Fue la noche del domingo 21 de marzo de 1999 cuando tomé la decisión definitiva. Aquel día, en las principales ciudades del país, militantes del Ejército Zapatista habían colocado mesas de consulta en parques y plazas para preguntarle al pueblo mexicano si estaban de acuerdo en que el Ejército siguiera controlando la zona de conflicto. Esa fue mi última nota en El Norte. Al anochecer mi decisión era irrevocable y la única alternativa era ver para adelante.
Sólo hasta que estuve en Tijuana, amontonado con mis nuevos compañeros en las pequeñas oficinas de la corresponsalía de La Crónica de Mexicali, base de operaciones del proyecto, pude darme cuenta que participar en la fundación de un periódico demandaría algo más que insomnios y sobredósis de buena voluntad.
La madrugada del domingo 25 de julio de 1999, congregados todos en la imprenta, vimos nacer el primer número de nuestro diario que nosotros mismos nos encargamos de encartar para ir después a repartirlo a las calles. Habíamos pasado meses planeando el primer número, pero ahora teníamos menos de 24 horas para elaborar el segundo.
Sólo hasta que estuve en Tijuana, amontonado con mis nuevos compañeros en las pequeñas oficinas de la corresponsalía de La Crónica de Mexicali, base de operaciones del proyecto, pude darme cuenta que participar en la fundación de un periódico demandaría algo más que insomnios y sobredósis de buena voluntad.
La madrugada del domingo 25 de julio de 1999, congregados todos en la imprenta, vimos nacer el primer número de nuestro diario que nosotros mismos nos encargamos de encartar para ir después a repartirlo a las calles. Habíamos pasado meses planeando el primer número, pero ahora teníamos menos de 24 horas para elaborar el segundo.