Cada vez son más frecuentes los amaneceres en que su nariz y garganta parecen transformarse en un iceberg alcaloide. De nada le vale a Aurelio Vallisoletano pagar tan bien por la más fina coca del mercado, pues la única certidumbre es que llegado el final de la noche arribarán puntuales los millones de hormigas que siente caminar bajo su epidermis y la sensación de que paredes nasales y esófago se han transformado en un frío torrente pastoso. Por herencia le queda un omnipresente retrogusto químico y la certeza de tener pústulas de droga obstruyendo el aparato respiratorio. Las madrugadas blancas empiezan a cobrar factura con su saldo de taquicardias y sudores fríos como el que lo ha arrojado cama afuera poco antes de las cinco de la mañana. Tampoco la calentura ni el onanismo compulsivo tienen sosiego pero aunque una permanente galería de imágenes sadomasoquistas desfila en su mente en forma de dispositivas, las erecciones brillan por su ausencia.
Sunday, November 20, 2016
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