Eterno Retorno

Saturday, July 20, 2013

La noche del 16 de julio de 1928, Álvaro Obregón se va a la cama sin saber que en el convento de la Madre Conchita se ha decidido ya el lugar y la hora de su muerte. Imaginemos la madrugada del 17 de julio: Obregón duerme y José de LeónToral está despierto. El gordinflón presidente electo rueda en su cama y tiene un sueño intranquilo a causa de la mala digestión. Aunque su juguetón cinismo podría hacernos creer que el sonorense es inmune a afectaciones emocionales, es un hecho que le sobran motivos para sentirse preocupado, máxime cuando ya ha sido víctima de un atentado. De acuerdo, Obregón está preocupado, pero concilia el sueño. La comida con los diputados guanajuatenses en el restaurante La Bombilla es sólo un evento más en su nutrida agenda que no le merece especial atención. Obregón duerme o intenta dormir; León Toral reza. Las cosas ocurren en el mismo instante en dos lugares distintos de la Ciudad de México. En el preciso instante en que el mandatario electo rueda en su cama o se levanta para orinar, Toral está entregado a la oración o repasando por enésima vez su ruta de acción. Obregón no sabe quién es Toral pero para Toral Obregón lo es todo en la vida y esa misma noche es el centro de todos sus pensamientos Esa noche antes del magnicidio la víctima duerme ajena e ignorante, mientras el futuro verdugo es consumido por el insomnio y los nervios. Las horas transcurren a un ritmo diferente para la futura víctima y el futuro victimario. Podemos imaginar en una pantalla dividida en dos la exacta secuencia de sus actos, el minuto a minuto que los conducirá a su encuentro definitivo. Toral está destinado a ser el ejecutor de una sentencia de muerte, pero las horas previas al crimen las vive como si él fuera el condenado, pues sabe que en el instante en que apriete el gatillo, estará ejecutando su propia condena. Víctima y victimario se hermanarán para siempre en un destino trágico. (DSB El magnicidio como una de las bellas artes)