TSONDOKU
Me ocurre (me apena confesarlo) con muchos de los libros que me dan a leer porque los voy a presentar, evaluar o prologar. Me sucede por designio casi fatal cuando un colega me dice muy emocionado “te voy a dar a leer la novela que estoy escribiendo para que me des tus impresiones y me digas qué te parece”. Mmm. Un brutalmente honesto consejo: no lo haga compa. Hay un 92% de probabilidades de que no lea tu novela. Le peor es que no sé decir no y siempre les digo “mándamela con confianza colega” y les juro que a menudo tengo la sincera intención de leerla, pero por alguna razón no me doy el tiempo y su lectura se posterga hasta el infinito. Con las novelas es más difícil, porque al no ser susceptibles de ser leídas en desorden, cuando alguna se empantana simplemente se queda en vía muerta como un vagón abandonado, pero a veces transcurren uno o dos meses antes de que reconozca oficialmente que ya no me interesa continuar. En contraparte, me sucede muy a menudo que abro un libro que ya leí completo en el pasado y de repente, sin saber cómo, lo vuelvo a leer con emoción de la primera a la última página. La relectura fluye de maravilla, a veces mucho mejor que la primera lectura. Podría creer que los mejores libros que me tocaba leer en esta vida ya los leí, pero eso es una falacia. Siempre me topo con algún libro extraordinario capaz de volarme la cabeza. Ese es el gusanito que mantiene vivo y latente el Tsundoku y por eso vuelvo a caer en tentación, porque sé que en una pepena de siete u ocho libros habrá por lo menos uno que me hará volar alto.