Estereotipos navideños
En el blog de El árbol leo una interesante reflexión sobre los estereotipos de la Navidad. A menudo nos pintan la Navidad con paisajes nevados, casas de doble teja con chimenea, niños en trineos y renos, siendo que son una minoría los países donde se viven de esa forma las fiestas decembrinas. En el Hemisferio Sur y en los países cercanos al Ecuador o los Trópicos la Navidad es caliente.
Esto de los estereotipos navideños ha dado lugar a más de una controversia y me hecho recordar las rabietas de nuestras priistas autoridades educativas, que querían darle un sentido nacional a la Navidad.
Recuerdo que en la primaria, por iniciativa de la Secretaría de Educación, siempre tan ridículamente nacionalista (yo estudiaba primaria en tiempos de López Portillo y De la Madrid, tómenlo en cuenta), nos convocaban a concursos de adornos navideños y dibujos. La única condición era que no podíamos incluir bajo ningún motivo elementos extranjerizantes, léase pinitos de Navidad, Santacloses y duendes, pues atentaban contra el sentido patriótico de nuestras costumbres. Tampoco podíamos incluir en esos concursos oficiales elementos religiosos, léase niños dioses y vírgenes, pues atentaban contra el sentido laico del Artículo 3. Así las cosas, te dejaban un margen de acción limitadísimo que te obligaba a dibujar pastorcitos prietos con sombrero y zarape quebrando piñatas de estrella y tragando tamales, algo absolutamente improbable en la orgullosamente texana Monterrey, donde son más proestadounidenses que Bush y donde la Navidad es más gringa que en Houston. Así las cosas, por no herir la sensibilidad patriotera de la SEP y tener una mínima posibilidad de ganar, ahí nos tienes a los niños regios de escuela privada dibujando una supuesta Navidad mexicana que jamás habíamos visto ni vivido en nuestras vidas. Crecimos con Santa Claus y no con los Reyes, con pavo, con pinito de Navidad y nada sabíamos de esas piñatotas de estrella.
Las más bellas navidades
En 1986 fuimos a pasar la Navidad a Groton Massachussets con la familia Davy. Esa ha sido una de las mejores navidades de mi existencia. Por primera vez viví una Navidad absolutamente pintoresca en un pueblito típico hasta decir ya como es Groton, en el mismísimo corazón de Nueva Inglaterra, dentro de una casa de madera, con techo de doble teja, situada en lo alto de una colina nevada, en donde hicimos monos de nieve y me deslicé sobre un pequeño trineo que me regalaron mis tíos. Fue una Navidad de pintura. Inolvidable. Sólo faltó ver el trineo de Santa Claus surcando los cielos.
En 1995, como ya he narrado, pasé la Navidad en la sierra chihuahuense, en el pueblo tepehuán de Baborigame. Es una aldea apartada de todo, sin servicios públicos y con una temperatura gélida. No había pinitos con esferas, pero sí miles de pinos en las colinas. No había pavo, pero sí tamales. No había Santa Claus, pero sí mucha calidez humana. Entonces me sentí en el cuento Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano y ha sido sin duda la Navidad más feliz de mi vida adulta.
En el blog de El árbol leo una interesante reflexión sobre los estereotipos de la Navidad. A menudo nos pintan la Navidad con paisajes nevados, casas de doble teja con chimenea, niños en trineos y renos, siendo que son una minoría los países donde se viven de esa forma las fiestas decembrinas. En el Hemisferio Sur y en los países cercanos al Ecuador o los Trópicos la Navidad es caliente.
Esto de los estereotipos navideños ha dado lugar a más de una controversia y me hecho recordar las rabietas de nuestras priistas autoridades educativas, que querían darle un sentido nacional a la Navidad.
Recuerdo que en la primaria, por iniciativa de la Secretaría de Educación, siempre tan ridículamente nacionalista (yo estudiaba primaria en tiempos de López Portillo y De la Madrid, tómenlo en cuenta), nos convocaban a concursos de adornos navideños y dibujos. La única condición era que no podíamos incluir bajo ningún motivo elementos extranjerizantes, léase pinitos de Navidad, Santacloses y duendes, pues atentaban contra el sentido patriótico de nuestras costumbres. Tampoco podíamos incluir en esos concursos oficiales elementos religiosos, léase niños dioses y vírgenes, pues atentaban contra el sentido laico del Artículo 3. Así las cosas, te dejaban un margen de acción limitadísimo que te obligaba a dibujar pastorcitos prietos con sombrero y zarape quebrando piñatas de estrella y tragando tamales, algo absolutamente improbable en la orgullosamente texana Monterrey, donde son más proestadounidenses que Bush y donde la Navidad es más gringa que en Houston. Así las cosas, por no herir la sensibilidad patriotera de la SEP y tener una mínima posibilidad de ganar, ahí nos tienes a los niños regios de escuela privada dibujando una supuesta Navidad mexicana que jamás habíamos visto ni vivido en nuestras vidas. Crecimos con Santa Claus y no con los Reyes, con pavo, con pinito de Navidad y nada sabíamos de esas piñatotas de estrella.
Las más bellas navidades
En 1986 fuimos a pasar la Navidad a Groton Massachussets con la familia Davy. Esa ha sido una de las mejores navidades de mi existencia. Por primera vez viví una Navidad absolutamente pintoresca en un pueblito típico hasta decir ya como es Groton, en el mismísimo corazón de Nueva Inglaterra, dentro de una casa de madera, con techo de doble teja, situada en lo alto de una colina nevada, en donde hicimos monos de nieve y me deslicé sobre un pequeño trineo que me regalaron mis tíos. Fue una Navidad de pintura. Inolvidable. Sólo faltó ver el trineo de Santa Claus surcando los cielos.
En 1995, como ya he narrado, pasé la Navidad en la sierra chihuahuense, en el pueblo tepehuán de Baborigame. Es una aldea apartada de todo, sin servicios públicos y con una temperatura gélida. No había pinitos con esferas, pero sí miles de pinos en las colinas. No había pavo, pero sí tamales. No había Santa Claus, pero sí mucha calidez humana. Entonces me sentí en el cuento Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano y ha sido sin duda la Navidad más feliz de mi vida adulta.