Ni Mallarme, ni Verlaine ni el mismo Rimbaud pudieron permanecer indiferentes después de leer Las flores del mal.
Pese a la efímera celebridad lograda con estos dos libros, la entrada a la década de los sesenta marca la entrada a un sendero de decadencia física, económica y espiritual.
El poeta está arruinado y los estrágos de la sífilis empiezan a ganarle la batalla.
Solo el opio logra curar sus dolencias. Finalmente el 31 de agosto de 1867, Baudelaire muere en el mismo lugar donde perecieron Tolouse Lautrec y Arthur Rimbaud: en los brazos de la madre.
Desde entonces descansa o deambula en su amado Montparnasse y acaso se de algún tiempo para platicar con sus vecinos o compartir la virtudes de un buen Burdeos con algún hipócrita lector.
Pese a la efímera celebridad lograda con estos dos libros, la entrada a la década de los sesenta marca la entrada a un sendero de decadencia física, económica y espiritual.
El poeta está arruinado y los estrágos de la sífilis empiezan a ganarle la batalla.
Solo el opio logra curar sus dolencias. Finalmente el 31 de agosto de 1867, Baudelaire muere en el mismo lugar donde perecieron Tolouse Lautrec y Arthur Rimbaud: en los brazos de la madre.
Desde entonces descansa o deambula en su amado Montparnasse y acaso se de algún tiempo para platicar con sus vecinos o compartir la virtudes de un buen Burdeos con algún hipócrita lector.