Eterno Retorno

Wednesday, September 07, 2022

Los misterios del telar encantado

 


 

En los últimos años de su vida, Federico Campbell se sumergió en lecturas sobre  el funcionamiento del cerebro humano y su relación con la creatividad artística. Muchos de sus textos en el lustro más reciente estuvieron influidos por la lectura del psiquiatra británico Oliver Sacks   y el mexicano Bruno Estañol. “Cuando Federico se obsesionaba con un tema leía y leía hasta agotarlo y no hablaba de otra cosa”, nos comentó  Humberto Musacchio durante una charla en la Feria del Libro de Tijuana. Campbell buceó en las profundidades del tema tratando de descifrar el gran misterio neuronal  de la creación literaria. El cerebro humano sigue siendo  un gran misterio, aunque hemos aprendido más sobre su funcionamiento en las últimas dos décadas que en toda la historia. Pese a todo, la mente humana sigue albergando zonas oscuras e incomprensibles. El telar encantado, como le llama Bruno Estañol, es un océano poblado de islas incógnitas y habitado por monstruos marinos.  

¿Hay alguna predisposición genética para la creatividad artística? ¿O es el medio el que lo determina? ¿Puede una verdadera vocación literaria pasar desapercibida si no se le estimula? ¿Dónde habitan exactamente las historias? Hay casos que son verdaderos retos para la psiquiatría, como del poeta Arthur Rimbaud, capaz de escribir una poesía demencial e iluminada en su adolescencia, solo durante tres años de su vida, para después sumergirse en la total agrafía a partir de los 19 años y convertirse en un burdo traficante de marfil. Cómo es que alguien como Juan Rulfo fue capaz de transformar en lenguaje los abismos ontológicos del pueblo mexicano en dos libros irrepetibles para después quedar afectado para siempre  por el síndrome de Bartleby. ¿Fue la terapia de choques eléctricos que recibió para superar sus problemas de alcoholismo? ¿De no haber habido electroshocks habríamos tenido otro Llano en llamas? Casi nadie escribe desde la zona de confort. La literatura nace de la insatisfacción,  de la búsqueda y no pocas veces de la locura. Maupassant escribió El Horla cuando empezaba a tener los primeros síntomas de sífilis cerebral, mientras Poe tuvo fecundos periodos de creatividad desbordada entre crisis de delírium tremens. ¿Se puede escribir inmerso en un arrebato, en una suerte de posesión iluminada?  César Aira parodia esa idea en su novela Varamo, donde narra la historia de un apocado burócrata panameño que en una sola noche escribe un poema genial a la altura de un Mallarmé para después volverse a someter a su miseria de rutina. Acaso no le falte razón a Roberto Bolaño cuando afirmó que hasta al peor escritor le es dado experimentar al menos por un segundo el éxtasis si en verdad su escritura parte de una necesidad. Hay siempre una dosis de tormento en la vida de todo escritor, un sueño de la razón produciendo monstruos. Acaso escribir sea una tentativa de exorcismo o una necesidad de hablarnos de tú con nuestros demonios,  destapando hasta lo más profundo el pozo del subconsciente. Sí, es innegable: hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural.