Eterno Retorno

Sunday, August 24, 2025

Eduardo Antonio Parra siempre ha tenido la razón

 


Eduardo Antonio Parra es una de las personas más brutalmente honestas y directas que he conocido en este mundo libresco donde la hipocresía publirrelacionista suele ser regla y no excepción. Parra no anda por las ferias repartiendo elogios y tejiendo alianzas (no las necesita), pero al mismo tiempo es un hombre sumamente generoso. Hace doce años aceptó ser presentador de mi primer libro de cuentos, Cartografías absurdas de Daxdalia y cinco años después me acompañó a presentar Juglares del Bordo.
Me da gusto que una entrevista suya se vuelva tendencia en este microcosmos nuestro que a nadie importa. Por cierto, Parra nunca dijo nada sobre mujeres o afrodescendientes. Esas son palabras del colega reportero. Parra respondió como siempre con honestidad y no dijo nada que no sea cierto. Suscribo cada una de sus palabras. Es más, creo que se quedó corto.
Miren colegas, la moda y las tendencias siempre han existido en la industria editorial (por algo es industria). Podrías confeccionar una suerte de anuarios o almanaques históricos con fotos de la mesa de novedades de una Gandhi a lo largo del tiempo y a partir de los libros expuestos para darte una idea bastante aproximada de en qué año estás.
En 1994, cuando yo trabajaba en la Librería Castillo en Plaza San Agustín, la mesa de novedades estaba infestada de libros de oportunidad sobre el asesinato de Colosio y recetarios sobre cómo comunicarte con tus ángeles (las señoras fresas de San Pedro estaban obsesionadas con las presencias angelicales). Isabel Allende y Carlos Cuauhtémoc Sánchez también se vendían como pan caliente.
Hace unos 22 años, las mesas estaban atiborrada de imitadores de El Código Da Vinci, con sus respectivas conspiraciones templarias y misterios de las catedrales góticas. Luego se pusieron de moda los vampiritos adolescentes de estilo emo y los clones de Crepúsculo todo lo cooptaron.
En 2009, el recién fallecido Stieg Larsson consiguió que decenas de autores detectivescos escandinavos fueran traducidos en masa al español y se apoderaran de la mesa, en donde convivían con decenas de libros sobre el Chapo, los Zetas y la fallida guerra de Calderón.
En la última década, dos extraordinarios ensayos han provocado auténticos y justificados terremotos editoriales: El infinito en un junco de Irene Vallejo y Sapiens de Yuval Noah Harari.
La literatura japonesa también ha sentado sus reales, cosa que celebro. Hoy existen incluso secciones de libros de gatos nipones (he llegado a contar hasta ocho portadas distintas de gatitos kawai en una mesa).
Las modas y tendencias siempre dejarán por herencia dos o tres obras que superarán la prueba del añejo y se seguirán leyendo muchos años después. En contraparte, habrá varias decenas que serán olvido absoluto más temprano que tarde. Selección natural le llaman.
El problema con la ondita woke que desde unos años para acá infestó las mesas de novedades, es que va más allá de una temática o un estilo. Se trata más bien de un catecismo, un intento de conquista espiritual que te mira y te juzga desde su aura de pretendida superioridad moral.
La literatura (o la cultura en general) se dejó someter por el espíritu de la época que todo lo impregna y contamina. El resultado es una escritura panfletaria, militante o sectaria, caracterizada por la pérdida total del sentido del humor y perspectiva histórica.
Cuando todos los discursitos y la palabrería de contraportada no son más que refritos de lo mismo y te topas con personas que creen que la buena literatura es sinónimo de abanderar las causas políticamente correctas que están de moda, la única conclusión posible es que algo se ha podrido.
Hay algo en el espíritu de la época que apesta y es sobre todo esa moralina puritana omnipresente cuya respuesta frente a todo aquello que les indigna es cancelar, eliminar, anular o bloquear, pues como ocurre en las teocracias y en el tribunal del santo oficio, solo hay un dogma de fe aceptado y lo que de él se aparte es herejía. ¿Saben por qué soy ateo colegas? Porque yo no acepto dogmas de fe. Yo repudio toda forma de catecismo pero la nueva ondita woke es esencialmente catequista y evangelizadora. Sus personajes son prototipos, sus historias (si es que las hay) son parábolas.
El mundo cultural fue usurpado por una caterva de neo mojigatos obsesionados con el lenguaje políticamente correcto; un hatajo de ridículos inquisidores empeñados en detectar vestigios de racismo, colonialismo o sexismo en caricaturas y canciones infantiles. En los Estados Unidos y en Canadá ha sido mucho más grave, pero México no ha estado exento.
Soy un lector omnívoro y hedonista cuya única motivación de lectura es el puro y vil principio del placer. Como no soy ni he sido nunca un académico ni trabajo en alguna editorial o institución cultural, leo solo lo que me apetece y mi radio de tolerancia es amplísimo. A mí, como a los tlacuaches, me gusta comer de todo, pero también hay cosas que me provocan arcadas.
Vaya, cada libro en este mundo, por aburrido que sea, encontrará su lector, pero cuando todo absolutamente huele a títulos como “resignificar las postnarrtivas queer en el contexto de lxs nuevas masculinidades” o “deconstruir y repensar la poética del nuevo anticolonialismo transgénero”, me cuesta horrores no reprimir un descomunal bostezo. De hueva… de huevísima absoluta todo eso. Eso o leer un libro de Escrivá de Balaguer es exactamente lo mismo.
Lector he sido desde niño y ya me quedó claro que voy a leer hasta el día en que me muera, pero durante un breve periodo de mi vida, durante la década pasada, también me dio por saltar el ruedo escritural. Escribí un chingo, tomé por asalto algunos concursos y como esos billaristas borrachos que una noche cualquiera salen inspirados, pegué unas cuantas carambolas. Chiripa pura. Le entré duro a la vagancia libresca y recorrí ferias y eventos durante más de un lustro, pero después simplemente me hice a un lado y me bajé del barco a la chingada. ¿Por qué? Porque me aburrí. Así de sencillo. Y sí, mucho tuvo que ver el Zeitgeist, lo admito. Por eso y muchas cosas más, suscribo cada palabra dicha por el gran Eduardo Antonio Parra.

