Eterno Retorno

Thursday, May 26, 2011


Si es cierto que hay en este mundo quienes hacen la Historia y quienes simplemente la padecen, el día que fui a tramitar la FIEL al Servicio de Administración Tributaria me sentí más que nunca encarnado en el segundo grupo. Padezco la Historia coma una enfermedad infecciosa e incurable.

Aquel día amaneció lloviendo. Cielo cerrado, nubes oscuras y gotas machaconas. ¿Lluvia de mayo en Tijuana? Estas alteraciones climáticas tienen consecuencias literarias, pues no están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero en cierto intento de narración que llevo algún tiempo desparramando, la lluvia en abril juega un papel importante y en la historia se dice que aquí en la tijuanera y xoloitzcuintla tierra, sólo llueve los primeros dos meses del año. En fin, cuestión de ponerle otra tachadura a Vientos de Santa Ana.

Aquella lluviosa mañana tuve una ráfaga de energía que me permitió enfrentar la cuesta arriba y pensar que pese a todo y contra todo, la vida, aunque no parezca, tiene sentido. Ese destello de vida fue ver la carita de Iker tras la ventana del balcón mirándome mientras me subía al carro. Un auténtico punch de sentido de vida que me permitió superar el sentirme por un momento el más absurdo de los sísifos.

Bajo la lluvia y a las siete de la mañana, la carretera libre Rosarito-Tijuana es algo más que una prueba de resistencia. La esencia de esta ciudad es el caos, pero bajo el agua toda catástrofe se vuelve superlativa. Más de una hora y media de camino viendo como el marcador de la gasolina desciende veloz e irremediablemente hacia el rojo infierno del vacío, su hábitat natural en los tiempos del incremento compulsivo. Lo cierto es que manejar bajo la lluvia en Tijuana es algo que he tenido que hacer cientos de veces (el 7 de diciembre de 2009, horas antes de la llegada de Iker, debimos sortear un diluvio universal) Ver el irremediable vaciado del tanque es hoy en día el más cotidiano de mis infiernos.

Los infiernos que aún no me son habituales, son esos orwellianos recintos tributarios. Para acabar de escupirte en la cara, el sitio donde se encuentra el SAT en Tijuana es una colonia llamada 70-76. Miéntame la madre. Creo que si vives en un sitio con ese nombre ya inicias el partido con el marcador en contra. Una colonia que tributa a un sexenio de jodidéz y devaluación. Una colonia que tributa al sexenio en el cual nací. No sólo soy viejo, sino que además cargo la cruz de haber nacido en un guayabero periodo presidencial de nacionalismo kitch y torpeza recalcitrante. Sin duda en aquel miserable sexenio, la Secretaría de Hacienda (que por cierto ocupaba López Portillo) debió ser un sitio donde una gorda torta-mordida o un buitre corbata-sucia, ambos reglamentariamente corruptos y sindicalizados, te atendían detrás de una Olivetti oxidada tamaño mastodonte y te daban algunos pellizcos y mordidas de varios ceros a cambio de una declaración más benigna.

Hoy, la herencia de aquel 70-76 son los viejos treintañales que nacimos en aquella infausta época, la escuelita de conviértase en un corrupto en diez sencillas lecciones y el nombre de una colonia en donde, entre otras cosas, está la Policía Federal y los hangares militares, sitio en el que a bordo de un Hércules, son escupidos rumbo a Almoloya los capos recién capturados. Sin embargo, la gorda torta-mordida y el zopilote corbata-sucia hoy brillan por su ausencia. Eso sí ha cambiado. Hoy, quien truena los tributarios chicharrones en Hacienda es el robot chamarra-azul. Fríos, inexpresivos, de pocas palabras. Son similares a los hombres grises de Momo o a los tipos malos de Matrix. Pisos trapeados, reloj de jamonería, angustia en los rostros.
El primer reparo es que tramité mi cita como renovación de FIEL y no como primera vez. El chamarra-azul quiere condenarme a la tercera división de los que no traen cita y hacen fila de cuatro horas, pero esa suma de terquedad- compasión me permite tomar mi papelito y aguardar mi turno. Mi número me conduce hasta el escritorio de una mujer chamarra-azul. Fea, inexpresiva, irremediablemente patética. Trabaja con estándares de calidad total y medición de tiempos. Por eso mismo se niega a recibir a alguien que no ha terminado de llenar a mano su hoja con datos generales. Aquí la fórmula terquedad- compasión no arroja resultados. Voy de regreso a la jamonería. Mi número me conduce ahora al escritorio de un veinteañero chamarra-azul con aspiraciones de eficiencia, en todo caso preferible al patetismo inflexible de la mujer. Toda esa serie de combinaciones improbables de letras y números que construyen la esencia de mi ser ante la burocracia son revisadas por el veinteañero y una vez que su cabeza ha procesado que soy quien digo ser, me manda al lugar donde otro chamarra-azul se encarga de herrarme como una res en hato de ganado y marcar el número de la Bestia. San Juan lo supo en Patmos: el número de la Bestia es la FIEL. No tengo una biblia a la mano, pero recuerdo algo así como que nadie que no tenga marcado el número de la Bestia podrá comerciar o intercambiar bienes ni realizar operación alguna. Eso mismo me dijo el Gobierno Federal: sin tu bestial y apocalíptica FIEL estás podrido en este mundo. Mis manos pegadas a un cristal, mis cejas colocadas rígidas sobre un aparatejo que lee símbolos ocultos en el iris. Welcome to the New Dark Ages. Estoy inmerso en una pesadilla futurista de Orwell. El nuevo Proceso de Kafka no es un juicio impersonal y burocratizado por un delito que siempre desconocerás, sino un tipo que se juega la vida marcando paswords siempre incorrectos y construye declaraciones patrimoniales siempre rechazadas en declaranet.com. Por si esas ficciones burocráticas denominadas CURP y RFC llegan a ser falseadas, ahí están capturadas esas realidades innegables de dedos y ojos cortesía del ADN. Ahora sí Hacienda me tiene debidamente agarrado de los huevos y los chamarra-azul sonríen satisfechos. Una cabeza de ganado más para devorarse. El secreto de mi vida y la revelación del Santo Grial encriptado yacen ocultos en un USB que llevo en la bolsa de la camisa.

Salgo del siniestro edificio pisos-pulcros. Ha dejado de llover. Camino por las calles mojadas del 70-76 y pienso que el héroe de nuestro tiempo es aquel que logra escabullirse de fieles, curps, rfcs y chamarras-azules. Tomo al azar un camión que pienso me conduce al Centro vía Zona Río, pero el mastodonte se interna por las míticas calles de la colonia Libertad. Bajo en algún lugar de una empapada Aquiles Serdán y emprendo la caminata calle abajo. En mi camino se cruza un viejo fotógrafo. Me reconoce, me saluda y me dice que tiene unas fotos mías, no en un archivo, sino ahí mismo, en su viejo maletín de cuero que carga a todas partes. Saca un par de fotos y en efecto, ahí estoy yo, chaleco marrón Tijuana en Positivo, camiseta verde de la Selección Mexicana, cara de encampañado. El hombre me regala las fotos. Le agradezco y sigo mi camino…