La Quinta y el cisne
En El tañido de una flauta, Sergio Pitol usa la imagen de un cisne que es degollado. El cisne como metáfora no tiene muchas opciones: O emite su último canto o es degollado.
Al pensar en el cisne recordé la Quinta González, un verde oasis en el que pasé muchas, muchísimas tardes de mi infancia. La Quinta González estaba a unas cuadras de la casa de mis abuelos, sobre la salida a la carretera a Saltillo. Hace muchos años eso eran las afueras de Monterrey, los límites de la ciudad. Hoy son parte de lo céntrico de la mancha urbana. La Quinta González tenía su entrada principal por el lado de la carretera Saltillo y sus límites se extendían hasta el Río Santa Catarina. La Quinta me parecía un espacio infinito, eterno, inabarcable. Tenía incontables jardines, fuentes, una acequia y un lago artificial. La Quinta fue un semillero de sueños e historias atiborradas de magia. Confieso que actualmente sigo teniendo muchos sueños que se desarrollan en la Quinta. Claro que las historias sobre brujas, encantamientos y duendes que contaba mi tío José Manuel influían muchísimo en mis fantasías. Recuerdo que ir en la noche era toda una aventura, pues la Quinta se llenaba de tlacuaches y otras bestezuelas nocturnas.
Hasta mi adolescencia fui un asiduo visitante de la Quinta. Y bien, alguien me preguntará ¿Y eso que carajos tiene que ver con el cisne? Sí, ya se que soy el campeón de la dispersión y la anárquica asociación de ideas. Pero resulta que la lectura de Pitol me hizo recordar que en la Quinta había un enorme lago artificial. Siempre llegábamos a la orilla del lago en apariencia desierto en cuyas aguas sólo flotaban las hojas secas de los árboles. Sin embargo, después de algunos minutos estar ahí, aparecía el amo y señor de ese lago: Un enorme y malencarado cisne blanco. Un cisne solitario y feroz que reinaba con dignidad aristocrática sus aguas y al que no agradaban los visitantes. Podría buscar una y mil simbologías sobre el ave en mis recuerdos, pero eso mejor se lo dejo a Pitol.
Gloria Patriota
La gente ordinaria me echa en cara que suelo apoyar equipos sin grandes laureles deportivos. Estando fuera de Monterrey, la gente se sorprende de mi fanatismo por los Tigres y les llama la atención que no sea yo el clásico y aburrido tipo ordinario que apoya a América o Pumas y otros equipos chilangos y tapatíos de su ralea.
Con la NFL me sucedía lo mismo. Yo siempre me declaré Patriota y desde niño solía usar indumentaria de ese equipo (los regalos de mis tíos Davy de Massachussets influían en mis gustos claro está) Recuerdo aquellas temporadas de 1-15, el SuperBowl de 1986, cuando Osos de Chicago nos apaleó y las burlas de mis compañeros, ordinaria y aburridamente fanáticos de los despreciables Dallas Cowboys (aborrezco con el alma a ese equipo) o los 49 de la época de Montana y los Delfines de Marino o los Gigantes o los Raiders (clásico de aspirante a chico malo y con vocación de pandillero) Yo me mantenía fiel a los Patriotas. Pues bien, ahora me toca la época de vacas gordas y aunque sin duda no faltará quien piense que estoy con los Pats por ser los ganadores, lo cierto es que a mí me ponen contento sus triunfos y creo que las Águilas necesitan algo más que un milagro para evitar ser apaleadas este domingo por la avalancha Patriota.
Fin de semana en familia
Mis padres me visitan en Tijuana casi seis años después de su última y única visita a esta ciudad. Harto gusto me da recibirlos por estos terruños tijuanenses en donde vivo mi autoexilio sin visitas. Para no ir más lejos, nunca un familiar consanguíneo, sea Salinas o Basave, ha visitado nuestra casa y en seis años cuento con los dedos de una mano (y me sobran) las visitas de amigos o familiares a Tijuana.
