Leer a Tostói en la línea
Leo los diarios tardíos de
Tolstói mientras hacemos línea. La lectura es y ha sido siempre la mejor manera
de exorcizar el tedio y estrés de los cruces fronterizos. Estos cuadernos
finales comienzan en 1895, cuando Lev tiene ya 67 años y es un autor consagrado.
Para entonces ya ha escrito Guerra y Paz y Ana Karenina. Es una celebridad
mundial que recibe cartas de lectores de los más diversos países y un candidato
natural al naciente Premio Nóbel, tanto al de Literatura como al de la Paz. El
propio Zar Nicolás le escribe. Aún le quedan 15 años de vida pero Tolstói
piensa todo el tiempo que su muerte está a la vuelta de la esquina y que está
viviendo sus últimos días. Todo el tiempo se queja de su estado de salud y de
su angustia moral. Seguro de que le queda muy poco tiempo de vida, hace su
testamento y pide que lo pongan en el ataúd más barato posible y que no haya
funerales ni homenajes de ningún tipo. Su aferre místico parece ocuparlo todo.
Por momentos más parece el diario de un ermitaño o un monje obsesionado con el
desapego material. Su posición económica le causa un enorme conflicto y parece
sentirse culpable de ser rico. Me sorprende (o acaso diría me aterra) la sobriedad
y el aparente desapego con que toma la muerte de su hijo menor Vániechka. Considera
que llorar demasiado por la muerte del pequeño es un acto egoísta opuesto a la
voluntad divina. El viejo Tolstói es un cristiano primitivo que despotrica contra
la soberbia de la aristocracia zarista y el materialismo de la Iglesia Ortodoxa
que acaba por excomulgarlo en 1901. Es una suerte de anarquista espiritual que
sueña con vivir como anacoreta, pero topa de frente contra el frívolo
materialismo de su propia familia. Quiere donar sus tierras de Yásnaia Poliana
a los campesinos, pero su esposa Sonia es la primera en pegar el grito en el
cielo. Claro, sobran comentarios y actitudes que le valdrían la cancelación del
Zeitgeist actual: “Eva tentó a Adán y siempre es así. Todo lo deciden las
hembras”. “Qué olfato tan sorprendente tienen las mujeres para reconocer la
celebridad. No la descubren por las impresiones recibidas, sino por cómo y
hacia dónde corre la multitud”. Me llama
la atención la diversidad de sus lecturas. Lee Sutras budistas y se engrana en
Confucio pero también lee el Zaratustra de Nietzsche de quien concluye que está
totalmente loco: “ ¿Qué pasará con la sociedad si un loco como éste, un loco
malvado, es reconocido como maestro?”. Tampoco sale tan bien parado su amigo
Chéjov: “Leí La dama del perrito de Chéjov. Igual que Nietzsche. Personas que
no han elaborado en ellas mismas una concepción del mundo clara, capaz de
distinguir el bien del mal. Antes dudaban, buscaban; ahora en cambio, como
piensan que están más allá del bien y del mal, se quedan de este lado, es
decir, son casi como animales”. Lee a
Kant, a Pascal, a Turgéniev y a Hans Christian Andersen (y le gusta)
Su vocación de apóstol le hace
obsesionarse contra el deseo sexual: “Se puede considerar a la necesidad sexual
como una penosa obligación del cuerpo (así la he visto toda mi vida), pero
también puede ser vista como un placer (raramente he sucumbido a ese pecado).
Me llama la atención su aparente desapego de la situación política que carcome
a su país. Apenas habla un poco de la desastrosa guerra contra Japón y no
menciona el Domingo sangriento de 1905.
Impresionante la labor de la
traductora mexicana Selma Ancira. Experta en Tolstói y en Marina Tsvietáieva,
pero también en literatura griega ¿Cuántas decenas de miles de páginas ha traducido
esta mujer? Una labor colosal y admirable.
Tolstói escribió diarios de 1847
hasta 1910. Salvo por una década de depresión en 1870 en la que apenas escribió
nada, se puede decir que dejó testimonio de más de medio siglo de su vida
cotidiana. La última entrada del diario
es el 29 de octubre de 1910, 22 días antes de su muerte. Inicia su fuga de sí
mismo: “Llegó Serguéienko. Todo sigue igual, aún peor. Lo único que pido es no
pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay”.