Borges 126

 

 


¿Cuál es tu autor favorito? La pregunta me la han hecho muchas veces y la realidad es que no tengo ni quisiera nunca tener una respuesta contundente. Mi fiel promiscuidad como lector hace imposible el monoteísmo literario.  Sin embargo, si la pregunta fuera cuál es el autor con mayor presencia en mi biblioteca y al que de una u otra forma siempre estoy releyendo en riguroso y divino desorden, la respuesta es Jorge Luis Borges.

Mi primer contacto con Borges, lo recuerdo muy bien, se dio en la infancia cuando mi madre me leyó el cuento Dos reyes y dos laberintos. Ella me habló de un señor ciego que estaba obsesionado con los espejos y los laberintos. Recuerdo su foto en el tomo 5 de la enciclopedia de los 12 mil Grandes todavía sin fecha de defunción. Poco después, en la temprana adolescencia, leí El Aleph en una edición que tenía mi madre en pasta dura en editorial Aguilar. La sensación fue extraña, pues por primera vez sentía que los cuentos me trasmitían o me decían algo que no estaba escrito. También recuerdo vagamente la noticia de su muerte en pleno Mundial 86, pocos días antes del Argentina vs Inglaterra.

Cuando recién retornamos a vivir a Monterrey en 1992, fui a la biblioteca Alfonsina a ver a Carlos Fuentes impartir una conferencia sobre Borges (no estoy seguro si se titulaba La plata del río) y por primera vez dimensioné la versatilidad y la universalidad del autor. Fuentes habló del Borges filósofo, del Borges poeta, del Borges creador de mundos fantásticos. Para entonces yo solo había leído El Aleph y Ficciones.

En la extinta y efímera librería Brontë de San Pedro compré el tomo final de sus Obras completas y entonces descubrí El libro de arena, La memoria de Shakespeare, Siete noches, Nueve ensayos dantescos. Fue también mi primer contacto con sus poemas (Recuerdo particularmente Islandia, pues yo estaba obsesionado con ese país en aquel entonces).

Desde entonces me dado a la tarea de pepenar todo lo que encuentro relacionado con él. Si mi biblioteca fuera un congreso, Borges es el autor con más escaños, no solo por libros de su autoría, sino por ensayos sobre su obra.

No soy ni aspiro a ser un estudioso borgeano ni tengo las tablas para escribir un ensayo que diga algo nuevo sobre él (como si hiciera falta). Soy solo su caótico y fiel lector tlacuache y hedonista.

