Eterno Retorno

Sunday, March 07, 2021

Los sepultureros y la sepultada juventud

 

Éramos tan odiosa y groseramente jóvenes... La foto fue tomada el 9 de diciembre de 1991, el día que Max e Igor Cavalera, cantante y baterista de Sepultura, visitaron Zorba Interlomas, la recién inaugurada tienda de discos donde yo trabajaba. Yo soy el de azul y allá atrás se ve mi amigo Paul Valdivia; el más alto es Freddy Trajtman (dueño del changarro) y Toño, el gerente. Los Sepultureros se habían recetado una tocada matadora en la arena de Tlalnepantla dos días antes y por supuesto yo estuve ahí, pateando duro en el moshpit. En aquel entonces Sepultura encarnaba para mí lo más cabrón de una escena metalera de por sí cabronérrima y brava. El centro comercial Interlomas acababa de ser inaugurado el 20 de noviembre y yo empecé a trabajar en Zorba justo el día que murió Freddy Mercury. Tenía 17 años y fue el primer empleo en nómina de mi vida. Trabajaba por las tardes saliendo de la prepa y los fines de semana íntegros. A mi manera, así piradísimo como estaba, fui feliz. Interlomas era un hervidero los fines de semana y nosotros no nos dábamos abasto vendiendo discos. Los más pedidos eran el Greatest Hits y el Inuendo de Queen (la muerte de Freddy fue una excelente vendedora) el Achtung Baby de U2, el Dangerous de Michael Jackson, el Black Álbum de Metallica y el de los boleros del siempre pestilente luis miguel. En aquel entonces un cd costaba en promedio 65 mil viejos pesos y era un pequeño lujo. Para que se den una idea, mi salario mínimo como empleado de medio tiempo era de unos 400 mil viejos pesos si mal no recuerdo. Eso sí, con lo que desquitabas era con las ventas. Te daban un 1% por cada disco vendido y yo vendía un chingo. Recuerdo que en enero del 92 me pagaron mis comisiones y por primera vez en mi existencia supe lo que era tener más de un millón de viejos pesos en las manos. La pequeña fortuna la invertí en una pesadísima chamarra negra de auténtico cuero llena de zípers y botones. El resto lo gasté en reventones, tocadas, ropa, chelas, libros. Si había o no había futuro era cosa que no importaba. La juventud es un incesante y desquiciado presente en donde los veinte años resultaban una incógnita aún lejanísima. Yo vendía música en la época que he sido más intolerante en lo musical. En aquel entonces tendía a rechazar todo aquello que no fuera metal extremo, hard core o radikal vasco. La mera mata de la primera ola deathmetalera pasó por Tlane en aquellos años y yo no me perdía ni uno: Obituary, Kreator, Death, Sadus, Pestilence, Cannibal Corpse, Carcass y el entrañable Eskorbuto. No había internet, ni ventas en línea y solo unos poquísimos ricardos cargaban unos prehistóricos celulares mastodonte. No había wokes ni ofendiditos, a las cosas las llamábamos por su nombre, la vida era una fiesta desenfrenada, los noventa apenas comenzaban y ni nos imaginábamos la locura por venir.