Eterno Retorno

Tuesday, January 15, 2008

Una vez que has escuchado el tartamudear de las armas automáticas las reconocerás al instante. No se parece a un cohete, ni a un transformador que explota ni mucho menos a un golpe. El sonar de una ráfaga de plomo es inconfundible e impone respeto. Tijuana baila al ritmo de la canción tartamuda de miles y miles de balas escupidas por infinitos cañones. Ayer, la modorra de sobremesa de las 15:30 en un típico San Lunes en la redacción, fue interrumpida por los plomazos. Las ráfagas impusieron su ley y en ese instante todos dejamos de hacer lo que estábamos haciendo. Algunos se arrojaron al piso, otros corrieron a las ventanas a curiosear y otros, los de más espíritu periodístico, bajaron a la Vía Rápida, que para entonces ya estaba atiborrada de agentes y patrullas, con el muerto, desde su respectivo charco de sangre, como blanco de todas las cámaras, amo y señor de la escena. El uniforme policiaco del cadáver nos engañó a todos y por un momento en internet se informó que el acribillado era un agente. Riesgos de apostar por la rapidez a costa de todo. A esa hora suelo volver de comer y por lo menos tres días a la semana acudo a un carrito de mariscos ubicado en la 20 de Noviembre, por lo que han sido incontables los días en que voy caminando por la Vía Rápida a las 15:30 horas. Hoy, por algún capricho de la aleatoriedad, comí a las 14:30 y caminé por ahí media hora antes de la tormenta de plomo. Ni hablar de tantos compañeros que suelen ir al AM por el café de sobremesa a esa hora. En cualquier caso, no digo que me considero afortunado. Tal vez recibir una bala en la cabeza en este momento y despedirme de la vida a tiempo, sea mucho mejor negocio que agonizar en un hospital a los 90 años. Después de ver la agonía de Morris me quedó aún más claro que a viejo no deseo llegar nunca, pero esa es otra historia. Estábamos hablando de balazos.

Lo de la Vía Rápida fue sólo el preludio. El Diablo y La Muerte de parranda, tomándose de hidalgo un sotol y un mezcal. La macabra borrachera apenas comenzaba. Lo que vimos frente a nuestra ventana fue sólo el principio y ni en la peor de nuestras pesadillas imaginábamos el Infierno de madrugada que aguardaba a nuestra ciudad. Tres jefes policíacos ejecutados, uno de ellos en su cama, pero eso no es lo más trágico. Los policías saben a lo que juegan. Los niños y las amas de casa que duermen plácidamente en su casa, no. En Baja California un niño puede estar durmiendo en su camita y no volver a despertar, pues un comando irrumpe en su dormitorio rafagueando con R-15. Esa es nuestra tierra tan segura.
Se que es un lugar común, pero lo que verdaderamente emputa de este asunto es que se hayan llevado de encuentro a cuatro inocentes. Cuando escucho a los funcionarios eructar patéticas peroratas de coordinación, de ir ganando la batalla, de redoblar esfuerzos, de echarle montón a la delincuencia, pienso en las balas de sicarios entrando en cuerpecitos de niños, en la gente que sin haberla ni temerla ha muerto en esta guerra y entonces no se qué es más grande, si la furia, el asco o la impotencia.