Tampoco soy un coleccionista que pueda presumir rarezas y extravagancias. Mi ejemplar más antiguo es su ensayo sobre Leopoldo Lugones en Ediciones Troquel de 1955 y Literaturas germánicas medievales, en coautoría con María Esther Vázquez en una edición de 1966 que pepené en Parque Rivadavia. Los ejemplares más nuevos son las compilaciones de clases y conferencias que ha editado Lumen. El monumental Borges de Bioy Casares solo lo tengo en Kindle y eso es algo que me hiere.

En fin colegas, hoy Georgie cumple 126 años. Tiempo de celebrarlo con la enésima relectura que para el caso será siempre como la primera.


Thursday, August 21, 2025

85 años del pioletazo coyoacanense

 


 

 

Hace 85 años Ramón Mercader le enterró un piolet en la cabeza a León Trotsky. Esa historia siempre me ha fascinado, pues tiene todos los elementos de un drama de Shakespeare escenificado en Coyoacán. Como personaje de tragedia griega, Lev Davidovich Bronstein no puede escapar a su destino, determinado desde el rojo Olimpo del Kremlin por un iracundo Zeus georgiano llamado Stalin. Haga lo que haga y vaya a donde vaya, la fatalidad le aguarda, aunque acaso su furtivo romance otoñal con Frida le haya hecho olvidar por un instante su aura de condenado. También Ramón Mercader es a su manera una marioneta edípica que no puede escapar a su destino. Su despiadada madre y el Camarada Stalin han decidido que él sea el ejecutor de la condena y el pobre Ramón simplemente se resigna a su condición de verdugo (Leonardo Padura narró su drama de manera magistral en El hombre que amaba los perros).  Sin embargo, nunca pierdo de vista que el asesino de Trotsky pudo ser David Alfaro Sicario. Faltó muy poquito para ello. El fundador del Ejército Rojo asesinado por un genio del muralismo, pero el pintor no resultó ser tan buen tirador como presumía. Siqueiros fracasó como sicario.

En fin. Hace algunos años, imaginé que el fantasma de Trotsky visitaba al viejo Siqueiros en Lecumberri.

Esto es lo que el muralista le dijo al espectro:

