Eterno Retorno

Monday, June 01, 2020

En los buenos relatos cada párrafo cuenta y trasciende. Acaso me atrevería a decir que a medida que un cuento es mejor, cada una de sus frases es casi insustituible. Sin embargo mentiría si les dijera que cada línea vale exactamente lo mismo. También entre los párrafos hay jerarquías. Grábense muy bien esto colegas: ustedes se juegan la vida en la apertura de su cuento. En torno a este tema no suelo caer en relativismos ni voy a salir con un “depende”. Si fracasas en tus primeros párrafos entonces tu cuento está condenado al naufragio. Punto. Aquí no hay ni para dónde hacerse. En el improbable caso de que logres enderezar el rumbo y consigas navegar el barco hacia buen puerto, el lector ya no tendrá tiempo de esperarte, al menos no si el lector es un juez o editor. Si lo que quieres es llenarle el ojo a un jurado o conquistar el favor de una editorial, tienes que partir plaza pisando muy fuerte. Te voy a dibujar un escenario realista basado en mi propia experiencia como dictaminador en concursos literarios: un juez recibe una pila de manuscritos en su casa. Debe leerlos todos y elegir sus favoritos (a menudo tres o cinco) para cotejarlos con los otros integrantes del jurado el día de la deliberación. La regla no escrita, es que el juez en cuestión tiene poco tiempo y claro, salvo casos atípicos, puedo apostarte doble contra sencillo a que su labor como dictaminador no es su único trabajo. Por regla general, la persona que va a valorar tu libro tiene otras tantas chambas atrasadas que consumen la mayor parte de su día y si bien nos va, el flamante señor juez se acuerda de los manuscritos solo en su tiempo libre, que es muy poco. Imagina su mesa de trabajo sepultada bajo cincuenta o cien engargolados. Dado que no es humanamente posible leer cien libros completos en 30 días, el señor juez apostará por la técnica del descarte e irá separando aquellos que de entrada le parezcan inocultablemente fallidos. Con el reloj encima e inundada en manuscritos, la persona que decide el futuro de tu libro suele desear que la mayoría de los trabajos revelen con desparpajo sus defectos desde la primera página para así poder irlos descartando rápidamente. Si en la página inicial el juez topa de frente con un bodrio de sintaxis y pifias ortográficas o de dedo, puedo jurarte que no llegará a la tercera cuartilla. Cuando los errores son burdos y se revelan desde el principio, no sientes curiosidad alguna por avanzar en tu lectura ni culpabilidad alguna por tirarla a la basura habiéndole dedicado menos de diez minutos. Mi experiencia dice que un texto con un inicio prometedor puede muchas veces derrumbarse, pero un texto con un inicio deficiente está condenado a no levantarse nunca. Vaya, jamás he visto que después de dos primeras páginas fallidas, el texto mágicamente compone el rumbo a la mitad y te arroja un final de antología. Nada de eso. Lo que es bodrio desde el principio queda como bodrio hasta el final. Si alguien puede darme un ejemplo que demuestre lo contrario, se lo voy a agradecer.