Los misterios del telar encantado
En los
últimos años de su vida, Federico Campbell se sumergió en lecturas sobre
el funcionamiento del cerebro humano y su relación con la creatividad
artística. Muchos de sus textos en el lustro más reciente estuvieron influidos
por la lectura del psiquiatra británico Oliver Sacks y el
mexicano Bruno Estañol. “Cuando Federico se obsesionaba con un tema leía y leía
hasta agotarlo y no hablaba de otra cosa”, nos comentó Humberto
Musacchio durante una charla en la Feria del Libro de Tijuana. Campbell buceó
en las profundidades del tema tratando de descifrar el gran misterio
neuronal de la creación literaria. El cerebro humano sigue
siendo un gran misterio, aunque hemos aprendido más sobre su
funcionamiento en las últimas dos décadas que en toda la historia. Pese a todo,
la mente humana sigue albergando zonas oscuras e incomprensibles. El telar
encantado, como le llama Bruno Estañol, es un océano poblado de islas
incógnitas y habitado por monstruos marinos.
¿Hay
alguna predisposición genética para la creatividad artística? ¿O es el medio el
que lo determina? ¿Puede una verdadera vocación literaria pasar desapercibida
si no se le estimula? ¿Dónde habitan exactamente las historias? Hay casos que
son verdaderos retos para la psiquiatría, como del poeta Arthur Rimbaud, capaz
de escribir una poesía demencial e iluminada en su adolescencia, solo durante
tres años de su vida, para después sumergirse en la total agrafía a partir de
los 19 años y convertirse en un burdo traficante de marfil. Cómo es que alguien
como Juan Rulfo fue capaz de transformar en lenguaje los abismos ontológicos
del pueblo mexicano en dos libros irrepetibles para después quedar afectado
para siempre por el síndrome de Bartleby. ¿Fue la terapia de choques
eléctricos que recibió para superar sus problemas de alcoholismo? ¿De no haber habido
electroshocks habríamos tenido otro Llano en llamas? Casi nadie escribe desde
la zona de confort. La literatura nace de la insatisfacción, de la
búsqueda y no pocas veces de la locura. Maupassant escribió El Horla cuando
empezaba a tener los primeros síntomas de sífilis cerebral, mientras Poe tuvo
fecundos periodos de creatividad desbordada entre crisis de delírium tremens.
¿Se puede escribir inmerso en un arrebato, en una suerte de posesión
iluminada? César Aira parodia esa idea en su novela Varamo, donde
narra la historia de un apocado burócrata panameño que en una sola noche
escribe un poema genial a la altura de un Mallarmé para después volverse a
someter a su miseria de rutina. Acaso no le falte razón a Roberto Bolaño cuando
afirmó que hasta al peor escritor le es dado experimentar al menos por un
segundo el éxtasis si en verdad su escritura parte de una necesidad. Hay
siempre una dosis de tormento en la vida de todo escritor, un sueño de la razón
produciendo monstruos. Acaso escribir sea una tentativa de exorcismo o una
necesidad de hablarnos de tú con nuestros demonios, destapando hasta
lo más profundo el pozo del subconsciente. Sí, es innegable: hay una suerte de
esquizofrenia en el vicio escritural.