¿Tú también vienes a visitarme? Por favor, León Davidovich, ¿qué carajos haces aquí? Yo pensé que estarías allá, bebiendo vodka en el purgatorio de los rusos. A lo mejor cuando ustedes se mueren se van a morar a una especie de Siberia para las ánimas, y vaya que conoces bien Siberia tú. ¿No le llamaba Dostoievski la Casa Muerta? Sí, ahí deberías de andar  León. ¿O  a poco te quedaste a vagar como alma en pena por las calles de Coyoacán? A lo mejor allá te la llevas, deambulando con Frida por la Casa Azul.  ¿Qué diablos se te perdió aquí? Mira,  si vienes a buscar a Ramón Mercader, déjame decirte que lo liberaron hace muy poco y se fue derechito para Moscú. Así como lo oyes:  él salió y luego yo entré, ya no nos tocó coincidir y saludarnos en estas inmundas ratoneras, pero aquí anduvo el pobre, igual que ando yo ahora. Veinte añotes se comió aquí adentro, en estas mismas crujías. Muchos de los que ahora son mis compañeros lo conocieron bien.   Ahora creo que anda viviendo en Cuba, por si lo quieres ir a buscar. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? ¿A mí qué me reclamas? Yo ni un rasguño te hice. Solo provoqué que tú, tu nieto y tu  esposa Natalia se tiraran al suelo. Eso fue todo y a la fecha yo he sufrido más por eso que tú. Sí, vaya que lo he sufrido León, y no nada más porque tuve que exiliarme a Chile allá con Pablo, porque de exilios y persecuciones yo sé mucho al igual que tú.  No, lo peor ha sido la vergüenza  por la maledicencia y las burlas que he tenido que soportar. Mira,  yo puedo soportar sin problemas que a alguien no le guste mi arte, que digan que mis murales son horribles, que Diego y Clemente pintan mejor que yo. Que digan lo que quieran. Yo no pinto para gustarle a todo el mundo y nadie está obligado a enamorarse de lo que brota de mi pincel. Eso a mí me viene guango. Pero que me digan mal tirador y gatillo chueco, eso sí me hiere en lo más profundo. Saber que cualquier pendejo ande diciendo por ahí que yo no sé ni agarrar una ametralladora y que lo del Coronelazo me queda grande, que qué Coronel ni que ocho cuartos, si  no pudimos acertar un solo tiro. Y mira que éramos un comando como de 20 cabrones, todos bajo mis órdenes. Más de cien casquillos percutidos quedaron regados por la casa. Eso sí, te rompimos todos los cristales, pero dicen los reporteros que cubrieron la nota que ni siquiera a alguno de tus conejitos que tenías en jaulas nos pudimos chingar y desde entonces ya no me la acabo con las burlas de mis enemigos, que cómo fue posible que yo, el as de la ametralladora en las trincheras republicanas no haya podido  meter una sola bala en tu cuerpo. Una sola.  Ni un rasguño.  Eso sí me hiere en el orgullo León. A mí no me quedó otra que decir que no íbamos con la intención de darte chicharrón, que queríamos nada más darte un sustito para ver si escarmentabas de una vez por todas, pero los militantes del partido saben que el Camarada Stalin no es de mandar recaditos, que él siempre tira a matar. Tú puedes pensar lo que quieras. Yo prefiero que la gente se quede con la versión de que nomás fuimos a romperte las ventanas y que en realidad no queríamos matarte. Yo no te mandé al otro mundo León. ¿Qué me vienes a mí a reclamar? Reclámale a Ramón, porque ¿ya te enteraste que se llama Ramón? Por favor Davidovich, te chamaquearon ¿A poco le creíste que se llamaba Frank Jackson y que era de Bélgica? ¿No le escuchabas el acentote gachupín? Te perdió el ego León, por querer dar entrevistas a la prensa internacional para hablar mal del Camarada. Y al final no pudiste escaparte de  la condena. Fue más efectivo el piolet que los cien balazos que te disparamos.  Claro, él te tenía sanchito y de espaldas, con la guardia baja, sentado frente a tu escritorio mientras que nosotros tuvimos que tirar en la oscuridad y enfrentar a tu escolta. Ve y reclámale a él, no mí. Enséñale el hoyo que te dejó en la cabeza. Aquello te ha de haber quedado como cráter.  Y no, no me vengas con sentencias condenatorias porque si a cuentas pendientes vamos, tú debes muchas más que yo y lo sabes...

Wednesday, August 20, 2025

Leer a Tostói en la línea

 

Leo los diarios tardíos de Tolstói mientras hacemos línea. La lectura es y ha sido siempre la mejor manera de exorcizar el tedio y estrés de los cruces fronterizos. Estos cuadernos finales comienzan en 1895, cuando Lev tiene ya 67 años y es un autor consagrado. Para entonces ya ha escrito Guerra y Paz y Ana Karenina. Es una celebridad mundial que recibe cartas de lectores de los más diversos países y un candidato natural al naciente Premio Nóbel, tanto al de Literatura como al de la Paz. El propio Zar Nicolás le escribe. Aún le quedan 15 años de vida pero Tolstói piensa todo el tiempo que su muerte está a la vuelta de la esquina y que está viviendo sus últimos días. Todo el tiempo se queja de su estado de salud y de su angustia moral. Seguro de que le queda muy poco tiempo de vida, hace su testamento y pide que lo pongan en el ataúd más barato posible y que no haya funerales ni homenajes de ningún tipo. Su aferre místico parece ocuparlo todo. Por momentos más parece el diario de un ermitaño o un monje obsesionado con el desapego material. Su posición económica le causa un enorme conflicto y parece sentirse culpable de ser rico. Me sorprende (o acaso diría me aterra) la sobriedad y el aparente desapego con que toma la muerte de su hijo menor Vániechka. Considera que llorar demasiado por la muerte del pequeño es un acto egoísta opuesto a la voluntad divina. El viejo Tolstói es un cristiano primitivo que despotrica contra la soberbia de la aristocracia zarista y el materialismo de la Iglesia Ortodoxa que acaba por excomulgarlo en 1901. Es una suerte de anarquista espiritual que sueña con vivir como anacoreta, pero topa de frente contra el frívolo materialismo de su propia familia. Quiere donar sus tierras de Yásnaia Poliana a los campesinos, pero su esposa Sonia es la primera en pegar el grito en el cielo. Claro, sobran comentarios y actitudes que le valdrían la cancelación del Zeitgeist actual: “Eva tentó a Adán y siempre es así. Todo lo deciden las hembras”. “Qué olfato tan sorprendente tienen las mujeres para reconocer la celebridad. No la descubren por las impresiones recibidas, sino por cómo y hacia dónde corre la multitud”.  Me llama la atención la diversidad de sus lecturas. Lee Sutras budistas y se engrana en Confucio pero también lee el Zaratustra de Nietzsche de quien concluye que está totalmente loco: “ ¿Qué pasará con la sociedad si un loco como éste, un loco malvado, es reconocido como maestro?”. Tampoco sale tan bien parado su amigo Chéjov: “Leí La dama del perrito de Chéjov. Igual que Nietzsche. Personas que no han elaborado en ellas mismas una concepción del mundo clara, capaz de distinguir el bien del mal. Antes dudaban, buscaban; ahora en cambio, como piensan que están más allá del bien y del mal, se quedan de este lado, es decir, son casi como animales”.  Lee a Kant, a Pascal, a Turgéniev y a Hans Christian Andersen (y le gusta)

