Repites por enésima vez tu historia. Aquella era su última noche en Quintana Roo, su avión despegaría rumbo a Guadalajara a las 7:30 de la mañana y ustedes decidieron ahorrarse el hotel y aguardar a la intemperie la salida del autobús rumbo al aeropuerto que tomarían a las 5:00 en la pequeña central, a unos metros del parque donde dormitaban. ¿Había algo de malo en ello? El agente tecleó algo en su computadora sin dirigirte una mirada. Tú repetiste el relato. Aarón simplemente desapareció. Se esfumó en un destello, como si la arena o el mar se lo hubieran tragado. Abriste y cerraste los ojos y tu hijo ya no estaba ahí. Bajo el arco no había nadie. Sólo el Caribe y el negro cielo sin presagio aún del primer destello del alba. No, ni se había ahogado ni había corrido por la playa, de eso estabas seguro. Aarón había desaparecido, como si su cuerpo se hubiera desintegrado abducido por un hoyo negro. Así lo dijiste una vez más: hoyo negro. Has repetido esa frase más de diez veces en la última semana y la única respuesta son miradas de sospecha e incredulidad
Wednesday, March 18, 2020
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