Eterno Retorno

Monday, September 06, 2021

Salir a la calle implica mirar una batalla a brazo partido por obtener un par de monedas.


 

La Secretaría del Trabajo los debe tener catalogados como oficios diversos, actividades informales, una suerte de mendicidad disfrazada, perdida en la inmensidad de ese  macrocosmos llamado calle en donde hay cientos de miles de viene-vienes, pero también tragafuegos, payasitos, malabaristas, cantores ocasionales de camión, restaurante o cantina,  o simples pordioseros sin otra gracia que la de extender la mano.

El mundo donde te desempeñas y sobrevives es un mundo hostil y competido. Hay cientos de miles de viene-vienes, cierto, pero tu mano dirigiendo la reversa y tu mirada de borrego a medio morir rogando por una propina, son tan solo una de las decenas de peticiones de monedas con las que se topa un día cualquiera el habitante promedio de una urbe.

Salir a la calle implica mirar una batalla a brazo partido por obtener un par de monedas. Tú eres fauna de estacionamiento pero podrías ser también fauna de semáforo y ese sí que es un medio competido. En el semáforo conviven el pordiosero tradicional o el chiclero, en cofradía o competencia directa con  el malabarista y  el contorsionista que le sacan renta a ese cuerpo aún flexible con suertes por demás arriesgadas, acaso con la esperanza secreta de seducir al improbable  ejecutivo del Circ du Solei que los vea a través de los cristales oscuros de su automóvil. El tragafuegos, símbolo de los cruceros capitalinos e icono extremo de la explosión demográfica urbana en los ochenta,  es una especie cuya primavera parece haber quedado atrás. En cambio, los que  se multiplican como langostas son los adictos en recuperación. En todo crucero tijuanense que se dé a respetar, encontrarás un heroinómano en proceso de rehabilitación que te hablará de la forma en que Cristo lo sacó del infierno de la droga y acto seguido te pedirá una moneda. Un jacobino comecuras que conozco, suele decir que los ex adictos cristianos únicamente han cambiado una droga por otra. Suplantaron a la heroína con dosis  diarias de Biblia, el más adictivo de los opiáceos. A la fecha, dice este amigo, no queda claro cuál de esas dos drogas es más dañina. Lo peor es que la gran mayoría no se aleja nunca de la heroína, pero sí le da la bienvenida a Cristo. La combinación es perfecta: heroína y perorata bíblica, un explosivo coctel de opiáceos, como un speedball en las venas. Con suerte, puedes encontrar también alegres adolescentes vendiendo chocolates para su graduación, enfermos terminales juntando para una cirugía y brigadistas de una campaña política repartiendo propaganda (esos te sacarán el dinero después, si bien la propaganda que te reparten tú la has pagado).