El autor de este blog había considerado la posibilidad de rehabilitarse de su mal vicio de la lectura, pero por lo que se puede leer, en la cuna porqueriosa sólo habla de que lo que lee.
¿Qué acaso no sucede nada más en su vida? ¿No hay existencia más allá de sus pinches libros?
Pero existencia sí la hay y también mucho trabajo, carajo. También hay en el arsenal cosas dignas de ser contadas e ideas que rondaron por la cabeza y se largaron al carajo sin decir adiós. Ideas que no volverán, que habitaron mi mente como huéspedes patanes y al final optaron por abandonarla sin permitir que las llevara presas al calabozo de la palabra escrita.
Más pinches libros
Dije que no, que no habría más libros, que al carajo con esa maldita adicción, pero esta semana me he hecho de buenos ejemplares que piden a gritos ser leídos. Uno de ellos es Las Siete Iglesias, del autor checo Milos Urban. ¿Saben por qué me decidí por este libro? Pues porque el personaje central es nada menos que la ciudad de Praga, uno de los rincones de este planeta que más me han impactado. Tal vez el deseo de volver a recorrer las calles del Stare Mesto, cruzar el Karlova Most y contemplar la Muerte Desnuda del Reloj, es lo que me mueve a perderme en las páginas de ese libro. Ojalá que Milos Urban sea capaz de pasearme por Praga en verano.
Otro libro que está sentado en sala de espera, es el Síndorme de Ulises del colombiano Santiago Gamboa, colega periodista que abandonó el noble oficio seducido por una puta viciosa llamada literatura.
El Síndrome de Ulises es una novela sobre el rompimiento del sueño parisino. Vaya, es el París de los migrantes, el de los Manúchaos, los argelinos, marroquíes, tunecinos y latinoamericanos que deambulan rumiando el hambre y la desgracia en los suburbios. Las bonitas nalgas de la chica que aparece en la portada, motivará sin duda que más de un imbécil del Ayuntamiento me pregunte ¿Qué estás leyendo?
La cava está llena
La cava está llena. Hay hartas botellas de Santa Silvia, un vinito argentino que recién descubirmos y que como suele suceder por cortesía de nuestra bienodiada Secretaría de Hacienda que flagela a la inustria vinícola nacional, es mucho más barato que los vinos locales. Cuesta trabajo creer que un vino cuya uva fue cultivada al píe de Los Andes y que tuvo que cruzar América para llegar a nuestra apetecible cava, sea más barato que aquel cuya uva fue cultiva a 80 kilómetros de aquí, en el Valle de Guadalupe. Pero así son los latigazos fiscales que le azotan a nuestros vinicultores. En fín, volviendo al tema que nos ocupa. La cava, como les decía, está llena. El Santa Silvia lo hay en denominación Malbec, muy propio de todo producto argentino, pero también lo hay en Cabernet y en blanco, este último por cierto de lo más apetecible y sin la acidez que caracteriza a sus primos.
Hay también en la cava el rusoensenadense Bibayoff, con sus altas dosis de sedimento y un chileno que aún no bautizamos llamado Cousiño Macul de Viña Maipo, del que hemos leído grandes reseñas. Aún sobra más de media botella de patota de elefante de Herradura Reposado y un par de Jack Daniels que pepené en el Duty Free, pero al momento de escribir esto son las 13:00 y saboreo una Tijuana oscura, mientras en las bocinas suena HIM. Y el improbable lector de estas sandeces dirá ¿Acaso quien esto escribe es un miserable alcohólico con vocación teporochil? ¿O es un hombre light que bebe con moderación?. En cualquier caso, SALUD.
¿Qué acaso no sucede nada más en su vida? ¿No hay existencia más allá de sus pinches libros?
Pero existencia sí la hay y también mucho trabajo, carajo. También hay en el arsenal cosas dignas de ser contadas e ideas que rondaron por la cabeza y se largaron al carajo sin decir adiós. Ideas que no volverán, que habitaron mi mente como huéspedes patanes y al final optaron por abandonarla sin permitir que las llevara presas al calabozo de la palabra escrita.
Más pinches libros
Dije que no, que no habría más libros, que al carajo con esa maldita adicción, pero esta semana me he hecho de buenos ejemplares que piden a gritos ser leídos. Uno de ellos es Las Siete Iglesias, del autor checo Milos Urban. ¿Saben por qué me decidí por este libro? Pues porque el personaje central es nada menos que la ciudad de Praga, uno de los rincones de este planeta que más me han impactado. Tal vez el deseo de volver a recorrer las calles del Stare Mesto, cruzar el Karlova Most y contemplar la Muerte Desnuda del Reloj, es lo que me mueve a perderme en las páginas de ese libro. Ojalá que Milos Urban sea capaz de pasearme por Praga en verano.
Otro libro que está sentado en sala de espera, es el Síndorme de Ulises del colombiano Santiago Gamboa, colega periodista que abandonó el noble oficio seducido por una puta viciosa llamada literatura.
El Síndrome de Ulises es una novela sobre el rompimiento del sueño parisino. Vaya, es el París de los migrantes, el de los Manúchaos, los argelinos, marroquíes, tunecinos y latinoamericanos que deambulan rumiando el hambre y la desgracia en los suburbios. Las bonitas nalgas de la chica que aparece en la portada, motivará sin duda que más de un imbécil del Ayuntamiento me pregunte ¿Qué estás leyendo?
La cava está llena
La cava está llena. Hay hartas botellas de Santa Silvia, un vinito argentino que recién descubirmos y que como suele suceder por cortesía de nuestra bienodiada Secretaría de Hacienda que flagela a la inustria vinícola nacional, es mucho más barato que los vinos locales. Cuesta trabajo creer que un vino cuya uva fue cultivada al píe de Los Andes y que tuvo que cruzar América para llegar a nuestra apetecible cava, sea más barato que aquel cuya uva fue cultiva a 80 kilómetros de aquí, en el Valle de Guadalupe. Pero así son los latigazos fiscales que le azotan a nuestros vinicultores. En fín, volviendo al tema que nos ocupa. La cava, como les decía, está llena. El Santa Silvia lo hay en denominación Malbec, muy propio de todo producto argentino, pero también lo hay en Cabernet y en blanco, este último por cierto de lo más apetecible y sin la acidez que caracteriza a sus primos.
Hay también en la cava el rusoensenadense Bibayoff, con sus altas dosis de sedimento y un chileno que aún no bautizamos llamado Cousiño Macul de Viña Maipo, del que hemos leído grandes reseñas. Aún sobra más de media botella de patota de elefante de Herradura Reposado y un par de Jack Daniels que pepené en el Duty Free, pero al momento de escribir esto son las 13:00 y saboreo una Tijuana oscura, mientras en las bocinas suena HIM. Y el improbable lector de estas sandeces dirá ¿Acaso quien esto escribe es un miserable alcohólico con vocación teporochil? ¿O es un hombre light que bebe con moderación?. En cualquier caso, SALUD.