Eterno Retorno

Monday, October 29, 2007

Cuenta regresiva en el Bunker

Encerrado en este momento en el bunker del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, cuento impaciente los minutos que faltan para decidir el futuro político de Baja California. Por si fuera poco, la sesión ha sido pospuesta tres horas. En teoría debió empezar a las 17:00 (tiempo del DF) pero iniciará hasta las 20:00 y posiblemente yo salga de aquí a las 23:00. Los magistrados la hacen de emoción, alargan la agonía y desatan los rumores. La moneda sigue en el aire. Quesque están deliberando. Por lo pronto, los aplazamientos del Trife me mantienen como huésped de la Capital del País

Amigos

Cumplo en este momento una semana completa en México. Lo mejor, sin duda, volver a ver a mis amigos. Lo peor, comprobar que no hace falta llegar al exceso para que el cuerpo cobre una factura cada vez más cara. Poco más de tres años viví en esta ciudad, pero fueron semilla para hacer tres grandes amigos. Alguna vez dije, erróneamente, que la amistad suele limitarse a circunstancias y momentos específicos compartidos por casualidad. Mentira. Un verdadero amigo lo es para siempre. Yo he hecho muy pocos en las tres ciudades que he vivido, pero son personas que aunque estén lejos siempre dejan una huella en tu vida. Los demás son el millón de conocidos que pasan por nuestra existencia. Me reencontré con amigos de adolescencia que no veía hace ocho o diez años y el sentimiento permanece, la conversación fluye. Sin duda fue lo mejor de este viaje


Péndulo

El viernes por la noche una expedición de más de tres horas por la librería El Péndulo en Polanco. Un libro de Bert Hellinger para Carolina, un libro de Brujas y Demonios de la colección Medievalia para mí. Un libro de Roth y otro de Skarmeta a 20 pesos cada uno completan las adquisiciones de la noche. Cerca de las 23:00, fui seducido desde el menú de un restaurante italiano por una botella de Malbec Privada de Norton, pero hay noches en que el vino, aunque sea una delicia, nomás no es bienvenido en el cuerpo. Mala noche la del viernes a sábado, pero con todo y los demonios del maldormir a cuestas, salí con el ánimo dispuesto para vivir mi Sábado Distrito Federal.

Chopo

Tras el riguroso stop en un café internet para checar la página del Trife, leer los periódicos y escribir las notas, me di a la tarea de consumar el ritual sabatino que marcó mi adolescencia: Una expedición al Chopo, que de paso me sirvió ara conocer el famoso y práctico Metrobus. Tenía más de once años sin ir al tianguis de la Buena Vista y la verdad es que ha cambiado bastante. De entrada es mucho más grande, tal vez el doble de tamaño de la última vez que lo visité. La vendimia llega hasta la estación de tren. Yo comencé a visitar el Chopo a mis 14-15 años allá por 1989 y fui un asiduo hasta 1992, año en que me marché del DF. No deja de sorprenderme ver ahora tantos morritos de 14 y 15 años con sus crestas, sus botas y sus piercings que aún no habían nacido cuando yo ya compraba mis discos usados en ese andurrial. Sí, soy un pinche veterano que se niega a evolucionar. Algunas cosas han cambiado, otras son idénticas. En “mis” tiempos (pinche viejo, estos tiempos también son “tus” tiempos) el cd era un artículo de lujo en el Chopo y lo que sobraban eran vinilos y casetes. Hoy la fiebre del MP3 ya contagió hasta a la banda radical. Me llamó la atención ver puestos especializados en venta de camisetas barrabraveras de equipos argentinos. Parece que a la clica radical le gusta sentirse hincha de equipos como Banfiled, Rosario Central, Quilmes o Newells. En “mis” tiempos, la clica punk-metalera solía criticar mi enfermiza afición futbolera (ya saben, el típico rollo pendejo del futbol como arma del sistema para hipnotizar a las masas) y ahora resulta que son barras bravas. El dios redondo los iluminó.
Muchos más tatuajes, muchos más piercings, mucho más desfile de modas, muchos más policías y mucha menos agresividad. Qué pinche vigilancia. En 1989 ir al Chopo o ir a una tocada en Tlanepantla era una experiencia más violenta, una apuesta arriesgada. Hoy fue un simple paseo turístico. Ja, los punks de Neza mandando mensajitos desde sus celulares y uno que otro con su iPod.
Al final, compré en un puesto tres ejemplares bucaneros (nuevo de Exodus, nuevo de Down y un disco de los progre-power Spiral Architect, además de un original de los falk finlandeses de Korpiklani) Una cruz gamada y una espadita vikinga completaron el carrito de compras.