Su vocación de apóstol le hace obsesionarse contra el deseo sexual: “Se puede considerar a la necesidad sexual como una penosa obligación del cuerpo (así la he visto toda mi vida), pero también puede ser vista como un placer (raramente he sucumbido a ese pecado). Me llama la atención su aparente desapego de la situación política que carcome a su país. Apenas habla un poco de la desastrosa guerra contra Japón y no menciona el Domingo sangriento de 1905.

Impresionante la labor de la traductora mexicana Selma Ancira. Experta en Tolstói y en Marina Tsvietáieva, pero también en literatura griega ¿Cuántas decenas de miles de páginas ha traducido esta mujer? Una labor colosal y admirable.

Tolstói escribió diarios de 1847 hasta 1910. Salvo por una década de depresión en 1870 en la que apenas escribió nada, se puede decir que dejó testimonio de más de medio siglo de su vida cotidiana.  La última entrada del diario es el 29 de octubre de 1910, 22 días antes de su muerte. Inicia su fuga de sí mismo: “Llegó Serguéienko. Todo sigue igual, aún peor. Lo único que pido es no pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay”.


Tuesday, August 19, 2025

Los libros de Ikea

 

Tal vez Tomás Moro no habló de ella, pero Ikea es esencialmente un reino utópico en cuyas habitaciones muestra todo funciona de maravilla y el espacio está perfectamente distribuido. Sería lindo si existiera.

Lo primero que observo al llegar a la tienda son los libros que adornan sus confortables utopías hogareñas. Todos son libros escritos en sueco y algunos de ellos más o menos vintage, casi todos en ediciones de pasta dura. Al menos tienen la decencia de no colocar bibliotecas de bisutería como ciertas casas muestra en fraccionamientos pretenciosos que se permiten encimar esperpénticos Quijotes huecos de falsa caoba. Un falso libro de ornato es para mí el non plus ultra del mal gusto. Por fortuna los libros de Ikea son absolutamente reales. Si yo hablara sueco podría sentarme en sus confortables sillones y ponerme a leerlos.

Sin embargo, luego de observar diversas muestras de utópicas habitaciones, concluyo que todas tienen exactamente los mismos libros: Ole Mattson, Matt Britt Wiggh, Fran Aquilonia, Maaret Koskinen, Adam Haslett y Oriana Fallaci (la única que conozco). Por su ausencia brillan grandes best seller del Noir sueco. Nada de Henning Mankell, Camilla Läckberg, Stieg Larsson, Adjvide Lindqvist o de los padres de la criatura, Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Vaya ni siquiera su joya nacional Selma Lagerlöf, la primera mujer en obtener el Nobel de literatura en 1909. Nada, nadita de nada.

En todos los utópicos islotes que muestran habitaciones, estudios, salas de estar o bibliotecas, se repiten los mismos libros sin variación. El mismo libro viejo de Oriana Fallaci se multiplica por veinte. La industria editorial sueca es de las más boyantes de Europa. ¿Será que surte a todos los Ikea del mundo con ejemplares idénticos? A ver, si yo llego con mis ejemplares rescatados del tiradero del Fondo y les dono unos cuántos Samuráis ¿Aceptarán ponerlos como muestra?

