Lo que cabe en una biblioteca
Durante el mes de agosto he
tenido la fortuna de poder charlar con cinco interesantísimas personas quienes
me han narrado historias fascinantes de la Tijuana profunda. Ellos son Luz
María Orozco, Rosy González, Alfredo Laurean, Gil Sánchez e Irene
Sotelo. La próxima semana platicaré con Guillermo Ríos. ¿Qué tienen en común
todas estas personas? Que han entregado más de la mitad de sus vidas a las
bibliotecas públicas de Tijuana. Bibliotecarios, Memorias de un
libro, historias en comunidad, es un proyecto impulsado por el Instituto
Municipal de Arte y Cultura de Tijuana que dirige Minerva Tapia y al que fui
invitado a colaborar por Alberto Paz. Me honra poderme sumar a esta iniciativa
porque tiene como finalidad homenajear y hacer visibles a estos héroes
ciudadanos que laboran a menudo en condiciones no muy cómodas que digamos, por
no hablar de franca precariedad. Poca gente sabe que en Tijuana hay 24
bibliotecas públicas. Nuestra biblioteca central, que es la Benito Juárez,
estuvimos a punto de perderla luego de que en forma arbitraria el gobierno de
Jaime Bonilla pretendió convertirla en recinto de burócratas tras entregar el
centro de gobierno a la UABC. Si la biblioteca Benito Juárez enfrenta carencias
y tiene un acervo limitado, las que se encuentran en la periferia de la ciudad
sobreviven en condiciones paupérrimas. A menudo los bibliotecarios acaban
fungiendo como gestores sociales e involucrándose directamente como mano de
obra en la rehabilitación de estos espacios casi siempre olvidados por el
presupuesto. Me queda claro que en la lista de prioridades de
los ayuntamientos de Tijuana las bibliotecas ocupan el último peldaño.
Platicando con estos bibliotecarios, me doy cuenta en la trascendencia del rol
social y cultural que juega una biblioteca en una comunidad, sobre todo si se
trata de una comunidad marginada. La biblioteca es un espacio público que no
margina a nadie, un pequeño oasis en medio del caos urbano, un reducto de calma
entre calles a menudo hostiles. Hay miles de hogares en México en donde no hay
un solo libro y donde no se tiene acceso a ninguna actividad cultural. A una
biblioteca puede entrar cualquier persona que lo desee. Todos los
bibliotecarios coindicen en que hay vecinos que se involucran a tal grado en la
biblioteca, que acuden casi a diario y participan en todas las actividades
organizadas. Para una persona que vive en condiciones de marginación en un
entorno violento, una biblioteca puede ser su único refugio, su paréntesis. Luz María Orozco, encargada de la biblioteca
Clemente Rojo, ubicada en la conflictiva subdelegación Florido-Mariano, me
narró la historia de Nacho, un chico joven que iba todas las tardes a la
biblioteca y que se involucró tanto, que acabó realizando labores voluntarias
de limpieza y reparación. Nacho murió de una enfermedad a los 24 años y a decir
de Luz María, su fantasma es ahora el guardián de la biblioteca. Irene Sotelo
tuvo que alzar la voz frente a un alcalde y fungir como gestora para lograr que
el Ayuntamiento le hiciera mínimas mejoras a la biblioteca Juan Rulfo. Los
altos funcionarios han desperdiciado el potencial de una biblioteca pública en
la conformación del tejido social y la vinculación comunitaria. Hace falta
presupuesto, sí, pero sobre todo voluntad y creatividad de parte de los
alcaldes, porque por lo que a los bibliotecarios respecta me queda claro que
dan todo y es gracias a su terquedad y abnegación que estos recintos no se han
extinguido.