Temblores
La tierra se vuelve loca. Hoy al suelo que yace bajo nuestros píes le ha dado por ponerse a temblar todos los días. El planeta se empeña en mandarnos recordatorios de que el día que se le venga en gana nos manda al carajo. La tierra se mueve. Algunos entran en pánico. Yo nunca siento nada. Me entero que tiembla porque la gente me platica. La noche del miércoles la alerta de tsunami provocó que la hermana de Carol y sus pequeños, que habitan en San Antonio del Mar a la orilla del Pacífico, vinieran a refugiase en casa. Al menos nuestro hogar está en lo alto de la colina y tendría que ser un tsunami de dimensiones apocalípticas para que el mar se tomara la molstia de traer sus olas hasta la puerta. Pensé entonces en lo engañosa que puede ser la plusvalía de vista al mar. La contemplación de ese charco le sube unos cuantos centavos al valor de tu tejabán, pero también le agrega a tu existencia el picoso temor de saber que un día cualquiera, al Pacífico se le antoja tragarse tu patrimonio como botana.
La tierra se vuelve loca. Hoy al suelo que yace bajo nuestros píes le ha dado por ponerse a temblar todos los días. El planeta se empeña en mandarnos recordatorios de que el día que se le venga en gana nos manda al carajo. La tierra se mueve. Algunos entran en pánico. Yo nunca siento nada. Me entero que tiembla porque la gente me platica. La noche del miércoles la alerta de tsunami provocó que la hermana de Carol y sus pequeños, que habitan en San Antonio del Mar a la orilla del Pacífico, vinieran a refugiase en casa. Al menos nuestro hogar está en lo alto de la colina y tendría que ser un tsunami de dimensiones apocalípticas para que el mar se tomara la molstia de traer sus olas hasta la puerta. Pensé entonces en lo engañosa que puede ser la plusvalía de vista al mar. La contemplación de ese charco le sube unos cuantos centavos al valor de tu tejabán, pero también le agrega a tu existencia el picoso temor de saber que un día cualquiera, al Pacífico se le antoja tragarse tu patrimonio como botana.