Eterno Retorno

Monday, February 01, 2010


ADIOS TUCUMANO. YA TE EXTRAÑO UN CHINGO

Esta muerte me duele y en serio. Cuando un personaje dice adiós normalmente guardo una prudente distancia y me mantengo alejado del graznar de los pavos de obituario hipócrita, pero esta partida me deja por herencia una profunda tristeza. ¿Y por qué me hiere tanto el fallecimiento de Tomás Eloy Martínez? Por razones puramente egoístas señores, por puro principio del placer, por la simple y sencilla razón de desear que nos entregara unos cuantos libros más. Cada obra de Tomás Eloy fue para mí hedonismo puro y hedonista como soy, deseaba muchos más libros suyos en mis manos. Saber que ya no leeré nada parido por su pluma me encabrona. La vida me ha privado de un deleite. Como si en este mundo sobraran las plumas que supieran hacer del periodismo la más alucinante narrativa literaria. Hace una semana platicaba con Federico Campbell sobre las particularidades de ese improbable e imperfecto matrimonio entre periodismo y literatura. Pues bien, creo que la pluma que hizo de ese matrimonio un romance con olor a eternidad fue la del tucumano Tomás Eloy. Sí, existe el maestro Kapuscinski, pero lo suyo era periodismo narrativo. Mal que bien, el buen Ryszard despreciaba la ficción. Sí, existió Capote, existe Caparrós, pero sólo Tomás Eloy transforma el néctar periodístico en realismo mágico, Aleph borgeano, esencia onírica apestando a realidad aparte.

Hablo de Tomás Eloy en la Muerte como hablé en la vida. Mi cuna de porquería yace atiborrada de citas y referencias a su obra, porque cada libro suyo me voló la cabeza. Hace unos días, en el sótano de un autoexiliado, el padre de Carolina, Francisco Cabello, encontró un ejemplar de Santa Evita. Lo menos que pude hacer fue interpretarlo como una señal del destino y recomendar que leyera cuanto antes ese libro irrepetible. La más fantástica y demencial biografía de un cadáver. Yo mismo me di a la tarea de releer algunas páginas sólo para descubrir que García Márquez no se equivocó cuando dijo “por fin, aquí está la novela que yo quería leer”. Conocí a Tomás Eloy hace algunos (bastantes) años por Santa Evita y seguí con Lugar común la Muerte, un ejemplar rarísimo, atípico, que encontré por 30 pesos en el mercado Ley de Pueblo Amigo. Caprichosas e improbables caminos tiene la magia literaria.

Híbrido auténtico que deambula en la pantanosa frontera que separa al periodismo de la literatura, la pluma de Tomás Eloy nunca ha abandonado el incurable vicio reporteril. Se podría decir que el cuerpo de Lugar común La Muerte está hecho en su mayoría de papel periódico, pues los 15 relatos que lo conforman fueron publicados en diarios y revistas de Argentina y Venezuela. (apunte prófugo del pasado bloguero)

El cantor de tango tocó mi fibra de turismo borgeano y nos proporcionó un mapa sin igual de las milongas de Buenos Aires. Un loco visita la calle Garay en Palermo en busca del sótano de Carlos Argentino donde mora el Aleph. Carolina también disfrutó ese libro como estoy seguro disfrutará mi suegro. El vuelo de la Reina es tal vez el libro de Tomás Eloy que más se vendió en México. Después de todo, el Premio Alfaguara garantiza escaparate y reseña favorable. No es lo mejor de su obra y aún así lo he releído con gusto y hasta es candidato a viajar conmigo mi isla desierta. Más de la mitad de La novela de Perón la leí en un avión de Buenos Aires a México, lo cual no deja de ser simbólico y paradójico, tomando en cuenta que buena parte de la novela se narra desde el avión de Aerolíneas Argentinas que lleva a Perón procedente de Madrid de regreso al poder, aquel 20 de junio de 1973.

Si hay un tipo que sabe jugar al filo de la navaja entre la literatura y el periodismo para después sacarle la lengua a los dos y sorprender a todos con gambetas estilísticas capaces de volver locos a los puristas, ese es Tomás Eloy Martínez.Dentro de ese machacadísimo y a menudo falso cliché del periodismo que parece o pretende parecer literatura, son muy pocos los que logran crear un auténtico híbrido, un Golem con vida propia nacido a partir de la fusión y confusión del reportero con el creador de ficciones. (otro prófugo de Pasos de Gutenberg, autoplagio pues)

En noviembre de 2008, deambulando un sábado al medio día por el Parque Rivadavia de Buenos Aires topé en un puesto con Purgatorio, la más reciente y última novela de Tomás Eloy recién salida del horno. Creo que ni en las librerías estaba. Obvia decir que la compré y ahí mismo la leí y tal vez esté de más decir que también me voló la cabeza.

Alguna vez apliqué para un curso con Tomás Eloy en la Fundación Nuevo Periodismo pero los esbirros del Gabo me dijeron NO. Por alguna razón no soy bienvenido en Cartagena. Ahora imagino lo que hubiera representado en mi vida haber podido tomar clases con Tomás Eloy. Lo que no fue, no será. La fascinante historia de lo que pudo haber sido. Se nos ha ido Tomás Eloy y no digo que su Muerte será motivo para releer su obra, pues siempre la estoy releyendo y en honor a la verdad, jamás sale de mi buró y de mi cabeza.


La realidad se torna mutante, anfibia, es un mono de plastilina, es el mito etéreo y la deidad leprosa, los cuatro mil ojos de una mosca porteña volando en el invierno austral.