Cuando un escritor chingón muere, mi tristeza es egoísta. Básicamente estoy triste porque ya no leeré un nuevo libro de Daniel Sada. El más reverendamente chingón prosista de este país se ha ido. Al final, todo queda en la prosa y en el caso de Sada la forma acaba por transformarse en un fondo profundo.Cuando eres un adicto a la literatura, te puedes enamorar de un escritor por diversos factores. Sus tramas, sus reflexiones, la psicología de sus personajes, sus atmósferas o simplemente su lenguaje. La materia prima del escritor son las palabras y hay quien simplemente sabe jugar con ellas. Daniel Sada podría escribir de lo que quisiera. Si el tema es un amorío ranchero de los años 40 o un magnicidio de villorrio importa poco. Con Daniel Sada la palabra se vuelve música. Su capacidad de hipnosis no es por la trama o la atmósfera sino por el lenguaje. Un perpetuo malabarismo narrativo, una jugarreta de lenguaje donde las frases son plastilina y piedra en el mismo párrafo y queda la permanente sensación de que acaso todo sea una tomadura de pelo del narrador que se divierte como enano burlándose de sus personajes y poniendo al lector a brincar cuerdas respiratorias a la hora de articular oraciones. Un ritmo cambiante, por momentos atropellado y pese a todo simétrico, casi poético.
Más que un estilo, el narrador mexicalense Daniel Sada es dueño de un sello de autenticidad resistente a cualquier intento de imitación. Pareciera que la “prosa Sada” es una marca registrada y si bien ya dijimos que la imitación parece imposible (y resultaría sin duda ridícula) no es exagerado afirmar que ni siquiera hay lugar a la odiosa comparación. ¿Cuál es el punto de referencia para ubicar a Sada? Un espejo. ¿A quién se parece? A nadie en lo absoluto. Sí, alguien podría decir que por la temática lo suyo es novela rural ¿Y acaso le encuentran parecido alguno con Rulfo, Revueltas o Yáñez? Sin duda amamantó de ellos en su juventud, pero ya no quedan demasiados rastros de los maestros en su ADN literario. También lo han encerrado en la forzada caja de zapatos de la “narrativa norteña” como si por los rumbos de este punto cardinal se dieran como nopales prosas como la suya. Como si cualquier pobre pendejo pudiera de buenas a primeras escribir una novela como Casi nunca.
La vastedad del Norte, sede oficial de la narrativa sadiana, eterno purgatorio inabarcable, la hostilidad infinita de la que sólo el paisaje de Coahuila es capaz, donde mora como alma en pena ese fantasma omnipresente llamado deseo.