De periódicos y otras prisas
Con interés leo lo escrito por Morcillo en torno al periodismo, la cultura y otros tópicos. Este párrafo me resulta particularmente interesante.
El periódico aprisiona, en el fugaz orden de sus columnas y de sus recuadros, la desordenada, grotesca, feroz, magnánima, ignominiosa realidad que el mundo continuamente le echa encima; describe procesos sociales y anómalos casos individuales, transformaciones periódicas de la vida, mutaciones antropológicas; enlaza la crónica de barrio con acontecimientos mundiales, junta horror, piedad verdadera y falsa, verdad y mentira, retórica, frases hechas, manipulaciones, descubrimientos, denuncias, batallas, encubrimientos. Como lo sabía Dickens o Dostoievski, el periódico es el borrador de una tentacular y gigantesca novela que ya es global, que se dispersa y disuelve en miles de arroyuelos que de inmediato desaparecen. Mucho depende del nivel, de la calidad, del tono, de la honestidad de esta novela por entregas que es el periódico. Ciertamente, la cultura del periódico no se identifica con la vieja Terza Pagina (Sección Cultural) o con las actuales páginas ?culturales? que se ocupan de literatura, arte, filosofía, música, historia, cine.
Me parece un párrafo de lo más rescatable el incluido por Morcillo. El periódico en efecto, suele ser un licuado de vida diaria hecho en carrera contra reloj con las prisas del omnipresente cierre.
No se si Dickens y Dostoievski coincidieron, pero lo cierto es que me agrada eso de la tentacular y gigantesca novela disuelta en miles de arroyuelos.
Algo se yo de esto. El periódico es una novela fugaz, efímera, que vive su momento de máximo esplendor entre las 7:00 y las 11:00 de la mañana y que con la llegada del ocaso siente llegar su agonía. El Periódico de Hoy vive su apoteosis cuando yace alzado al cielo por el brazo incansable del voceador en algún transitado crucero. Se regodea cuando está en la mesa junto al desayuno de cientos de políticos y funcionarios, mientras el atarantado empleado de comunicación social se encarga de sacar las copias y engraparlas para enviar la síntesis a sus superiores y los locutores de radio leen las noticias principales. En un día de entre semana, el periódico vive su momento de gloria por la mañana. Por la tarde, como las actrices viejas o gordas, empieza a sentir el horror de la indiferencia y la pérdida de actualidad. Al anochecer es obsoleto y al día siguiente se ha transformado en el periódico de ayer, eclipsado por el todo poderoso periódico de Hoy. Algunos, los ejemplares memorables de grandes reportajes o aquellos que tienen algún significado para el lector (no hay mujer que se resista a guardar el ejemplar donde sale su foto en Sociales, máxime si la foto salió bien) se salvarán de la basura o el cementerio de la hemeroteca. Yo desde niño tengo la mala costumbre de guardar periódicos. En mi infancia, cuando faltaba mucho para que me pasara por la cabeza trabajar en algún periódico, me dedicaba a guardar religiosamente ejemplares de El Norte (que era el periódico que recibíamos en casa y en el que muchos años después trabajé) Guardé todos los ejemplares del Mundial México 86, los que reseñaban grandes triunfos de los Tigres o hechos históricos, como aquel gran zafarrancho de macanas y gases en la Macro Plaza cuando Jorge Treviño le hizo el fraude a Canales Clariond en 1985. Los cajones de la base de mi cama estaban atiborrados de periódicos viejos que vivieron conmigo durante años hasta que al ser adulto y contraer matrimonio los acabé por tirar. Siempre he sido un lector compulsivo de periódicos. Actualmente se comprende, pues trabajo en uno y digamos que parte de mi trabajo cosiste en saber qué manejan los otros periódicos de la ciudad. Así las cosas una parte de mi existencia diaria se va en leer lo que publican diarios, semanarios, pasquines y demás. También me confieso un fanático de las hemerotecas. En la de la Biblioteca Benito Juárez pese a lo apolillada y destartalada, yo soy feliz y pedo pasar horas leyendo ejemplares viejos del Zeta de finales de los 80 y principios de los 90 (cuando Zeta era Zeta y no la triste sombra de si mismo en la que se ha transformado) La historia se lee diferente cuando la lees en los periódicos. Hay ese olor fresco de actualidad e incertidumbre que rodea a la inmediatez y que contrasta con el frío análisis del historiador. Para leer sobre el asesinato de Colosio, nada como el periódico del 24 de marzo de 1994. Todo lo que se escribió después es paja vil.
En fin, podría seguir escribiendo mucho sobre la metafísica del periodismo, pero ya no tengo tiempo, pues resulta que trabajo en un periódico y me he atrasado en mi trabajo por estar desvariando con estas cosas.
