Colegas Hostiles:
Esta mañana, tras casi un mes de feliz autoexilio en tierras sudamericanas, estoy sentado nuevamente en mi escritorio de la redacción empapándome de tijuanería y tragando a puños sobredosis de realidad mientras escucho un disco de Almafuerte y caigo en la cuenta que una parte de mi espíritu está condenada a ser eternamente sudamericana. De algunos de ustedes me despedí tras el suculento asado en Caecopaz y de los demás en la plaza Armenia en Palermo con una Quilmes en la mano y la certeza de que los extrañaría en serio. Mi esposa me alcanzó en Buenos Aires al día siguiente e inmediatamente nos dimos a la tarea de cazar la mejor alternativa de pasaje aéreo en Internet. Estaba amarrado un viaje al mismísimo Fin del Mundo, léase Ushuaia, pero los incomprensibles caprichos de la aleatoriedad nos llevaron a tierras araucanas. Cazamos una inmejorable oferta de Buenos Aires a Santiago y un día después ya estábamos cruzando la Cordillera y cenábamos al píe del Cerro de Santa Lucía en el Barrio Lastarria. Creo que ir a Chile fue la mejor decisión que pudimos tomar. Confieso que me volví adicto a comer en el mercado de La Vega donde entre vasos de pisco sour, probé los más deliciosos chupes de mariscos, paila, congrio y de más tesoros del Pacífico chileno. La condición física no decae, pues caminamos desde la aduana del puerto de Valparaíso hasta el casino de Viña del Mar y subimos varias veces los cerros de Valpo, lo mismo que el Santa Lucía y el San Cristóbal en Santiago. A las compañeras chilenas del curso no puedo menos que decirles que su país fue para mí el gran descubrimiento del 2008. Sólo se que volveremos muy pronto. De regreso en Buenos Aires hubo tiempo para disfrutar de un concierto del Flaco Spinetta en la Costanera y de vivir de cerca y a todo color un típico piquete argentino el viernes aquel que pararon los subtes. Yo estaba listo para aplicar las enseñanzas de Caecopaz, pero los gases y las macanas no aparecieron en Plaza de Mayo. Finalmente el sueño terminó y fuimos arrancados del verano para ser llevados al invierno. Tijuana nos recibe con un helado diluvio decembrino, sus acostumbradas cucharadas de violencia y nuestro habitual desayuno con muertos. Vuelta a la realidad. A reportear se ha dicho y a aplicar las enseñanzas de Marcelo, Sini, Ríos, el Perro y compañía. Si algo me quedó claro tras la semana en Caecopaz, es que pese a la mierda a puños que uno traga tantas veces en esta forma de vida, la verdad es que estoy orgulloso de ser reportero y quiero seguirlo siendo muchos años más. Por lo pronto, tengo la certeza de que si llego a viejo (cosa improbable en una ciudad como esta) recordaré por siempre la intensa semana que vivimos en Campo de Mayo. He visto el video de Marcia y he recibido las fotos que han mandado. Muchas Gracias. Manden todo lo que tengan, recuerden que yo no llevé cámara y cualquier recuerdo es oro puro. En fin, la realidad llama. Sólo me resta desear que los caminos de la vida (que efectivamente, no son como imaginaba) nos vuelvan a poner en la ruta algún día y reitero que si algún día el deber o el simple deseo de vivir una aventura los trae por Tijuana (o por el Noroeste de México o Suroeste de Estados Unidos) no duden en llamar a su colega. Aquí tienen una casa, todo el apoyo para realizar su trabajo y muchas cervezas de cortesía.
Un abrazo grande amigos Hostiles
DSB
Esta mañana, tras casi un mes de feliz autoexilio en tierras sudamericanas, estoy sentado nuevamente en mi escritorio de la redacción empapándome de tijuanería y tragando a puños sobredosis de realidad mientras escucho un disco de Almafuerte y caigo en la cuenta que una parte de mi espíritu está condenada a ser eternamente sudamericana. De algunos de ustedes me despedí tras el suculento asado en Caecopaz y de los demás en la plaza Armenia en Palermo con una Quilmes en la mano y la certeza de que los extrañaría en serio. Mi esposa me alcanzó en Buenos Aires al día siguiente e inmediatamente nos dimos a la tarea de cazar la mejor alternativa de pasaje aéreo en Internet. Estaba amarrado un viaje al mismísimo Fin del Mundo, léase Ushuaia, pero los incomprensibles caprichos de la aleatoriedad nos llevaron a tierras araucanas. Cazamos una inmejorable oferta de Buenos Aires a Santiago y un día después ya estábamos cruzando la Cordillera y cenábamos al píe del Cerro de Santa Lucía en el Barrio Lastarria. Creo que ir a Chile fue la mejor decisión que pudimos tomar. Confieso que me volví adicto a comer en el mercado de La Vega donde entre vasos de pisco sour, probé los más deliciosos chupes de mariscos, paila, congrio y de más tesoros del Pacífico chileno. La condición física no decae, pues caminamos desde la aduana del puerto de Valparaíso hasta el casino de Viña del Mar y subimos varias veces los cerros de Valpo, lo mismo que el Santa Lucía y el San Cristóbal en Santiago. A las compañeras chilenas del curso no puedo menos que decirles que su país fue para mí el gran descubrimiento del 2008. Sólo se que volveremos muy pronto. De regreso en Buenos Aires hubo tiempo para disfrutar de un concierto del Flaco Spinetta en la Costanera y de vivir de cerca y a todo color un típico piquete argentino el viernes aquel que pararon los subtes. Yo estaba listo para aplicar las enseñanzas de Caecopaz, pero los gases y las macanas no aparecieron en Plaza de Mayo. Finalmente el sueño terminó y fuimos arrancados del verano para ser llevados al invierno. Tijuana nos recibe con un helado diluvio decembrino, sus acostumbradas cucharadas de violencia y nuestro habitual desayuno con muertos. Vuelta a la realidad. A reportear se ha dicho y a aplicar las enseñanzas de Marcelo, Sini, Ríos, el Perro y compañía. Si algo me quedó claro tras la semana en Caecopaz, es que pese a la mierda a puños que uno traga tantas veces en esta forma de vida, la verdad es que estoy orgulloso de ser reportero y quiero seguirlo siendo muchos años más. Por lo pronto, tengo la certeza de que si llego a viejo (cosa improbable en una ciudad como esta) recordaré por siempre la intensa semana que vivimos en Campo de Mayo. He visto el video de Marcia y he recibido las fotos que han mandado. Muchas Gracias. Manden todo lo que tengan, recuerden que yo no llevé cámara y cualquier recuerdo es oro puro. En fin, la realidad llama. Sólo me resta desear que los caminos de la vida (que efectivamente, no son como imaginaba) nos vuelvan a poner en la ruta algún día y reitero que si algún día el deber o el simple deseo de vivir una aventura los trae por Tijuana (o por el Noroeste de México o Suroeste de Estados Unidos) no duden en llamar a su colega. Aquí tienen una casa, todo el apoyo para realizar su trabajo y muchas cervezas de cortesía.
Un abrazo grande amigos Hostiles
DSB