85 años del pioletazo coyoacanense
Hace 85 años Ramón Mercader le
enterró un piolet en la cabeza a León Trotsky. Esa historia siempre me ha
fascinado, pues tiene todos los elementos de un drama de Shakespeare
escenificado en Coyoacán. Como personaje de tragedia griega, Lev Davidovich
Bronstein no puede escapar a su destino, determinado desde el rojo Olimpo del
Kremlin por un iracundo Zeus georgiano llamado Stalin. Haga lo que haga y vaya
a donde vaya, la fatalidad le aguarda, aunque acaso su furtivo romance otoñal
con Frida le haya hecho olvidar por un instante su aura de condenado. También
Ramón Mercader es a su manera una marioneta edípica que no puede escapar a su
destino. Su despiadada madre y el Camarada Stalin han decidido que él sea el
ejecutor de la condena y el pobre Ramón simplemente se resigna a su condición
de verdugo (Leonardo Padura narró su drama de manera magistral en El hombre que
amaba los perros). Sin embargo, nunca
pierdo de vista que el asesino de Trotsky pudo ser David Alfaro Sicario. Faltó
muy poquito para ello. El fundador del Ejército Rojo asesinado por un genio del
muralismo, pero el pintor no resultó ser tan buen tirador como presumía. Siqueiros
fracasó como sicario.
En fin. Hace algunos años, imaginé que el fantasma de Trotsky
visitaba al viejo Siqueiros en Lecumberri.
Esto es lo que el muralista le dijo al espectro:
¿Tú también vienes a visitarme? Por favor, León
Davidovich, ¿qué carajos haces aquí? Yo pensé que estarías allá, bebiendo vodka
en el purgatorio de los rusos. A lo mejor cuando ustedes se mueren se van a
morar a una especie de Siberia para las ánimas, y vaya que conoces bien Siberia
tú. ¿No le llamaba Dostoievski la Casa Muerta? Sí, ahí deberías de andar León. ¿O
a poco te quedaste a vagar como alma en pena por las calles de Coyoacán?
A lo mejor allá te la llevas, deambulando con Frida por la Casa Azul. ¿Qué diablos se te perdió aquí? Mira, si vienes a buscar a Ramón Mercader, déjame
decirte que lo liberaron hace muy poco y se fue derechito para Moscú. Así como
lo oyes: él salió y luego yo entré, ya
no nos tocó coincidir y saludarnos en estas inmundas ratoneras, pero aquí
anduvo el pobre, igual que ando yo ahora. Veinte añotes se comió aquí adentro,
en estas mismas crujías. Muchos de los que ahora son mis compañeros lo
conocieron bien. Ahora creo que anda
viviendo en Cuba, por si lo quieres ir a buscar. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? ¿A
mí qué me reclamas? Yo ni un rasguño te hice. Solo provoqué que tú, tu nieto y
tu esposa Natalia se tiraran al suelo.
Eso fue todo y a la fecha yo he sufrido más por eso que tú. Sí, vaya que lo he
sufrido León, y no nada más porque tuve que exiliarme a Chile allá con Pablo,
porque de exilios y persecuciones yo sé mucho al igual que tú. No, lo peor ha sido la vergüenza por la maledicencia y las burlas que he
tenido que soportar. Mira, yo puedo
soportar sin problemas que a alguien no le guste mi arte, que digan que mis
murales son horribles, que Diego y Clemente pintan mejor que yo. Que digan lo
que quieran. Yo no pinto para gustarle a todo el mundo y nadie está obligado a
enamorarse de lo que brota de mi pincel. Eso a mí me viene guango. Pero que me
digan mal tirador y gatillo chueco, eso sí me hiere en lo más profundo. Saber
que cualquier pendejo ande diciendo por ahí que yo no sé ni agarrar una
ametralladora y que lo del Coronelazo me queda grande, que qué Coronel ni que
ocho cuartos, si no pudimos acertar un
solo tiro. Y mira que éramos un comando como de 20 cabrones, todos bajo mis
órdenes. Más de cien casquillos percutidos quedaron regados por la casa. Eso
sí, te rompimos todos los cristales, pero dicen los reporteros que cubrieron la
nota que ni siquiera a alguno de tus conejitos que tenías en jaulas nos pudimos
chingar y desde entonces ya no me la acabo con las burlas de mis enemigos, que
cómo fue posible que yo, el as de la ametralladora en las trincheras
republicanas no haya podido meter una
sola bala en tu cuerpo. Una sola. Ni un
rasguño. Eso sí me hiere en el orgullo
León. A mí no me quedó otra que decir que no íbamos con la intención de darte
chicharrón, que queríamos nada más darte un sustito para ver si escarmentabas
de una vez por todas, pero los militantes del partido saben que el Camarada
Stalin no es de mandar recaditos, que él siempre tira a matar. Tú puedes pensar
lo que quieras. Yo prefiero que la gente se quede con la versión de que nomás
fuimos a romperte las ventanas y que en realidad no queríamos matarte. Yo no te
mandé al otro mundo León. ¿Qué me vienes a mí a reclamar? Reclámale a Ramón,
porque ¿ya te enteraste que se llama Ramón? Por favor Davidovich, te
chamaquearon ¿A poco le creíste que se llamaba Frank Jackson y que era de
Bélgica? ¿No le escuchabas el acentote gachupín? Te perdió el ego León, por
querer dar entrevistas a la prensa internacional para hablar mal del Camarada.
Y al final no pudiste escaparte de la
condena. Fue más efectivo el piolet que los cien balazos que te
disparamos. Claro, él te tenía sanchito
y de espaldas, con la guardia baja, sentado frente a tu escritorio mientras que
nosotros tuvimos que tirar en la oscuridad y enfrentar a tu escolta. Ve y
reclámale a él, no mí. Enséñale el hoyo que te dejó en la cabeza. Aquello te ha
de haber quedado como cráter. Y no, no
me vengas con sentencias condenatorias porque si a cuentas pendientes vamos, tú
debes muchas más que yo y lo sabes...