En El tañido de una flauta, Sergio Pitol usa la imagen de un cisne que es degollado. El cisne como metáfora no tiene muchas opciones: O emite su último canto o es degollado.
Al pensar en el cisne recordé la Quinta González, un verde oasis en el que pasé muchas, muchísimas tardes de mi infancia. La Quinta González estaba a unas cuadras de la casa de mis abuelos, sobre la salida a la carretera a Saltillo. Hace muchos años eso eran las afueras de Monterrey, los límites de la ciudad. Hoy son parte de lo céntrico de la mancha urbana. La Quinta González tenía su entrada principal por el lado de la carretera Saltillo y sus límites se extendían hasta el Río Santa Catarina. La Quinta me parecía un espacio infinito, eterno, inabarcable. Tenía incontables jardines, fuentes, una acequia y un lago artificial. La Quinta fue un semillero de sueños e historias atiborradas de magia. Confieso que actualmente sigo teniendo muchos sueños que se desarrollan en la Quinta. Claro que las historias sobre brujas, encantamientos y duendes que contaba mi tío José Manuel influían muchísimo en mis fantasías. Recuerdo que ir en la noche era toda una aventura, pues la Quinta se llenaba de tlacuaches y otras bestezuelas nocturnas.
Hasta mi adolescencia fui un asiduo visitante de la Quinta. Y bien, alguien me preguntará ¿Y eso que carajos tiene que ver con el cisne? Sí, ya se que soy el campeón de la dispersión y la anárquica asociación de ideas. Pero resulta que la lectura de Pitol me hizo recordar que en la Quinta había un enorme lago artificial. Siempre llegábamos a la orilla del lago en apariencia desierto en cuyas aguas sólo flotaban las hojas secas de los árboles. Sin embargo, después de algunos minutos estar ahí, aparecía el amo y señor de ese lago: Un enorme y malencarado cisne blanco. Un cisne solitario y feroz que reinaba con dignidad aristocrática sus aguas y al que no agradaban los visitantes. Podría buscar una y mil simbologías sobre el ave en mis recuerdos, pero eso mejor se lo dejo a Pitol.
Gloria Patriota
La gente ordinaria me echa en cara que suelo apoyar equipos sin grandes laureles deportivos. Estando fuera de Monterrey, la gente se sorprende de mi fanatismo por los Tigres y les llama la atención que no sea yo el clásico y aburrido tipo ordinario que apoya a América o Pumas y otros equipos chilangos y tapatíos de su ralea.
Con la NFL me sucedía lo mismo. Yo siempre me declaré Patriota y desde niño solía usar indumentaria de ese equipo (los regalos de mis tíos Davy de Massachussets influían en mis gustos claro está) Recuerdo aquellas temporadas de 1-15, el SuperBowl de 1986, cuando Osos de Chicago nos apaleó y las burlas de mis compañeros, ordinaria y aburridamente fanáticos de los despreciables Dallas Cowboys (aborrezco con el alma a ese equipo) o los 49 de la época de Montana y los Delfines de Marino o los Gigantes o los Raiders (clásico de aspirante a chico malo y con vocación de pandillero) Yo me mantenía fiel a los Patriotas. Pues bien, ahora me toca la época de vacas gordas y aunque sin duda no faltará quien piense que estoy con los Pats por ser los ganadores, lo cierto es que a mí me ponen contento sus triunfos y creo que las Águilas necesitan algo más que un milagro para evitar ser apaleadas este domingo por la avalancha Patriota.
Fin de semana en familia
Mis padres me visitan en Tijuana casi seis años después de su última y única visita a esta ciudad. Harto gusto me da recibirlos por estos terruños tijuanenses en donde vivo mi autoexilio sin visitas. Para no ir más lejos, nunca un familiar consanguíneo, sea Salinas o Basave, ha visitado nuestra casa y en seis años cuento con los dedos de una mano (y me sobran) las visitas de amigos o familiares a Tijuana.