Los sueños (todos los sueños) vagan aún por el jardín de la casa de Río San Juan, 103, colonia Miravalle. Abruptos son los caminos del subconsciente, enredados como un laberinto, aunque al final todos los ríos internos desembocan en ese jardín. La última vez vi volar urracas por un cielo nublado de primavera.
La solidaridad suele ser hija de la catástrofe. El individualismo extremo, ese sentimiento tan de libre mercado, no es solo chocante, sino ridículo cuando se manifiesta en medio de un cataclismo. Tal vez nada como el desastre natural para sacar el espíritu solidario que todo ser humano lleva dentro. El terremoto del 85 es el ejemplo más claro de ello. La recesión económica no tiene la contundencia de un sismo, pero es mortífera y degradante como una enfermedad terminal. Lo peor de la crisis es lo lento de la agonía, lo anunciado e inevitable de sus efectos. Pero de lo perdido lo encontrado. No se si es una mera cuestión de percepción o acaso un cambio interno de actitud que trato de ver reflejado en los demás, pero creo que el mundo que me rodea es hoy en día un poco más solidario que hace un año. Mal que bien, si tu microcosmos se acerca al infierno, lo único que te resta por hacer es tender una mano, dar al menos una palabra de aliento y asumir tu condición de hoja al viento.
¿Palabra de aliento? ¿Sirve de algo? El asunto me genera un debate interno. Frente a la crisis, el Gobierno Federal Mexicano pasó de la negación al discurso de libro motivacional. Durante meses, Carstens y sus discípulos se la pasaron minimizando la gravedad de la recesión con su teoría del catarrito. Cuando la neumonía nos tenía ya en terapia intensiva, entonces sacaron sus libritos de Paulo Cohelo y su caldo de pollo para el alma. Frente al moribundo que luce verde y en los huesos, sólo resta decirle lo bien que se ve. En contraparte a los discursos catastrofistas, y tal vez demasiado realistas como el de Slim, surge una fuerte campaña que pretende infundirnos ánimo con palabras de aliento sobre la capacidad de los mexicanos para enfrentar las grandes desgracias nacionales. Festejan nuestro espíritu, nuestro coraje, nuestra inventiva, el orgullo, el no rajarse. Vaya, la guadalupana está con nosotros después de todo. Tal vez inconscientemente quieren aplicar la teoría de las bacterias que se vuelven resistentes a los antibióticos. Los mexicanos seremos, acaso, organismos inmunes a los efectos de las recesiones. Si sobrevivimos a López Portillo en 82 y al “error de diciembre”, bien podemos salir de esta. En otro contexto tal vez me hubiera encabronado demasiado con el discurso oficial. Tratarte de dar placebos y aspirinitas para calmarte la depre, no te curará el cáncer. Y sin embargo, me pregunto: ¿estorba esa palabra de aliento? ¿Le arroja más sal a la herida? ¿Te cuesta algo darla? Sí, es muy peligroso que se convierta en el único discurso oficial, en la única política de estado para enfrentar la devastación, pero en estos tiempos ningún apoyo, aunque sea únicamente moral, estorba.
¿Todo es una cuestión de actitud? No y sí. Me queda claro que hay cientos de miles para los que hace falta algo más que un espíritu al 100%. Puedes levantarte con toda la fe y las ganas y al final de cuentas la realidad te dará una cachetada. Una despensa vacía y una casa a punto de ser embargada no admite contemplaciones bucólicas. Sin embargo, aún en medio de la catástrofe, sigo viendo actitudes que me sorprenden por lo ilusas y pretenciosas. Esa actitud tan propia de la clase media alta de mantener el complejo aristocrático en medio de la hambruna. Tengo a la mano más de un ejemplo de desempleados que yacen sentados en sus casas aguardando que les llegue un ofrecimiento laboral de “su nivel”, pues no están dispuestos a “rebajarse”. Cuando yo tuve claro que el barco de frontera naufragaba sin remedio, tracé una ruta emergente de acción, una ruta que contemplaba salir de casa inmediatamente a buscar el sustento debajo de las piedras. En caso de carencia extrema, yo no hubiera dudado en meterme a trabajar en una gasolinera, en una construcción, en un burger king. Se trata de generar un ingreso, por bajo que sea y si algo tengo claro, es que uno siempre será más que cero.
Aún así, me queda claro que hasta en medio de cataclismos hay vidas que en lo individual pueden ser inmensamente felices. De pronto, en medio del Apocalipsis puede surgir la más feliz de las historias. El 2008 no fue un año particularmente venturoso para la humanidad y tal vez millones lo recuerden como una etapa sombría en sus existencias. Sin embargo, mi Madre lo define como uno de los años más felices de su vida y más que golpes de suerte o bonanzas inesperadas, lo suyo, creo, fue principalmente una cuestión de actitud, de enamorarse de la vida y explotar una vez más sus infinitos rincones creativos. A mi me pasó algo similar hace 14 años. El error de diciembre hizo de 1995 uno de los años más miserables para millones de mexicanos y sin embargo yo lo recuerdo como un tiempo divertido en mi vida. Mi amigo Gerardo Ortega decidió enfrentar el desempleo presentando su libro “De Lunes a Diciembre” en todos los rincones del país y emprendiendo un sui generis proyecto de libros a domicilio, lo que definitivamente es mejor que estar encerrado en la sala de Milenio Diario. Lo que leo en su blog me trasmite que es feliz.
