Cazador de liebres y bisontes
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Esto de buscarse la vida yendo a la caza de premios
literarios, tiene el espíritu de los galleros que van de feria en feria
soltando a sus gallos a pelear en improbables palenques. También nos parecemos en algo a los jugadores
de póquer o a los cazadores de recompensas. Al igual que los tahúres, nos encomendamos a
la malicia, el colmillo retorcido pero sobre todo, al azar. La aleatoriedad y
sus caprichosas leyes ponen mucho de su parte a la hora de ganar o perder un
certamen.
Los concursos literarios son antiquísimos. Si le hacemos
caso al capítulo XVIII de Don Quijote, ya en el Siglo de Oro español había
justas literarias. Así como los caballeros se enfrentaban con sus lanzas,
escudos y caballos, los poetas ponían frente a frente sus sonetos. Todo hace
indicar que ya en aquel tiempo estaban los premios bajo sospecha. El primer premio se lo lleva el favor o gran calidad de la persona; el
segundo se lo lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser el segundo, y el
primero a esta cuenta será el tercero, escribe Cervantes. Las justas literarias solían organizarse con motivos
de ferias o festividades religiosas y en ellas convergían autores primerizos e
inexpertos pero también algunos consagrados como Lope de Vega, Quevedo o el
mismo Cervantes. Se dice que los certámenes literarios más tradicionales eran
los de Zaragoza y Huesca que se celebraban desde el Siglo XVI. La tradición se
ha mantenido a lo largo de los siglos, porque al menos en el mundo de habla hispana, España es el país que cada año abre más convocatorias a premios literarios de
todos los tamaños seguido de México. El
universo de los premios es vastísimo,
diverso y contrastante. Tenemos humildes concursos en donde el botín es un
diploma, un lote de libros o la simple publicación del trabajo ganador, pero tenemos otros, como el Premio Planeta,
donde el ganador se lleva 600 mil euros. Hay un montón de certámenes con pagos
apenas simbólicos y unos cuantos cuya bolsa supera los 100 mil dólares. Entre ellos
hay una vasta media tabla en donde se puede ganar un monto que si bien no te
convierte en millonario, sí te resuelve uno o dos años de vida. Hay premios
como el Herralde que sin ser un derroche en lo económico (18 mil euros) marcan
un antes y después en una carrera literaria y otros que simplemente engordan la
cartera del ganador pero poco o nada influyen en la trascendencia de la obra
premiada. Un cuento del escritor chileno Roberto Bolaño llamado simplemente
Sensini, narra la historia de un viejo escritor argentino en el exilio
que pese a haber vislumbrado un destello de
consagración con una novela, sigue siendo un asiduo concursante en
pequeños certámenes municipales. Poquísimos escritores pueden vivir de las
regalías generadas por sus obras y las grandes becas suelen ser para una
hermética cofradía. Así las cosas, a menudo la única posibilidad de sacar
sangre de la roca habita en esos redondeles de gallos literarios en donde
talento y azar suelen verse las caras. Hay que atreverse a salir a cazar y los verdaderos cazadores, van
por liebres y van por bisontes.