¿Cómo explicar la fascinación ejercida por esta forma de pepena? Si no eres un tecato de la lectura difícilmente lo entenderás. Hurgar entre ristras de libros antiguos es un ritual fascinante, adictivo y complejo. Hay una buena dosis de embrujo en ello, algo que difícilmente sentirás en una librería atiborrada de novedades. Aquí te sumerges en la magia de los juegos de azar. Nadie puede garantizarte el encuentro con ese as de papel y tinta que te aguarda oculto, pero tú lo intuyes y sabes que está ahí. En la improbabilidad y en el caos habita el encanto. Al llegar te sabes acechado por ese ejemplar capaz de volarte la cabeza, pero el encuentro bien puede no producirse. Una mesa de libros antiguos es un paraje poblado por claves y señuelos. Desentrañarlos es una especie de ceremonia pagana, un rito con algo de voyerismo. Dedicatorias, nombres de antiguos propietarios, papelitos, rayones, tarjetas, boletos, subrayados, listas de compra. Entre las páginas de Dos mujeres en Praga de JJ Millás encuentras lo que parece ser una carta de amor o despecho garabateada en caligrafía manuscrita. Bien puedes empezar un relato a partir del hallazgo. De pronto, en una viejísima y casi deshojada edición de Rayo Macoy lees una larga dedicatoria con la inconfundible firma de Ramírez Heredia para el doctor Eugenio Méndez. Luego hojeas Las Genealogías y topas con una escueta firma de Margo Glantz para Michel, fechada en el 95. Más tarde, te sale al paso una dedicatoria de Jean Meyer para Hugo (según el librero es para Hugo Hiriart y tanto le gustó el libro que se deshizo de él). Encuentro firmas de Gelman, de Luisa Valenzuela. Mi primera adquisición es pura esencia de astros alineados e improbabilidad: Entre la piel y la entraña, el perfil que Julio Scherer elaboró de David Alfaro Siqueiros en la cárcel de Lecumberri. Primera edición 1965. Después te sonríe el libro póstumo de Raymond Carver, Si me necesitas llámame, con tres firmas de su antiguo propietario indicando estaciones del año (ese pude ser yo). Pepeno Marcelo Birmajer, Wolfe, Tomás Segovia, José Emilio, Armando Ramírez, Ellroy. Escucho las charlas entre los libreros, con su acento tan centro de la República, hablando de un Llano en llamas primera edición vendido a 5 mil pesos y un Cien años de soledad del 67 con el dibujo del galeón que hace tiempo pepenaron en 10 mil. Pura esencia errabunda y gitana la de los libreros de viejo, pataperreros de ferias y vendimias a lo largo y ancho del país. Un gran aferrado es Fánel Castillo, el célebre Grafógrafo. Calladito y sin recursos, el Grafógrafo ya lleva doce años ininterrumpidos sacando adelante la Feria del Libro Antiguo que reúne a marchantes de reliquias editoriales. Los libros más raros que he adquirido suelo tijuanense los he encontrado ahí. Una delicia para los pepenadores como yo y un mérito el que la feria se mantenga por la pura terquedad de un emprendedor cultural. La feria dura hasta el domingo colegas. Vayan a la pepena.
Friday, September 06, 2019
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