Imaginen por un momento una gran imperio desahuciado que reloj en mano aguarda su hora fatal, como un condenado a muerte cuya ejecución tuviera fecha y hora marcadas. Así aguardó su final Constantinopla la madrugada del 29 de mayo de 1453, sin otra esperanza de vida que no fuera la de una intervención divina. Los ángeles no bajaron del ortodoxo cielo a salvarlo. El Imperio Bizantino pereció a manos de los turcos después de una larga y torturante agonía. La historia de la humanidad está infestada de batallas y carnicerías, pero son muy pocas las que han transformado para siempre el rumbo y la cartografía de la geopolítica mundial. La caída de Constantinopla torció la ruta de millones de seres humanos. Vaya, para no ir más lejos, el descubrimiento y conquista de América fue una consecuencia directa de la debacle bizantina y la historia de México sin duda hubiera tomado otro rumbo de haber sobrevivido este imperio que marcaba la frontera y el punto de equilibrio entre Oriente y Occidente. Sin la caída de Constantinopla es muy posible que no se hubiera escrito la historia de Colón ni la de Hernán Cortés y compañía. La conquista de América se hubiera producido de todas formas, pero sin duda se hubiera retrasado. A partir del martes 29 de mayo de 1453 la historia de Oriente y Occidente entró para siempre y sin posibilidad de retorno en una nueva era. No es exagerado afirmar que nuestro entorno geopolítico actual es una consecuencia directa de ese día. Por eso me apasiona esta efeméride. La devastadora artillería turca conformada con los primeros grandes cañones utilizados en la historia, se impuso
al letal fuego griego, arma química medieval cuyo secreto de preparación murió con Constantinopla. Los turcos cargaron sus barcos por tierra para colocarlos en el impenetrable Cuerno de Oro. El Imperio Romano de Oriente estaba condenado. Hay una imagen que me parece fascinante, la máxima representación de la mística calma antes de la infernal tempestad, la auténtica sinfonía de la destrucción. Constantino y la plana mayor de la nobleza bizantina se reúnen en Santa Sofía la noche del 28 de mayo para celebrar el último servicio religioso cristiano en la historia del templo. La liturgia final de un imperio que se sabe irremediablemente desahuciado y que en silencio se entrega al éxtasis místico sabiendo que en unas horas se consumará el final de una cultura y de una era milenaria. Al día siguiente los turcos penetraron las murallas y todos los nobles, incluido el emperador Constantino, fueron inmolados dentro de la catedral. La media luna se impuso a la cruz. Cinco siglos y medio después Santa Sofía sigue fascinando a la humanidad, pero es una mezquita ubicada en el centro de una ciudad llamada Estambul, asiática y europea a la vez, cuyo puente de Gálata es el símbolo que une y divide a dos mundos que cinco siglos y medio después aún no parecen comprenderse.
Friday, May 29, 2020
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