Bibliotecas, la resistencia final
La mañana del pasado 18 de noviembre tuve la fortuna de reunirme con las personas que están a cargo de las bibliotecas públicas municipales de Tijuana.
A lo largo de mi vida las bibliotecas han sido mi oasis, mi refugio, mi ruta de escape. Para mí una biblioteca no es un medio sino un fin, un destino en sí mismo. Por años me he dedicado a sacarles provecho como usuario, pero jamás he vivido la experiencia de estar a cargo de una. Poco puedo yo decirles a las y los bibliotecarios, más que confesar mi admiración por la labor que realizan.
Históricamente, las bibliotecas públicas han ido a la cola de la cola del presupuesto gubernamental. Sobreviven con lo mínimo, con las migajas de las migajas. Creo que el actual ayuntamiento les ha puesto un poco de más atención y se nota. Al menos se ha acordado de que existen, lo cual ya es un paso adelante, pero las carencias siguen siendo muchísimas. Mi idealización de las bibliotecas puede sonar romántica e idealista para quienes pasan su vida enfrentando carencias durísimas que a veces resuelven echando albañilería ellos mismos o pagando reparaciones de su bolsa. Bibliotecas con goteras, con terribles problemas de hongos y humedad, algunas incluso sin energía eléctrica, con equipo de cómputo inexistente u obsoleto y un acervo editorial terriblemente limitado.
Yo creo que aquí la clave es apostar por esfuerzos mixtos. Si todo se lo dejamos al presupuesto público, nos quedaremos esperando. Creo que así como hay empresas que adoptan áreas verdes o camellones, bien podrían adoptar una biblioteca pública. Donar equipo de cómputo, mobiliario, reparaciones. ¿Cuánto puede costar?
Le agradezco muchísimo a mi colega Aida Méndez por la invitación. Creo que ella está haciendo un buen trabajo como coordinadora de Bibliotecas Municipales.
Tenemos que dimensionar el potencial de una biblioteca pública como un agente de transformación social. Vaya, la biblioteca es el único espacio público bajo techo en donde puedes entrar y permanecer el tiempo que quieras sin necesidad de gastar dinero. En ciudades cada vez más hostiles, amuralladas y privatizadas, la biblioteca es un territorio de equidad y pluralidad, un espacio democrático del que cualquier persona puede hacer uso, la última o la primera trinchera de resistencia de la justicia cultural.