Pero la mayor utopía de los libreros de Ikea, es que en todos sobra espacio. Vaya, les sobra más de la mitad, al grado que se dan el lujo de adornarlos con su clásico alce de madera y otras cuantas figuritas. El prototípico habitante del mundo Ikea tiene unos diez o quince libros cuando mucho. Su habitación jamás luce desbordada o rebosante. Es ahí justamente donde la puerca tuerce el rabo, porque tratándose de mí siempre habrá más libros que espacio. No importa cuándo leas esto. En el lugar donde yo siente mis reales, sea casa u oficina, el acervo bibliográfico estará siempre al borde del desmoronamiento, la caósfera absoluta.


Friday, August 15, 2025

El gran campeón de mis relecturas

 


Anoche me releí de hidalgo tres cuentos de Borges: El otro, Ulrica y El Congreso, terceto que abre El libro de arena. He estado leyendo los diálogos entre Borges y el profesor Osvaldo Ferrari en donde un Georgie ya anciano reflexiona con modestia absoluta sobre su propia obra:

-     “Si yo tuviera que elegir un libro entre los míos (no lo hago ya que no hay libros míos en esta casa), yo elegiría El libro de arena, pero me han dicho que El informe de Brodie es superior. La verdad es que yo no sé muy bien a qué volumen corresponde cada uno de los cuentos, pero me han dicho que El Congreso es mi mejor cuento, y creo que está en El informe de Brodie”.

 

-     No, está en El libro de arena, lo corrige Ferrari

 

-     Entonces mi predilección por El libro de arena se confirma

El diálogo me lleva de inmediato a la relectura y me deja por herencia algunas reflexiones.

La primera es el gran desapego de Borges con su propia obra. Le importa tan poco y le parece tan modesta, que ni siquiera tiene claro en qué libro aparece cada relato, pues confunde El informe de Brodie con El libro de arena entre los que hay cinco años de diferencia (aunque ciertamente la primera publicación de El Congreso fue de manera independiente)  

La segunda, es que la posteridad ha sido injusta con el Borges tardío. Siempre que se alude a los cuentos de Borges, todo se limita a El Aleph y Ficciones, escritos en los años cuarenta y considerados sus obras maestras. De hecho son los únicos dos que compila el volumen Borges esencial de la Real Academia de la Lengua y los que suelen aparecer siempre en antologías. No olvidemos que el Borges tardío es ya invidente y que su proceso de escritura apostaba todo a la memoria. Los cuentos de El libro de arena o Los poemas de Atlas y Los conjurados le fueron dictados a Roberto Alifano, Alberto Manguel y al final a María Kodama (el propio Alifano me narró cómo fue el dictado de Los conjurados)

De los tres cuentos que me releí anoche, mi favorito ha sido siempre El otro,  que narra el encuentro entre un Borges de 75 años que está sentado a la orilla del Charles River entre Cambridge y Boston y un Borges de 19 años que está sentado a la orilla del Lago de Ginebra. Tal vez porque el encuentro con el doble es mi fantasía recurrente desde que era niño o porque conozco uno de los escenarios (también yo caminé a la orilla del Charles River) pero ese diálogo siempre me ha parecido fantástico y ayer lo reconfirmé. No alcanzo a dimensionar en cambio la gran devoción que se tiene por El Congreso, para muchos el mejor de sus relatos tardíos y para el propio Borges su mejor cuento (según le confiesa a Osvaldo Ferrari). El Congreso tiene todos los elementos borgeanos: La utopía de la totalidad, un Congreso que represente a la humanidad entera, que hable un idioma universal y tenga una suerte de Biblioteca de  Alejandría (o de Babel) con todos los libros posibles.

Creo que algunos de los relatos más entrañables de Borges están en La memoria de Shakespeare, su último trabajo en prosa. El cuento Agosto 25, 1983, sigue con la temática de El otro, en donde el Borges maduro encuentra a un Borges anciano a punto de suicidarse. Ni hablar de La memoria de Shakespeare que podría leerse como una continuación de Funes el memorioso o los Tigres azules (ningún escritor se obsesionó tanto con estos felinos).

