Eterno Retorno

Friday, August 17, 2007

Por Daniel Salinas Basave
La terca memoria
Julio Scherer García
Grijalbo

La memoria suele ser necia, caprichosa, hace y deshace a placer, casi nunca
apegada a esa estricta y a menudo escurridiza realidad. La memoria que uno
tiene de su propia vida a menudo coquetea con la literatura de ficción. Lo
que más me gustó de La terca memoria es que es tan espontánea y desordenada
como una charla de cantina o sobremesa. Un Señor Periodista se aventura a
caminar en los terrenos del yo literario y reta la terquedad de sus
recuerdos. El periodista hurga en el pozo nunca seco de las anécdotas,
bucea profundo, extrae y coparte los recuerdos que yacen como tesoros
ocultos en el fondo del mar. Y sí, es inevitable el divagar, el saltar de
una anécdota a otra sin decir agua va, con la plena libertad que dan las
charlas con los buenos amigos, rompiendo las cadenas estructurales de un
relato formal o de la nota periodística. Hace seis meses, cuando en este
mismo espacio se incluyó la reseña de "La vida de un periodista" del colega
Ben Bradlee del Washington Post, señalé lo atípica que resulta la pluma de
un reportero cuando es empuñada para hablar de sí mismo. A diferencia de los
políticos, los militares o los artistas, la autobiografía no parece ser cosa
de periodistas, ocupados como estamos en escribir la crónica del día a día
o en indagar en la vida de los demás. En plena tormenta electoral
bajacaliforniana cayó en mis manos La terca memoria, el último libro de
Julio Scherer García, del que ya había leído el capítulo dedicado a Jorge
Hank Rhon, en donde por cierto cita atinadamente a mis colegas y amigos de
Frontera Ana Cecilia Ramírez y Jorge Morales. No es propiamente una
autobiografía de Julio Scherer García, pero sí lo más parecido. A veces las
mejores lecturas se dan en los aviones y La terca memoria lo leí casi todo
en un trayecto de Tijuana a Monterrey. Concluyo su lectura un sábado al
atardecer, en un hotel de San Antonio Texas con la tranquilidad que da un
oasis vacacional y esa paz que genera la espontánea lejanía. Leer a Scherer
pega fuerte, pues cada párrafo espeta brutal honestidad. Scherer habla sin
tapujos hasta para criticarse a sí mismo y encarar los vicios y virtudes del
periodismo mexicano. Dejemos que la amarga envidia de un Carlos Ramírez
acuse a Scherer por su afán de confesarse. El colega es honesto hasta el
hartazgo y eso es algo que siempre se agradece. Los personajes que desfilan
por sus páginas no sólo enmarcan una época, sino que reflejan lo
ambiguas, cambiantes y contradictorias que pueden ser las relaciones
humanas, sobre todo cuando se dan en la vorágine del periodismo. Ahí están
Carlos Hank González, Abel Quezada, Vicente Leñero, Heberto Castillo, Gastón
García Cantú, Miguel Almán, López Mateos, Díaz Ordaz, hasta Jorge Hank Rhon
y con ellos los sentimientos maleables de un Scherer que parece querer
examinar su conciencia, conjurar los demonios, exorcizar los rencores,
ahuyentar a los fantasmas. El libro se disfruta como un buen vaso de vino y
a aquellos que nos dedicamos al periodismo, nos abre un proceso de
autocuestionamiento y nos coloca frente a un espejo no siempre complaciente.