Eterno Retorno

Sunday, February 19, 2012






Ser otra persona; transfigurarte en tu alucinante heterónimo, explorar las ensoñaciones de la sobriedad. Concebir y relatar historias implica una suerte de esquizofrenia, aprender a soportar a ese demonio que se mete cada cierto tiempo en tu alma a dictarte palabras. Sí, es como una posesión. Voces e ideas mientras caminas entre soles insumisos y calles pobladas de infiernos individuales.

Desde hace unos días una perra historia machacona e insistente se ha metido en mi cabeza. Una historia indisciplinada que nada quiere saber de ritmos y propósitos. Una pinche historia irreverente y necia que todos los días me dice “escríbeme ya hijo de la chingada, materialízame en papel y tinta”.

El problema es que ahora mismo estoy inmerso en otro relato cuya vibra nada tiene que ver con mi nuevo demonio. La historia que estoy terminando es alegre y simplona, con humor de borrachera happy. Una historia que al final te deja como único sabor de boca el que la vida vale la pena ser vivida una y mil veces por esos instantes prófugos en donde te divertiste como enano; por las cervezas, las tocadas y los besos furtivos que hicieron emocionante tu adolescencia. He narrado esa historia por cierta deuda con el trabajo inconcluso que inicié hace catorce años en el taller del maestro Rafael Ramírez Heredia. Aquella historia que comencé en 1997 se llamaba Dónde es el Reventón. Una historia irreverente y juguetona que generaba buenas reacciones y que dejé muy avanzada. Una historia digna de un joven, pero impropia de un adulto. Década y media después, cierto duende chocarrero se metió a mi cabeza y empezó a dictarme la reconstrucción y dado que ahora soy un adulto, me he transformado en un narrador que se dirige siempre en segunda persona a su juvenil personaje, que es el mismito de Dónde es el Reventón, mi amigo Zarraopaztrozzo. El tema es similar: tocadas punketo-metaleras, cervezas, mota y amores adolescentes. Me he divertido mucho escribiéndola, máxime porque esta historia fungía como digestivo o desintoxique para la sobredosis hankóloga en la que me he visto inmerso en los últimos seis meses. Cuando me sentía demasiado saturado por mi trabajo serio, me sumergía en el desparrame juguetón. La historia fue tomando forma, se alargó mucho más de lo presupuestado, pero sucede que ahora ya no puedo darle el cerrojazo.

Cada cierto tiempo brota en mí el nihilista anarco-terrorista que vive cómodamente instalado en lo más profundo de mi espíritu. Cada cierto tiempo me da por convertirme en escupitajo y mentada de madre y el termómetro marca algunos grados de más en la fiebre de mi odio. Una furia combustible que me lleva a arrojar muchas bombas mentales. En medio de esa fiebre anarco-nihilista cuyo máximo ideal es transformarse en magnicida y presenciar una suerte de revolución francesa con su respectiva guillotina y su carga de furia irracional, es como nace esa otra historia que me pide a gritos ser escrita. Es como un pinche Diablo que me pica todos los días con un trinche y se me hace que acabaré por darle gusto.