Bellas Artes

De ahí en metrobus al Ángel de la Indepe en donde había quedado de ver a mi amigo Salvador Adame. Comimos en la casa de su madre, la señora Raquel, a quien siempre aprecié mucho y cuya sabia lectura de cartas orientó muchas de las decisiones de mi adolescencia. Un paseo por ese pedazo de futurismo snob llamado Santa Fe (un Wall Street de la chilanguez que en “mis” tiempos era basureros y barrancas) Una infructuosa búsqueda de Carlos Macías en su casa en las inmediaciones del edificio del Pantalón y luego una expedición al Centro. Nunca hubiéramos ido en carro. Conseguir un lugar en el estacionamiento de Bellas Artes fue algo más que una hazaña. Consumada la proeza, una expedición a las librerías Porrúa, el Sótano y Gandhi. Un libro de poemas de Juan de Dios Peza para el abuelo de Carol y El mago de Viena de Pitol para mí. A propuesta de Adame, una visita al museo de la Cerveza, cantina en la calle Bolívar que pertenece a Katina, una antigua compañera de la prepa. Créanlo o no, no bebí una gota de alcohol.
Lo más divertido del Centro es ver el juego de gato-ratón de los policías con los ambulantes. ¿Cuándo chingados se fueron Ebrard? Llegan las patrullas, los ambulantes emprenden la huída como ratones y en dos segundos levantan sus puestos. Se retiran los polis y los ambulantes salen de sus cuevas.


La puta Condesa

Tras la odisea que significó sacar el carro del estacionamiento, enfilamos rumbo a la catedral del esnobismo y la pretensión: La Condesa. En una casa antigua transformada en bar en la calle Saltillo, llamada, según creo recordar, P Galery, nos encontramos con nuestro antiguo compañero de la prepa, el pintor Alejandro Castro Pintado. Dos aguas minerales mi consumo de la noche. Salí de la Condesa sin gota del alcohol en mi sangre. Mucho amontonamiento, un humo de cigarro que te hacía sentir como en cámara de gas, ojos enrojecidos, conversaciones petulantes a mi alrededor, bastantes argentinos, blues acidón en vivo, mujeres con Mazarik a cuestas. Conversaciones cruzadas, oídos indiscretos, en el amontonamiento fluían como balas las palabras, la verborrea con ese acento insoportable: Éxitos, viajes, chismes de relaciones amorosas, cine, chilanguez extrema, deseos de largarme de una vez por todas a Tijuana. Cambio a toda esa puta Condesa pretenciosa por una cantina de la Coahuila. Por fin acertamos a largarnos de ahí y respiré por fin aire puro. Una cena en el Tizoncito y la cama ya exigía a gritos mi presencia.