Con interés leo lo escrito por Morcillo en torno al periodismo, la cultura y otros tópicos. Este párrafo me resulta particularmente interesante.
El periódico aprisiona, en el fugaz orden de sus columnas y de sus recuadros, la desordenada, grotesca, feroz, magnánima, ignominiosa realidad que el mundo continuamente le echa encima; describe procesos sociales y anómalos casos individuales, transformaciones periódicas de la vida, mutaciones antropológicas; enlaza la crónica de barrio con acontecimientos mundiales, junta horror, piedad verdadera y falsa, verdad y mentira, retórica, frases hechas, manipulaciones, descubrimientos, denuncias, batallas, encubrimientos. Como lo sabía Dickens o Dostoievski, el periódico es el borrador de una tentacular y gigantesca novela que ya es global, que se dispersa y disuelve en miles de arroyuelos que de inmediato desaparecen. Mucho depende del nivel, de la calidad, del tono, de la honestidad de esta novela por entregas que es el periódico. Ciertamente, la cultura del periódico no se identifica con la vieja Terza Pagina (Sección Cultural) o con las actuales páginas ?culturales? que se ocupan de literatura, arte, filosofía, música, historia, cine.
Me parece un párrafo de lo más rescatable el incluido por Morcillo. El periódico en efecto, suele ser un licuado de vida diaria hecho en carrera contra reloj con las prisas del omnipresente cierre.
No se si Dickens y Dostoievski coincidieron, pero lo cierto es que me agrada eso de la tentacular y gigantesca novela disuelta en miles de arroyuelos.
Algo se yo de esto. El periódico es una novela fugaz, efímera, que vive su momento de máximo esplendor entre las 7:00 y las 11:00 de la mañana y que con la llegada del ocaso siente llegar su agonía. El Periódico de Hoy vive su apoteosis cuando yace alzado al cielo por el brazo incansable del voceador en algún transitado crucero. Se regodea cuando está en la mesa junto al desayuno de cientos de políticos y funcionarios, mientras el atarantado empleado de comunicación social se encarga de sacar las copias y engraparlas para enviar la síntesis a sus superiores y los locutores de radio leen las noticias principales. En un día de entre semana, el periódico vive su momento de gloria por la mañana. Por la tarde, como las actrices viejas o gordas, empieza a sentir el horror de la indiferencia y la pérdida de actualidad. Al anochecer es obsoleto y al día siguiente se ha transformado en el periódico de ayer, eclipsado por el todo poderoso periódico de Hoy. Algunos, los ejemplares memorables de grandes reportajes o aquellos que tienen algún significado para el lector (no hay mujer que se resista a guardar el ejemplar donde sale su foto en Sociales, máxime si la foto salió bien) se salvarán de la basura o el cementerio de la hemeroteca. Yo desde niño tengo la mala costumbre de guardar periódicos. En mi infancia, cuando faltaba mucho para que me pasara por la cabeza trabajar en algún periódico, me dedicaba a guardar religiosamente ejemplares de El Norte (que era el periódico que recibíamos en casa y en el que muchos años después trabajé) Guardé todos los ejemplares del Mundial México 86, los que reseñaban grandes triunfos de los Tigres o hechos históricos, como aquel gran zafarrancho de macanas y gases en la Macro Plaza cuando Jorge Treviño le hizo el fraude a Canales Clariond en 1985. Los cajones de la base de mi cama estaban atiborrados de periódicos viejos que vivieron conmigo durante años hasta que al ser adulto y contraer matrimonio los acabé por tirar. Siempre he sido un lector compulsivo de periódicos. Actualmente se comprende, pues trabajo en uno y digamos que parte de mi trabajo cosiste en saber qué manejan los otros periódicos de la ciudad. Así las cosas una parte de mi existencia diaria se va en leer lo que publican diarios, semanarios, pasquines y demás. También me confieso un fanático de las hemerotecas. En la de la Biblioteca Benito Juárez pese a lo apolillada y destartalada, yo soy feliz y pedo pasar horas leyendo ejemplares viejos del Zeta de finales de los 80 y principios de los 90 (cuando Zeta era Zeta y no la triste sombra de si mismo en la que se ha transformado) La historia se lee diferente cuando la lees en los periódicos. Hay ese olor fresco de actualidad e incertidumbre que rodea a la inmediatez y que contrasta con el frío análisis del historiador. Para leer sobre el asesinato de Colosio, nada como el periódico del 24 de marzo de 1994. Todo lo que se escribió después es paja vil.
En fin, podría seguir escribiendo mucho sobre la metafísica del periodismo, pero ya no tengo tiempo, pues resulta que trabajo en un periódico y me he atrasado en mi trabajo por estar desvariando con estas cosas.