oscuridades y silencios que sólo en las más profundas horas de la duermevela pueden irrumpir con su pinta de espectrales teporochos. Recuerdo la redacción a la media noche, un aventón postergado hacia el oeste de la ciudad y el quehacerista sonorense en buen plan, pidiendo aguardar media hora mientras yo me preguntaba si aún existiría el gran Vallejo al volante de la Urban. Y hubo más, mucho más, como el entrevero de la noche anterior con alguna señora con no pocas dosis de petulancia y el blowing bubbles sonando en la esquina de un bajo barrio londinense y algún imaginario quehacer de final de Copa Sudamericana entre Liniers y Boedo para acabar en el Defensores del Chaco.
Monday, March 13, 2017
<< Home