Honradez chilanga

Domingo defeño por la mañana. Amanecí felizmente recuperado tras una atípica y deliciosa noche de más de ocho horas de sueño. Un tesoro cada vez más raro y apreciado en estos días. Un frío de perros y un nublado nórdico En un cajero automático ubicado justo frente a la rotonda de la Diana Cazadora dejé olvidado a mi libro compañero de viaje, Profundidades de Henning Mankell. Caminé a la Zona Rosa a buscar un café internet, husmee un rato en el Mix Up y dos horas después reparé en la pérdida. Mi compañero de viaje no estaba conmigo. Regresé a paso veloz al cajero automático y ahí me esperaba mi libro. En la ciudad de los rateros puedes dejar olvidado por casi tres horas un libro de una editorial cara y nadie se tomará la molestia de agarrarlo.


UNAM vs La Máquina

Expedición en metro hasta ciudad universitaria con la idea de apañar un boleto para el UNAM vs Cruz Azul. Desde 1999, en un Tigres 1-0 Celaya, no acudía a un partido de primera división mexicana. En estos ocho años había acudido a partidos de primera división en seis países del mundo, incontables apariciones de la Selección en Los Ángeles y San Diego, muchos partidos de primera A en Tijuana, pero no un duelo oficial de primera. En algún momento de mi vida acudí regularmente al México 68 e incluso puedo presumir haber estado presente el 7 de junio de 1991, cuando el golazo del Tuca los coronó ante el América. Mi última vez en el Olímpico había sido un UNAM 5-1 León en 1993.


Conseguí un boleto en reventa a precio razonable. Tuve que dejar mi cinto en la taquilla (en “mis” tiempos no te quitaban el cinto en el estadio) Un ejército de policías y un helicóptero me hacían sentir en campo de batalla. Primer tiempo tan frío como la mañana. El aire soplaba helado en el Palomar. Los aficionados Pumas tienen complejo de argentinos, cantan con acentito boquense e imitan muy mal los versos de las barras bravas. Mejor se hubieran quedado con su tradicional Gooooya.
Miguel Sabah, a quien tantas veces seguí en Nacional Tijuana, abrió la cuenta con un penal dudoso. Solari empató con reverendo golazo, pero Sabáh los enfrió de nuevo con certero cabezazo. Triunfo de la Máquina que me puso contento. Tengo cierto morboso placer al ver sufrir a toda esa porra con complejo de guerrilleros comunistoides y además, de los equipos chilangos, el único que me cae relativamente bien es la Máquina.

Bosques

De la UNAM en peregrinación a Bosques de las Lomas en donde mi amigo Carlos y su esposa Eleonora me esperaban para comer. De todos los amigos que he tenido en mi vida, el que más ha progresado económicamente, ni duda cabe, es Carlos. Su depa podría salir perfectamente en una revista de moda habitacional. Hagan de cuenta un depa neoyorquino. Una comida deliciosa preparada por Eleonora, suculentos vinos blancos, una espumosa champaña, un purito regañón y una plática de aquellas A los 15 años con caguamas en el mercado del Huizachal, ahora con Champaña en lo alto de un edificio. El licor y el sitio es lo de menos, el sentimiento, les juro, es el mismo.

Amanecí en el depa de Carlos y Eleonora con una crudita ligera. Desayunamos chilaquiles en Interlomas y me costó trabajo creer que el 20 de noviembre de 1991, yo acudí a la inauguración de ese centro comercial en donde tuve mi primer trabajo en nómina en discos Zorba. Con todos esos edificios, me costó trabajo reconocer la zona donde alguna vez estuvo mi casa. Despedida y a cumplir con el deber, en peregrinaje a la sede del Trife. Amanecer en Bosques de las Lomas y pasar la tarde en Iztapalapa es algo así como un viaje intercontinental. El viejo dilema del contraste social. Lo has visto y escuchado mil veces, pero te cuesta trabajo creer que en un mismo valle existen dos planetas condenados a negarse uno al otro. Nadie sabe cómo vine a parar yo el tercer mundo. Y aquí estoy en este instante, enclaustrado en el perro bunker del Trife. Hace unos minutos me anunciaron que la sesión se pospone ooootra vez más, hasta las 21:30. Algo huele a podrido en este reino.