Tal vez sea un síntoma de mi envejecimiento, pero hace tiempo ya que me es más fácil engancharme y emocionarme con relecturas que con novedades editoriales. Soy un relector compulsivo. En ese sentido, el gran campeón de mis relecturas es Georgie, un autor al que de una forma u otra siempre estoy retornando y siempre me parece que lo estoy leyendo por primera vez.

 

 

Wednesday, August 13, 2025

Adiós Rodolfo Pataky

 



Con muchísima tristeza me acabo de enterar de la muerte de mi amigo Rodolfo Pataky. Hombre muy culto y gran conversador, fue un lector omnívoro y siempre curioso. De las pocas personas en el mundo con quien intercambiaba libros. De ascendencia húngara, tenía un extraordinario gusto literario y un gran conocimiento de autores del centro de Europa. Aún tengo libros suyos de Joseph Roth, de Sándor Márai y el epistolario entre Stefan Zweig y Hermann Hesse. Conviví muy de cerca con él cuando me invitó a colaborar escribiendo los perfiles biográficos del grupo de escultores que integran la colección privada de Chaljón en los viñedos de Ramona, California. El resultado fue un hermoso libro de arte con muy buena fotografía. Recuerdo que recorrimos caminos comarcales hasta llegar a ese improbable rancho, un secreto muy bien guardado de la California rural, donde las esculturas yacen entre las vides. Siempre crítico y agudo en temas políticos, jamás perdía el sentido del humor y el fino sarcasmo. Se le recuerda sobre todo por su gran labor como director del entonces naciente Centro Cultural Tijuana, al que consolidó como una institución mayor, con exposiciones y espectáculos de un nivel que nunca se habían visto en la ciudad. Rodolfo venía ya con experiencia trabajando en el Instituto Nacional de Bellas Artes y se notaba. Fue también impulsor del Museo del Trompo (ahí fue donde lo conocí siendo yo reportero de Frontera) y director del Fondo de Cultura Económica en San Diego. Hablábamos mucho vía digital y solía compartirme textos siempre interesantes. La última vez que platicamos me pidió algunos tips de viaje para Japón a donde se disponía a volar. Solo me queda enviar un fortísimo abrazo a su esposa Josefina y a su hija Karla. Adiós Rodolfo. Intuyo que esta noche ya navegas en algún Danubio astral.

Monday, August 11, 2025

Sound Wave




 Cuenta la leyenda que ya no cierro los bares ni hago tantos excesos y ello se debe primordialmente a que entre nosotros y los mentados bares se interpone una laaaarga carretera. Por ello fue una sensación muy extraña salir de casa un sábado en la noche bajo la redonda luna de agosto e irnos a pie a un bar que está literalmente a la vuelta de la esquina. Se llama el Sound Wave y acaba de abrir hace muy poquito. Es, al menos conceptualmente, un bar de vinilos con bocinas vintage, aunque nos quedamos con las ganas de escucharlas, pues ninguna estaba conectada. Un espacio acogedor con una espectacular vista al Pacífico y gente relajada y buena onda, pero que sin duda podría mejorar muchísimo. De entrada, lo que más me gusta de los bares de vinilos es poder echarle el ojo a toda la colección, pero la gran mayoría de los discos estaban en repisas tras la barra. También me habría encantado poder hacer sugerencias y decir ponme tal o cual disco. Lo más flojo de la experiencia fue sin duda la música, pues había un dj poniendo una suerte de house o trance insulso y adormilante, como música de elevador, consultorio o teléfono en espera. Es decir, música sin personalidad de chillout after. Los bares de vinilos me gustan para escuchar rock clásico. Inolvidable el bar Sturgis en Kanazawa donde Nita San se aventaba sus solos de guitarra a lo Blackmore o aquel bar en Shibuya donde el propietario de mil amores me puso AC/DC y Motörhead. Lo que a mí me gusta cuando voy a beber y a escuchar música es poner un rock rudo y ensordecedor que de preferencia me hable de la muerte y de Lucifer y como traigo tan pasional romance con Black Sabbath este verano, reniego de todo aquello que se aparte de su esencia. Vaya, asumo que no les puedo exigir que pongan Death metal sueco o Black noruego, pero carajo, un Rolling Stones, un Led Zeppelin o un AC/DC no se le niega a un humilde parroquiano. Pero bueno, fuera de la amodorrante música, el concepto del bar está chingón y si acceden a cambiar el house por rock, ahí me tendrán como cliente. En cualquier caso es una buena noticia tenerlo cerca.