Eterno Retorno

Wednesday, August 20, 2025

Leer a Tostói en la línea

 

Leo los diarios tardíos de Tolstói mientras hacemos línea. La lectura es y ha sido siempre la mejor manera de exorcizar el tedio y estrés de los cruces fronterizos. Estos cuadernos finales comienzan en 1895, cuando Lev tiene ya 67 años y es un autor consagrado. Para entonces ya ha escrito Guerra y Paz y Ana Karenina. Es una celebridad mundial que recibe cartas de lectores de los más diversos países y un candidato natural al naciente Premio Nóbel, tanto al de Literatura como al de la Paz. El propio Zar Nicolás le escribe. Aún le quedan 15 años de vida pero Tolstói piensa todo el tiempo que su muerte está a la vuelta de la esquina y que está viviendo sus últimos días. Todo el tiempo se queja de su estado de salud y de su angustia moral. Seguro de que le queda muy poco tiempo de vida, hace su testamento y pide que lo pongan en el ataúd más barato posible y que no haya funerales ni homenajes de ningún tipo. Su aferre místico parece ocuparlo todo. Por momentos más parece el diario de un ermitaño o un monje obsesionado con el desapego material. Su posición económica le causa un enorme conflicto y parece sentirse culpable de ser rico. Me sorprende (o acaso diría me aterra) la sobriedad y el aparente desapego con que toma la muerte de su hijo menor Vániechka. Considera que llorar demasiado por la muerte del pequeño es un acto egoísta opuesto a la voluntad divina. El viejo Tolstói es un cristiano primitivo que despotrica contra la soberbia de la aristocracia zarista y el materialismo de la Iglesia Ortodoxa que acaba por excomulgarlo en 1901. Es una suerte de anarquista espiritual que sueña con vivir como anacoreta, pero topa de frente contra el frívolo materialismo de su propia familia. Quiere donar sus tierras de Yásnaia Poliana a los campesinos, pero su esposa Sonia es la primera en pegar el grito en el cielo. Claro, sobran comentarios y actitudes que le valdrían la cancelación del Zeitgeist actual: “Eva tentó a Adán y siempre es así. Todo lo deciden las hembras”. “Qué olfato tan sorprendente tienen las mujeres para reconocer la celebridad. No la descubren por las impresiones recibidas, sino por cómo y hacia dónde corre la multitud”.  Me llama la atención la diversidad de sus lecturas. Lee Sutras budistas y se engrana en Confucio pero también lee el Zaratustra de Nietzsche de quien concluye que está totalmente loco: “ ¿Qué pasará con la sociedad si un loco como éste, un loco malvado, es reconocido como maestro?”. Tampoco sale tan bien parado su amigo Chéjov: “Leí La dama del perrito de Chéjov. Igual que Nietzsche. Personas que no han elaborado en ellas mismas una concepción del mundo clara, capaz de distinguir el bien del mal. Antes dudaban, buscaban; ahora en cambio, como piensan que están más allá del bien y del mal, se quedan de este lado, es decir, son casi como animales”.  Lee a Kant, a Pascal, a Turgéniev y a Hans Christian Andersen (y le gusta)

Su vocación de apóstol le hace obsesionarse contra el deseo sexual: “Se puede considerar a la necesidad sexual como una penosa obligación del cuerpo (así la he visto toda mi vida), pero también puede ser vista como un placer (raramente he sucumbido a ese pecado). Me llama la atención su aparente desapego de la situación política que carcome a su país. Apenas habla un poco de la desastrosa guerra contra Japón y no menciona el Domingo sangriento de 1905.

Impresionante la labor de la traductora mexicana Selma Ancira. Experta en Tolstói y en Marina Tsvietáieva, pero también en literatura griega ¿Cuántas decenas de miles de páginas ha traducido esta mujer? Una labor colosal y admirable.

Tolstói escribió diarios de 1847 hasta 1910. Salvo por una década de depresión en 1870 en la que apenas escribió nada, se puede decir que dejó testimonio de más de medio siglo de su vida cotidiana.  La última entrada del diario es el 29 de octubre de 1910, 22 días antes de su muerte. Inicia su fuga de sí mismo: “Llegó Serguéienko. Todo sigue igual, aún peor. Lo único que pido es no pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay”.