No había rostros únicos e identificables de güeyes diabólicamente guapos e infernalmente seductores con sus oscuros ojos azulísimos y sus largas lenguas de íncubos devoradores de mil y un clítoris, ni frondosas greñas larguísimas y brazos ultra tatuados hasta en el último milímetro de carne. Solo máscaras y negras túnicas exterminadoras del último vestigio de personalidad. El nombre de la banda carecía de siniestras grandilocuencias y en su sencillez reafirmaba su misterio: Ghost. Así, simplemente. Fantasma. Rostros e identidades reservadas bajo un ritual vestuario que podría ocultar la identidad de cualquier pendejazo Godínez sometido a la dictadura del pantalón de vestir y la camisa con el ridículo bordado del logo de la empresa. Esos anónimos enmascarados que simulaban tocar guitarra, bajo y batería carecían de nombre propio. Se llamaban simplemente Ghoul 1, Ghoul 2, Ghoul 3, Ghoul 4. Detrás de esos disfraces podía habitar cualquiera, incluso entes apocados, aplastados, ninguneados e invisibilizados por la tiranía de un uniforme alienante pero que de un momento a otro obtenían su pasaporte al inframundo donde moraban los seres que escupían consignas a menudo incomprensibles a través de los audífonos. La conclusión era contundente: él era uno de ellos. No se llamaba José Luis, Juan Carlos o Jesús. Su nombre era Ghoul. El Ghoul número 5.
Saturday, June 06, 2020
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