La solidaridad suele ser hija de la catástrofe. El individualismo extremo, ese sentimiento tan de libre mercado, no es solo chocante, sino ridículo cuando se manifiesta en medio de un cataclismo. Tal vez nada como el desastre natural para sacar el espíritu solidario que todo ser humano lleva dentro. El terremoto del 85 es el ejemplo más claro de ello. La recesión económica no tiene la contundencia de un sismo, pero es mortífera y degradante como una enfermedad terminal. Lo peor de la crisis es lo lento de la agonía, lo anunciado e inevitable de sus efectos. Pero de lo perdido lo encontrado. No se si es una mera cuestión de percepción o acaso un cambio interno de actitud que trato de ver reflejado en los demás, pero creo que el mundo que me rodea es hoy en día un poco más solidario que hace un año. Mal que bien, si tu microcosmos se acerca al infierno, lo único que te resta por hacer es tender una mano, dar al menos una palabra de aliento y asumir tu condición de hoja al viento.
¿Palabra de aliento? ¿Sirve de algo? El asunto me genera un debate interno. Frente a la crisis, el Gobierno Federal Mexicano pasó de la negación al discurso de libro motivacional. Durante meses, Carstens y sus discípulos se la pasaron minimizando la gravedad de la recesión con su teoría del catarrito. Cuando la neumonía nos tenía ya en terapia intensiva, entonces sacaron sus libritos de Paulo Cohelo y su caldo de pollo para el alma. Frente al moribundo que luce verde y en los huesos, sólo resta decirle lo bien que se ve. En contraparte a los discursos catastrofistas, y tal vez demasiado realistas como el de Slim, surge una fuerte campaña que pretende infundirnos ánimo con palabras de aliento sobre la capacidad de los mexicanos para enfrentar las grandes desgracias nacionales. Festejan nuestro espíritu, nuestro coraje, nuestra inventiva, el orgullo, el no rajarse. Vaya, la guadalupana está con nosotros después de todo. Tal vez inconscientemente quieren aplicar la teoría de las bacterias que se vuelven resistentes a los antibióticos. Los mexicanos seremos, acaso, organismos inmunes a los efectos de las recesiones. Si sobrevivimos a López Portillo en 82 y al “error de diciembre”, bien podemos salir de esta. En otro contexto tal vez me hubiera encabronado demasiado con el discurso oficial. Tratarte de dar placebos y aspirinitas para calmarte la depre, no te curará el cáncer. Y sin embargo, me pregunto: ¿estorba esa palabra de aliento? ¿Le arroja más sal a la herida? ¿Te cuesta algo darla? Sí, es muy peligroso que se convierta en el único discurso oficial, en la única política de estado para enfrentar la devastación, pero en estos tiempos ningún apoyo, aunque sea únicamente moral, estorba.
¿Todo es una cuestión de actitud? No y sí. Me queda claro que hay cientos de miles para los que hace falta algo más que un espíritu al 100%. Puedes levantarte con toda la fe y las ganas y al final de cuentas la realidad te dará una cachetada. Una despensa vacía y una casa a punto de ser embargada no admite contemplaciones bucólicas. Sin embargo, aún en medio de la catástrofe, sigo viendo actitudes que me sorprenden por lo ilusas y pretenciosas. Esa actitud tan propia de la clase media alta de mantener el complejo aristocrático en medio de la hambruna. Tengo a la mano más de un ejemplo de desempleados que yacen sentados en sus casas aguardando que les llegue un ofrecimiento laboral de “su nivel”, pues no están dispuestos a “rebajarse”. Cuando yo tuve claro que el barco de frontera naufragaba sin remedio, tracé una ruta emergente de acción, una ruta que contemplaba salir de casa inmediatamente a buscar el sustento debajo de las piedras. En caso de carencia extrema, yo no hubiera dudado en meterme a trabajar en una gasolinera, en una construcción, en un burger king. Se trata de generar un ingreso, por bajo que sea y si algo tengo claro, es que uno siempre será más que cero.
Aún así, me queda claro que hasta en medio de cataclismos hay vidas que en lo individual pueden ser inmensamente felices. De pronto, en medio del Apocalipsis puede surgir la más feliz de las historias. El 2008 no fue un año particularmente venturoso para la humanidad y tal vez millones lo recuerden como una etapa sombría en sus existencias. Sin embargo, mi Madre lo define como uno de los años más felices de su vida y más que golpes de suerte o bonanzas inesperadas, lo suyo, creo, fue principalmente una cuestión de actitud, de enamorarse de la vida y explotar una vez más sus infinitos rincones creativos. A mi me pasó algo similar hace 14 años. El error de diciembre hizo de 1995 uno de los años más miserables para millones de mexicanos y sin embargo yo lo recuerdo como un tiempo divertido en mi vida. Mi amigo Gerardo Ortega decidió enfrentar el desempleo presentando su libro “De Lunes a Diciembre” en todos los rincones del país y emprendiendo un sui generis proyecto de libros a domicilio, lo que definitivamente es mejor que estar encerrado en la sala de Milenio Diario. Lo que leo en su blog me trasmite que es feliz.